Relatos breves, poemas y paridas varias

Tuesday, September 13, 2005

Luz

Luz tenía tan solo veinte años y aguardaba temblorosa al pie de la cama, en la noche de bodas
llevando un casto camisón blanco de gruesa tela, que no dejaba entrever nada. Su cabello moreno
caía en una larga melena sobre su trémula espalda blanca.
Durante la fiesta había bailado con todo el mundo, como si siempre hubiese estado
casada. El músico la observaba preguntándose de dónde salía tanta energía y sintiendo
la certeza de que la noche sería suya. Se desnudó con tanto mimo como se había vestido
con las primeras luces del alba, colocando las prendas con cuidado como si no
fuesen suyas.
Se estremeció con el roce de la seda de la camisa sobre el tambor de su pecho y cuidadosamente quitó los gemelos de los puños, desprendió la orquídea del ojal y se la entregó a Luz, que le sonrió con sus leves comisuras.
Ella miró su cuerpo desnudo de joven ansioso y viajero sin apasionamiento, diseccionándolo con la mirada, hasta que estalló en una sonrisa nerviosa y dijo:
-Así que esto era todo.
El lo negó y se dispuso a interpretar su obra maestra sobre las cuerdas recién tensadas, sobre su nueva vida que sonaría como un arpa acariciada por el viento con manos sabias de pajarero y besos de arroyo sobre la piedra.
Los susurros se arremolinaron sobre las sábanas de organdí, como un lamento de flauta, acompañada de frases de algún varonil piano que murmurase pequeñas órdenes, y fuese seguida por un violín que se estremecía bajo la yema de cada dedo. Certeros zumbidos de contrabajo en la voz del músico marcaron el tempo, rítmicamente, logrando que la flauta inicial creciese hasta convertirse en una risueña trompeta, derramándose hacia tonos de sensual saxofón que se apoderaron por completo de la pequeña habitación de hotel –cuando Luz se abandonó sin miedo a nada ni a nadie-, y rebosaron por la ventana hacia la calle, cuando les sorprendió los primeros rayos de sol. Conforme iba avanzándoles el sol sobre su horizonte, amplios conductos, iban conduciendo los exuberantes sonidos, que se derramaban hacia la más amplia variedad de registros y tonalidades, como agua estancada que largo tiempo ha querido desbordarse y encuentra por fin su cauce primigenio, sin orden ni concierto hasta llegar a hacerse oceánicas. Así ambos se forjaron de nuevo, con la materia primitiva y salvaje de que está hecha la vida.
Maga
Es en medio de esta avenida de una gran ciudad, gris donde estoy contemplando por última vez a Raúl: nuestro entrañable anciano indigente de ropajes gastados que duerme sobre cartones en el portal de un abandonado cine. El cine está condenado a muerte: su solar ha sido comprado por una inmobiliaria, y cuando lo derriben, sé con toda seguridad que ninguna pareja de enamorados cuya historia de amor estuvo asociada a la intimidad de aquellas paredes, derramará un solo lamento. Lo sé.
Tras intentar inútilmente por enésima vez que la secretaria de redacción del periódico me pague los artículos de este mes y del pasado, procuro no acalorarme demasiado y me muestro comprensivo con la compañera, que apenas ha llegado hoy de sus vacaciones de julio en alguna isla mediterránea e intenta aterrizas en medio de un caos de papeles. Voy a la máquina del agua, saco una botella y la bebo, mientras una compañera me comenta la última estéril, absurda batalla política, en la que la oposición culpa al gobierno de un incendio. Mañana quizá le culpe de que un rayo ha desmochado alguna torre.
Aparto los visillos de la ventana de mi oficina y mientras escucho a mi colega contarme sus insignificantes problemas, como si fueran los más importantes del mundo, contemplo como Raúl intenta cruzar la calle sorteando con una seguridad temeraria los vehículos que circulan por aquella arteria, guiado por Maga, un labrador blanco con una mirada tan tierna como la de su dueño. Tan tierna que ninguno de los pocos que cada día le llevamos comida podemos dejar de sentirnos seducidos por la belleza del animal, que en el fondo, hizo las veces de anzuelo para descubrirnos la vida de su dueño, a nosotros, que cada día escudriñamos a miles de personas intentando, sin consegurilo, que nos cuenten algo que sea verdad. Los que queremos a aquel animal y a su dueño intuimos que el pobre perro se ha asustado en medio de un caos de ruedas y humo insalubre, por eso ha mordido a un motorista que le propina una patada, provocando un accidente de tráfico.
Mi compañera de trabajo, llama a la policía, después de que ambos comprobamos preocupados, que en medio de una avenida yacen sin sentido, un viejo indigente, un motorista y un perro blanco en medio de un caos de vehículos en el asfalto casi derretido de agosto.
Media hora después, la ambulancia se lleva al indigente, al motorista y al perro, mientras la policía restablece el tráfico. Nunca más volvimos a verle.
-Creo que alguien debería contar la historia de ese hombre. Estas son las historias que merecen la pena. Dije a mi compañera, emocionado.
-La vida de ese pobre viejo y su perro no le interesa a nadie. -Me respondió-. Por un momento dudé.
-Voy a intentar publicarla, hablaré con el director. Mi compañera sonrió irónicamente.
-Las guerras pasadas ya no interesan a nadie. Interesa la guerra de hoy. Métetelo en la cabeza. Dijo tirando sobre la mesa la portada del periódico del día que hablaba de la última polémica entre los dos partidos mayoritarios, mientras se daba la vuelta y avanzada por el pasillo central de la redacción, contoneando su respingón culo embutido en una falda de cuero negro, atrayendo las miradas de todo el mundo.
Durante el resto el día, caminé triste por la redacción, transcribí algunas notas de prensa, y terminé mi página de rigor, hasta que por fin, el jefe de mi sección me dió la tarde libre: -Es agosto, no hay noticias que contar, no tenemos ninguna historia interesante- argumentó.
-Yo tengo una historia interesante que contar. Le dije.
-¿Que quieres decir?. Mi jefe me observaba con cara de curiosidad,
-Quiero decir que es absurdo que no contemos lo que tenemos delante de nuestras narices, sobre las personas que tenemos al lado, mientras nos volcamos con el famosillo de turno o la ultima locura de EEUU, que no le interesa a nadie. O repitamos los mismos teletipos y ruedas de prensa que los demás diarios. Mis compañeros me observaban como si dijeran, “te estas jugando el cuello, chaval”.
El director del periódico miró al suelo sin decir nada, se encaminó hacia su despacho apenas sin hacer ruido sobre la moqueta y entró haciéndome el gesto de que le siguiera. Cuando entré cerró la puerta a mi espalda.
-No me gusta que discutan la línea editorial del periódico en público, delante de los compañeros. Otra cosa es en privado. A ver, cuéntame la historia que crees que debemos contar.
-Bien pero es una historia larga. Repuse yo. No es una historia estrictamente periodística, pero te aseguro que es muy real y sobre todo reciente. Entonces resolví contársela de forma que pudiese vivirla, gracias a mi generosa imaginación, esa sería la única forma de convencerlo.
-Comienza. Te doy una hora. Si la historia es buena, la someteremos al comité de redacción.
Entonces empecé a contarla como si fuera una película.
La caravana se movía como un animal enloquecido mientras se ponía el sol tras las montañas. El joven Raúl ya sabía que tendría que hacerse a sí mismo, ávido de aprender sin nadie que le enseñase, lleno de preguntas sin que nadie le ofreciese respuestas. El odio se masticaba en su familia, en su casa, en su país. No podía soportar aquel aire, aquela agua estancada y maloliente así que decidió irse.
-Me gusta, pero resume, no tengo todo el tiempo del mundo, ahorra detalles y adornos poéticos.
-Pero los detalles son importantes. Repuse. La poesía es importante. La poesía llega al alma. La prosa solo al intelecto.
-Bueno, bueno, no te enrolles y sigue.
En la caravana había toda clase de vehículos casi empotrados unos con otros, formando un tapón que impedía todo avance. Las gentes se lanzaban entonces fuera de los coches y los camiones empujados por el ansia de alcanzar cuanto antes el límite fronterizo. La mayoría eran trabajadores del campo y albañiles de sencillas alpargatas, de tez morena y manos cuarteadas por el trabajo. Entre los hombres de la caravana pesaba como una losa, un triste aire de desesperanza, como si ya no hubiese más batallas por luchar. Muchos de aquellos hombres miraban tristemente sus manos.
El director del periódico desplazó su mirada hacia sus manos, quietas, sobre la mesa de su despacho, martilleando el cuero de la cubierta de la mesa con el dedo índice, mientras las mías volaban por el aire, explicándose y captando su atención.
De repente sonó el teléfono en el despacho y el director descolgó el auricular, le dijo a su secretaria que no le pasase más llamadas a no ser que fuese algo realmente urgente, volvió a colgar el teléfono, se aflojó la corbata, se soltó el botón del cuello de la camisa y me miró a los ojos.
-Sigue. Dijo con voz fría.
La confusión invadía las calles, la aviación enemiga sobrevolaba los tejados. Sobre las escaleras de las catedrales, dormían niños y mujeres. Soldados aturdidos buscaban un jefe, mientras la muerte de los poetas pasaba desapercibida. Retumbaba el monte, el mar humeaba, y el lúgubre alarido de la sirena, llenaba de frio las almas, cuando los aviones surcaban el horizonte. Atrás quedaban los días azules y el sol de la infancia.
Cerca de los Pirineos comenzó a nevar sin tregua y muchos caminos y pasos fronterizos quedaron cerrados. Se hizo necesario entonces cruzar a pié con la nieve hasta las rodillas.
Raul y su hermano se quedaron rezagados por culpa del cansancio, a la cola de la caravana, mientras los caminos ascendían por las pendientes cada ves más escarpadas y llenas de nieve. Los hombres más fuertes tenían que relevarse a la cabeza para quitar la nueve a paladas, que permitiesen que los demás pudiesen seguir avanzando. Era una tarea titánica. Dedicieron pasar la noche en una cueva natural que encontraron cerca del camino principal, aunque la mayoría no pudo pegar ojo por culpa del frío a pesar de la candela que encendieron. Raúl tuvo que levantarse varias veces a calentarse los pies, pues los sentía tan fríos que temía se les fuesen a congelar.
Amanecía cuando Raul despertó. No quiso perderse el espectáculo y se asomó a la boca de la cueva para adivinar cómo en medio de la inmensidad blanca emergían dedos rosados del alba. Finalmente el día se presentó como un regalo que no se podía desaprovechar. Los rayos de sol rebotaban contra la nieve como en un espejo.
De vez en cuando las nubes necesitaban contacto humano y descendían para rozar algún
castillo que reinaba sobre una cima rodeado de un barrio de aspecto moruno, entre torrenteras que
bajaban entonando el canto de la vida. Vertiginosos desniveles rodean el camino, desafíando a la
gravedad, entre el reino de lo horizontal y el reino de lo vertical, entre el reino del hombre y el reino
de la naturaleza, abrochando, dando sentido. Vivir allí parecía un desafío.
-Sé de lo que me hablas. Mi familia es oriunda de las montañas. Cuando yo iba de visita de niño
siempre sentía ese vértigo al verlas.
-Claro. El hombre, siempre en lucha con la naturaleza, ha visto las fuerzas de la tierra desatadas, convirtiendo en escombros lugares como ése, tras alguna tempestad desatada. Los hombres de la montaña han visto al agua, aliada de las rocas, que locas bramaban por las laderas de la peña de los halcones acabando con casi todas las casas del pueblo. Aviso de que la madre tierra, siempre acaba por reclamar lo que es suyo.
Raul, se sentía optimista y salió a dar un pequeño paseo para contemplar el paisaje. Su hermano desayunaba un poco de leche e intentaba calentarse mientras oyeron una vibración, primero imperceptible, y luego en aumento hasta convertirse en un estruendo ensordecedor, casi como un terremoto.
-Un alud. ¿Hay alguien fuera?. Gritó un hombre en el interior de la cueva.
-Sí, el muchacho moreno que viaja con su hermano salió a dar un paseo.
-Mi hermano, gritó Toni, hay que hacer algo por ayudarle.
Todos salireon afuera para contemplar que el alud había cubierto una gran área bajo la que probablemente se encontrase Raúl. Así que no había tiempo que perder, inmediatamente se organizaron grupos con palas para buscarlo antes de que se congelase bajo la nieve.
Fue en medio de la desesperación cuando Toni encontró como salido de la nada a Joan, el mejor amigo de su padre, que había viajado desde que salieron de Solsona con ellos sin haberse encontrado. Toni solo supo decirle entre lágrimas:
-Ayúdame por favor, mi hermano....
-¿Raúl está bajo la nieve?.
-Creo que sí, una mujer lo vió salir de la cueva justo antes de la avalancha.
Inmediatamente Joan organizó junto a varios conocidos su propio grupo para buscar a Raúl. Entre ellos había expertos rastreadores conocedores de la montaña, que viajaban con sus perros. Los canes no tardaron en encontrar algunas pisadas humanas, que pronto se perdían bajo la nieve. Los dos perros rastrearon cerca de una hectárea en una media hora y de pronto encontraron una mano en medio de la nieve. Siguieron cavando y encontraron a Raúl que estaba semi inconsciente. Pronto lo llevaron al interior de la cueva, lo taparon con mantas y le practicaron la respiración boca a boca. Lograron reanimarlo a los pocos minutos. Cuando Raúl abrió los ojos por fin, vio a su hermano con lágrimas en los ojos, a un grupo de hombres a su alrededor y un perro labrador de color blanco empezó a lamerle en la mejilla, diciéndole bienvenido a la vida.
Toni se abrazó a su hermano y cuando logró dejar de sollozar le dijo:
-Gracias a él, estás con vida. Dijo señalando al perro.
El director no hizo ningún comentario, descolgó el auricular y le dijo a su secretaria:
Convoque inmediatamente al comité editorial, antes de las dos. Me dió la mano con un sonrisa que yo intuí enhorabuena y me hizo salir del despacho. Una hora después, el comité editorial había decidido que la historia de Raúl se publicaría, sería un reportaje en la sección de sociedad, donde no había nada más interesante que contar. Inmediatamente, me puse a trabajar emocionado. A las tres de la tarde hice una pequeña pausa para comer un bocadillo de calamares con mayonesa que previamente había pedido a la cafetería de abajo del periódico. A las seis de la tarde el reportaje estaba concluído, había logrado encontrar algunas fotos de Raul y su perra, Maga, durmiendo en el portal abandonado del cine, que un día hizo un fotógrafo del periódico, cuando pasamos por delante a darle algo de comida y otra de Raul, como miliciano en la Guerra Civil. El reportaje de dos páginas había quedado genial, estaba satiesfecho de mí mismo, cuando me llamó el director para decirme que un transbordador americano había estallado matando a sus siete ocupantes, al intentar entrar en la atmósfera y que necesitaba las dos páginas de la sección de sociedad. La historia de Raul nunca llegó a ver la luz en el periódico.
Pero yo saqué con la impresora el reportaje, lo doblé, lo metí en un sobre y lo llevé a la tumba de Raul y Maga.
Perla
Paulo entró en el cine para curiosear y descubrió a una belleza morena de larga cabellera. Después de la función fue siguiéndola por toda la ciudad, ella caminaba con una señora mayor hasta el otro extremo de la ciudad. Hacía frío, había volcado el sur y quería llover. Entraron a una casa y él dio por finalizada la persecución.
Sin embargo al poco tiempo salieron de nuevo, cargadas de regalos y se pararon a esperar un taxi muy cerca de donde él hacía lo mismo. El le preguntó su nombre, Rita le dijo. Comenzó a llover, y Ulises, muy caballeroso les cedió el taxi. Doña Alejandra madre de Rita quedó muy impresionada..
-Mira que joven tan educado, hija. Podrías hacerle un poco de caso.Lleva días detras de tí. Le advirtió.
-Lo siento, pero no tengo ánimos para nada, respondió la muchacha.
Doña Alejandra estaba preocupada por su hija, que desde la muerte de su mejor amiga no paraba de llorar por los rincones, había perdido el apetito y estaba recuperando la costumbre de la infancia de pasarse la noche en vela mirando las estrellas y los días durmiendo. Un día que la descubrió llorando de nuevo, y después de muchas horas intentando hacerla razonar, le dijo secamente.
-Hija mía, enamórate de un gran hombre y no volverás a llorar. No un hombre que solo hable de sí mismo, sin preocuparse de ti. Ni aquel que se pase las horas halagando sus propios logros. No te aferres a un hombre que te critique y te diga lo mal que te ves... o lo mucho que deberías cambiar... y que te abandonaría por un cabello más claro. Enamorate de un gran hombre y no volverás a llorar.
Rita entendió tarde que un gran hombre no es el que llega más alto, ni el que tiene más dinero, ni mucho menos el más guapo, y en adelante consoló su dolor y el vacío que sentía dedicando su tiempo a la búsqueda de aquel ideal, aun cuando supiera que era probable que nunca llegase a encontrarlo si es que existía. Al menos le sirvió para ayudar al tiempo a curar su mal.
Meses más tarde, un día en que la policía había prohibido el baño en el río por el aumento de la corriente Paulo y sus amigos planearon desafiar a la lógica para presumir delante de un grupo de chicas que había acampado para tomar el sol en bañador, en la otra orilla. Pavoneándose, los chicos se despojaron de su ropa y comenzaron lentamente a cruzar el peligroso río, guardando la precaución de nadar en diagonal a favor de la corriente. Cuando llegó Paulo a la otra orilla y miró hacia el río, todos sus amigos habían cruzado menos uno, que se dejó vencer por el miedo y se lo estaba llevando la corriente, entre gritos de auxilio. De nuevo tuvo que lanzarse al agua y ayudarlo a cruzar, antes de que llegara a una zona de remolinos, justo al pie del puente.
Las chicas habían quedado profundamente impresionadas con la pericia de aquel nadador. Por si no le había salido ya la jugada bastante redonda, acertó a pasar por allí un pescador indio amigo de los chicos y les ayudó a pescar los peces más sabrosos, revelándole secretos de su tribu sobre cómo prepararlos. Paulo supo definitivamente que el destino estaba de su parte, cuando tras rescatar a su amigo medio ahogado, en paños menores, descubrió entre una de sus admiradoras a aquella chica era Rita.
-¿Salvas la vida de las personas muy a menudo?. Le preguntó ella.
Ulises, con cara de auténtica sorpresa al verla allí, pues con tanto ajetreo no había reparado con detenimiento en el rostro de todas. Dijo:
-Solo cuando se trata de impresionar a chicas como tú.
En ese preciso instante, los dos supieron que había saltado la chispa entre ellos. Toda la tarde estuvieron charlando placidamente, solos, mientras los demás jugaban en el río. Los dos se tumbaron bajo un árbol y estuvieron acariciándose con deseos, luego con palabras y luego pasaron a los besos.. Definitivamente Paulo era un tipo con suerte, ya lo decían sus amigos.
Una noche que terminó el trabajo más temprano de lo habitual, fue al centro a tomar una copa. Al pasar por un callejón de casetas de madera, se abrió una puerta y una mano lo arrastró hacia la oscuridad y lo encerró en una habitación. Una negra desnuda, jadeante y sudorosa lo tumbó sobre la cama y lo hizo suyo en medio de la oscuridad sin darle la oportunidad de decir nada. Aquella negra se movía como una pantera y rugía como una leona en celo. Ella le abrió su cuerpo para él, que se vació en ella, como si fuera una copa. Cuando la tormenta amainó, ella pareció recuperar su dimensión humana y le dijo con una voz avergonzada que aquello no había sucedido en realidad.
Salió del camastro un poco confundido y se perdió por un dédalo de calles un poco huérfano, como si por vez primera hubiera sabido lo que es una mujer.
La volvió a ver un día en el mercado de los criollos brasileños, ella negra vendía especias traídas desde Brasil, algunas veces al mes y el resto del tiempo deambulaba por ciudades. Ella le sonrió y le preguntó, con la naturalidad de los viejo amigos:
-¿Cómo te trata la vida?.
Estuvieron toda la tarde conversando, Ulises dejó todo lo que tuviese que hacer para más tarde, la invitó en un restaurante a la moda. Ella no dudó un segundo en hablarle de las idas y venidas a su Cuba natal y por el Caribe. Ya de noche fueron a tugurios de los barrios pobres de la ciudad a emborracharse y en medio de la camaradería, él le pidió que le volviese a hacer el amor como aquel primer día. Y ella aceptó con mucho gusto. Después de aquel encuentro ambos acordaron que se verían más a menudo, tanto como les fuera posible, pero ella anunció que no podía dejar su vida aventurera, a no ser que dispusiera de un lugar decente donde alojarse en la ciudad. Fue entonces cuando Paulo le ofreció comprarle una pequeña casita de madera en las afueras y ella aceptó.
Poco después Paulo llevó a Rita a ver lo que sería su nueva casa, y ella quedó muy impresionada por el edificio porque lo interpretó como una demostración de amor tan grande que ella no pudo evitar abrazar apasionadamente a su futuro marido. Había estado tan perdida en su mundo, que no hacía demasiado caso a lo que hiciese él que siempre andaba ocupado con sus negocios. En los últimos meses había buscado consuelo a su soledad acudiendo a las reuniones de grupos de mujeres ricas de la ciudad, pero hasta éstas acartonadas y previsibles veladas terminaron por aburrirle. Habría dejado de ir si no fuese por que una tarde apareció en el salón de los espejos del Casino de Artesanos, una mulata cubana con un brillo especial en la mirada, que pronto se convirtió en el centro de las reuniones gracias a su sabiduría, a sus buenas maneras, que en seguida sorprendieron a todos, a pesar de que se le intuía un pasado más que turbulento y un origen ínfimo. Sin embargo era un placer oirle evocar viajes a remotos lugares de los pantanales de la selva de Brasil, infestados de pirañas, adonde ella acudía para recoger las plantas con que hacía sus mezclas y cocciones para adivinar el futuro o administrar remedios naturales. Rememoraba fiestas populares sobre las murallas de Cartagena de Indias en donde siempre la invitaban a fiestas privadas de algún político-narcotraficante que siempre engendraban extrañas parejas de carcamales podridos de dinero y droga con modelos, presentadoras de televisión o cantantes de moda. En todos esos ambientes la negra Perla, que así se llamaba se movía con mucha soltura y en todos ellos era siemplemente una sagaz observadora. Rita se dejó seducir por aquella negra, que comenzó a llevarla a los barrios del extrarradio y allí le mostraba las miradas de la necesidad en niños hambrientos y madres solteras, maltratadas por mil y un hombres, que chapoteaban en medio del fango de la nada. De allí le nació la necesidad de ayudar, pues Rita se identificó tanto con aquellas mujeres, que pensó que era una cuestión de pura suerte que ella misma no se encontrara en esa circunstancia, pues todas aquellas mujeres estaban o habían estado sujetas a la voluntad y capricho de un hombre. Y por vez primera en su vida entendío la necesidad de que una mujer se ganase su propia independencia económica. Quizá por eso Perla fascinaba tanto a mujeres como a hombres.
Cuando en la placidez de la tarde soleada de la casita de madera de las afueras y después de haberse volcado el uno en el otro como dos vasijas de barro, Perla contó a Paulo su amistad con su esposa, él entendió perfectamente que su vida estaba en manos de aquella mujer, pero no se alarmó pues sabía que a pesar de toda la parafernalia externa, era una mujer de principios de la que se podía fiar. Con el tiempo, Paulo se dió cuenta de que aquella amistad entre las dos mujeres podía beneficiarle, teniendo en cuenta la admiración que sentía su esposa por su amante.
La Perla nunca defraudó a Paulo ni le traicionó, fue la naturaleza la que se encargó de hacer las cosas más evidentes. Paulo había acudido a una consulta y le habían administrado un tratamiento de fertilidad, Panvimin, se llamaba. De repente Rita supo que Perla había tenido que irse de la ciudad aunque no se extrañó teniendo en cuenta su naturaleza viajera. Luego, ya no tuvo tiempo de preocuparse de más porque llegó la noticia que cambiaría definitivamente su vida. Supo que estaba embarazada y eso les convirtió en un matrimonio casi feliz. Durante la gestación, vivieron los momentos más dichosos de su vida. Mientras crecía una nueva vida en el interior de Rita, Paulo veía crecer poco a poco su sueño de tener una pequeña casa de huéspedes, que había podido comprar gracias a su afán de ahorro.
Una madrugada lluviosa, Rita se puso de parto casi sin avisar y Paulo solo tuvo tiempo de coger el coche y cruzar la ciudad bajo la lluvia. Nacería una niña de cara redondita y guapa a la que pusieron de nombre Montserrat, fue una niña emprendedora y traviesa, como su padre, y al tiempo soñadora y melancólica como su madre.
Poco tiempo después nació en una ciudad de la selva al sur de Brasil, Faber, hijo de Perla y Paulo, un niño mulato, grande y poderosos de cuerpo y mente, que estaría destinado a dominar a sus semejantes, según dijo el chamán de la tribu, después de ingerir gran cantidad de ayahuasca. Con varias típicas excusas de hombres de negocios, Paulo pudo ver a su primer hijo varón, un mes después de su nacimiento en una choza bajo la lluvia amazónica, en los brazos de su madre. Perla le agradeció su visita, le dió la bienvenida y no le reporchó ni le pidió nada.

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