Relatos breves, poemas y paridas varias

Tuesday, September 13, 2005

Merry, nada que ver con Tolkien


-¿Serías capaz de dejarlo todo e irte una temporada, al Perú por ejemplo?
-No puedo irme, Jose, me ata mi trabajo. No estoy dispuesto a dejarlo.
-Irse, no es una decisión fácil de tomar.
La música sonaba alta en el local de copas. Paredes pintadas color melocotón, diseño internacional,
sofás por todos lados, música de los ochenta, clientela variopinta, exposiciones de cuadros y fotos,
gente fumando porros en los cuartos de baño, té moruno y tarta de manzana los domingos por la
tarde. Afuera, una ola de frío polar congelaba toda Europa y nosotros esperábamos sólo por
divertirnos que nevara en este sur que hacía meses que no podía mirar a la cara al sol por la
inclemente lluvia. Era un bar muy pequeño así que las conversaciones a veces se enredaban unas
con otras, las vidas se mezclaban y hasta parecían confundirse con la música electrónica que lo unía
todo rítmicamente.
Vanette salíó del baño tras escribir en la pared del baño "si me quieres, si me amas, demuéstramelo
en la cama 667678689” mientras mandaba un mensaje por el teléfono móvil y se dirigía a la barra
del bar al encuentro de sus amigas Katia y Lorrina, para ocupar el rincón de la barra de costumbre
de cada noche.
Lorrina vestía de negro de y tenía un aire misteriosamente misterioso, como de duquesa lombarda
pintada por Peruggino por su tez particularmente blanca o por su extraña manía de estarse horas y
horas sentada sola en un taburete de la barra del bar mirándo lánguidamente cómo el tiempo pasaba.
-Jose, me ha costado mucho aprobar unas oposiciones en el banco para tirarlo todo por la ventana.
-¿Fernan, la ilusión de tu vida es tu trabajo?. Si es así tus jefes deben estar satisfechos.
-Mi ilusión es mi felicidad, no vivo para trabajar. Estoy ahorrando para tener mi vida propia.
-Una amiga mía se acaba de ir a Perú, con una ONG. Hoy me ha enviado una carta. ¿Quieres que te
la lea?. La tengo aquí.
Una vez en la playa, hace años, Merry -ese era el apodo de la familia, nada que ver con Tolkien- se
encontró con una vieja que decía leer las vidas pasadas. Le dió pena porque nadie iba y fue a charlar
un rato con ella. La vieja le dijo que había sido una aborigen australiana en su vida interior, que ella
era una mujer de conocimiento -quiso decir bruja- y que tenía una misión que cumplir en Perú, que
debía viajar allí. Merry dió unas monedas a la vieja, sin hacer demasiado caso.
-Vale de acuerdo léela.
La carta de Merry dice así: “Hoy fué mi día de cocina en la Caravana, tremenda tarea. Ahorita
somos quince más dos visitas que tenemos. La comida quedó muy rica. Los días de cocina son
interesantes para mí, porque me permiten meterme para adentro, dar lo mejor de mí, aunque de una
forma muy particular,como materializada. Aquí en Perú, el ritmo, el tiempo sucede de otra manera,
la relación con las cosas son más directas, más profundas. Hoy en la cocina me percaté. Estaba
desgranando maiz muy lentamente para que no se rompieran, mis manos estaban impregnadas del
olor y caldito del choclo, sintiendo su textura, su suavidad y frescor, sus pelitos. Quizás estuve una
hora o más desgranando. Quién sabe cuánto. Para mí, ese tiempo se cuenta en un plato hondo de
granos”.
En la barra del bar había tres jóvenes fornidos y de belleza cuidada, de unos veinte años. Uno de
ellos, de pelo largo teñido de rubio recordaba a Kurt Cobain, aunque mucho mas fornido, era guarda
jurado y su ilusión: ser boxeador.
-No me gusta pegar por pegar pero me gusta el boxeo, decía. Por ejemplo contigo no me pelearía.
Bueno sólo si no me miraras con respeto en la calle. Decía a otro amigo que le escuchaba con
admiración.
-En cierto modo, no me iría por ahí, no puedo. Y la respuesta, aunque te resulte fácil está muy
estudiada. No puedo, me ata mi trabajo.
-Fernan, ¿quieres olvidarte un poco de tu trabajo?. ¿A ti te gustaría irte o no?. Imagínate que
pudieras, que no tuvieras trabajo.
-Ah, si yo tuviera mi vida resuelta y no tuviera por qué preocuparme a fin de mes. ¡Por supuesto!. A
mi no me ata nada ni nadie. Pero dejemos esta discusión y sigue leyendo la carta de Merry.
“Me sorprendo quitando piedras de las lentejas como la mamá de Alfanhuí y todas las mamás de las
mamás del mundo. La quinoa, el alimento de los Andes, rayando la panela. Redescubro el placer
que me producen las cosas simples, las cosas como son y la relacción que eso te permite tener con
ellas. Yo lo llamo simple, aunque realmente para casi el resto de los occidentales sería complicado,
quitar las piedrecitas de las lentejas una a una,o de la quinoa todavía peor. Quitar esas piedras es
como un mantra. Como estar con mi yo más profundo, como parar el mundo y escuchar los ruidos
sutiles, desde el latido de mi corazón a los pajarillos cantando afuera. Hasta el calor del mediodía,
que también tiene su sonido. Yo lo he escuchado”.
Merry encontró en los años siguientes a varios videntes más y todos le decían lo mismo, que era una
“mujer de conocimiento” y que tenía que viajar a Perú, pues allí encontraría lo más importante de su
vida. Incluso uno de ellos, a quien conoció en un pequeño pueblo de Aragón, le instó a que
rápidamente se pusiera en viaje y le buscó un grupo de personas que casualmente viajarían a aquel
país sudamericano. Ella rechazó la invitación diciendo que nadie decidiría ni influiría en sus planes
ni en su vida. Años más tarde, ya sin trabajo, decidió apuntarse a una caravana solidaria con una
ONG que trabajaría con los indígenas. Ella aún no sabía a qué país viajaría, pero cuando se lo
dijeron, el corazón le dió un vuelvo. Su destino sería Ecuador y aún no sabía si viajarían al vecino
Perú, pero el plan del viaje no lo contemplaba.
Jose no pudo evitar responder allí mismo la llamada de Merry, pidió un folio y un boligrafo en la
barra y escribió.
“9 de enero del 2003. Hola brujilla. Como andas. Mu bien por lo que leo. Hoy me llegó tu carta y
me quedé sorprendido por cómo cuentas las cosas. Hablo de sentimientos, de percepción. Se te está
pegando mucho y bueno de allí.
Hasta estás cogiendo el acento. De vez en cuando voy a al bar y le doy saludos de tu parte a tu
hermana. En la próxima carta quiero que me cuentes todo lo que que puedas y con muchos detalles.
Aquí no hay muchas novedades solo que hace un frió horrible y hace meses que no para de llover.
Esto parece el norte en vez del sur. Espero que algún dia nos veamos otra vez y podamos de nuevo
ver la luna y las estrellas, encaramados a los tejados como dos gatos. Pero no te des mucha prisa.
Disfruta y aprende. Un beso desde lo más profundo”. Cuando acabó de escribir a su amiga,
preguntó a su amigo.
-¿Dejarás todo lo que quieres hacer para cuando seas viejo?. Solo entonces tendrás la
vida resuelta. Resuelta y acabada, Fernando.
-No lo sé, Jose. Ahora mismo me conformo con poner mi granito de arena en lo que está más cerca
de mis posibilidades.
-Yo no te censuro que conste, solo te observo.
-No es obligatorio que todo el mundo se vaya al Perú. Yo por ejemplo no me iría. No por nada sino
porque no sé si me merecería la pena dejarlo todo y cambiar a una nueva vida, un nuevo mundo,
nuevas gentes, nuevos amigos. Además no me gustan demasiado los viajes. Y creo que para vivir
ciertas cosas no es necesario dejarlo todo e irse a Perú.
Jose miraba a su alrededor en el bar y no le gustaba lo que veía. Era muy difícil encontrar a alguien
verdaderamente feliz. Debe ser increíble que tu vida tenga un destino especial, y hay que ser muy
valiente para cumplirlo.Pero si al final, consigues ser feliz, todo merece la pena.
Un hombre huraño que fumaba tabaco negro y bebía coñac observaba a la pandilla del boxeador con
ojos resentidos, y la mirada llena de barro. No les gustaba. No se gustaba. Tenía un miedo amargo y
cruel acumulado desde hacía años y ya no se acordaba porqué. Su amigo argentino le previno en
varias ocasiones de que no insultara, a la pandilla de los boxeadores, pues ellos eran más, eran
fuertes y más jóvenes. Sin embargo, el hombre huraño no se pudo contener e insultó al boxeador.
-Pues si no te gusta la violencia ¿cómo es que te has hecho boxeador?. -Le dijo-. Eres un estúpido.
-El boxeador le miró con ira.
A su derecha, en la barra, Jose vio a una pandilla de muchachas jóvenes tan sobradas de hormonas y
mala leche como carentes de sentido común.
Vanesa acababa de abrir los ojos como platos porque había visto que su peor enemiga que te cagas,
la infausta Beatriz acababa de entrar en el bar con su novio Lucho, ex de Lorrina y Ana, hipy oficial
del bar, amiga de ambos.
-Me he apuntado a un cursillo de Tai Chi, -dijo Ana la hipi, otro sobre teatro, y otro sobre
sexualidad masculina.
-Cariño, qué culta y preparada nos vas a salir -repuso su amiga Bea- . ¡Qué chula eres, joía pol
culo!, le chilló, pellizcándole al mismo tiempo la mejilla y la almejilla, en un arrebato incontenible
de varios microsegundos, apenas imperceptible por el resto de la humanidad. Lucho seguía
callado, pensando en viajar.
-Oye Ana, me acompañas al baño, a hacer bollería fina?
-¿Qué?.
-Tú no te preocupes, verás que bien.
Lucho despertó súbitamente de su ensimismamiento y vio a las dos amigas que se iban al baño.
Donde estaban ya terminando de cotillear sus enemigas Vanesa, Katia y Lorrina.
Jose y Fernan apartaron la mirada de aquellas tres extravagantes muchachas y volvieron a leer la
carta de Merry, que era lo único que parecía tener sentido.
“La cocina es un lugar para la alquimia pura, mientras transformas los alimentos hay un acto
paralelo de transformación del yo. Nunca se sabe qué va a salir de ahí,depende de las mezclas que se
hagan y como reaccionen éstas juntas. Después de éste intenso día de magias cocineras voy a visitar
a la lunita que está toda coqueta y está brillando tan fuerte que parece que me llame, creo que quiere
invitarme a dar una vuelta por esa arenita tán fina para que la brisa fresca del río me pueda besar en
esta noche clara. Adiós desde mi pequeño paraiso. Merry”.
-Fíjate, Merry está cumpliendo su sueño. Se le nota en la forma de escribir. Es feliz. Dijo Jose.
-Sin embargo, para otros, hacer eso sería una locura.
-A veces, una locura es no hacer aquello que se desea. Cuando hablo contigo me da la sensación de
que aquí estamos como atontados, en este supuesto colchón del bienestar. Que los que vienen de
lejos están como más vivos. Lo supe cuando el otro día un argentino me dijo que los poemas son
como grandes olas que chocaban contra un muro, incesantemente, una y otra vez. Nunca había oído
a nadie hablar así. Sin embargo tu eres tan.... previsible. ¿Y tu, Fernan, cual es la mayor locura que
has cometido?.
-Ay, pos no sé. Ahora mismo no caigo, así en frio. Quizá fue una vez que vine borrachuelo este
verano de una noche de marchuki, y con todo y eso, a las tantas de la mañana me puse a chatear.
Quedé con un desconocido en la playa, para pasar el dia sin conocerle de nada.
Un hombre de unos cuarenta años de larga barba y traje gris garabateaba un cuaderno, solitario en
un rincón del bar, mientras bebía una copa de aguardiente. Pecado es ver pasar un cuerpo
armonioso y no bendecirlo. Pecado es no haber sentido en las retinas la caricia rosada del sol
besándote el rostro mientras juega con la brisa en las ruinas de la fortaleza del puerto. Pecado es no
saber lo que es el corazón desarbolado del ser amado latiendo junto a tu pecho, después de haber
trotado sobre la playa como dos caballos purasangre que se desbocaron cuando la tempestad se
desató. No desear a quien se ama, cuando se ama. No amar la belleza. No amar al mar. No amar. Es
pecado. Es pecado no pecar. Es pecado morir. Es pecado no vivir en vida. Así que ahora que podéis,
pecad como pescadores que se hacen a la mar por vez primera. Como marinos que arriban a un
puerto del Caribe en día de fiesta o hace falta la muerte para que vivamos, escribía en su cuaderno el
hombre solitario que bebía aguardiente”.
-No había dormido en toda la noche. Cuando al día siguiente, se me iba quitando el sopor de la
borrachera me sorprendí a mí mismo montado en un autobús, camino a no sé qué playa, para
encontrarme con no se quién. Y ganas me entraron de parar el autobús. Estaba asustado, yo mismo
me sorprendí de lo que estaba haciendo.
-Pero. ¿No te divertía?.
-No. Lo que parecía iba a ser divertido era producto de mi borrachera. En el autobús ya me di cuenta
que no había camino de regreso, ya tenía que llegar a la estación.
-¿Y te bajaste y cogiste el autobus de vuelta?. ¿Que hiciste?.
-Pues nada. En la estación, vino un hombre y se acercó a mi. Era él. Me dijo que me tenía el coche
en la puerta. En el coche estaba esperando otro hombre.
-¡Tres!.
-Yo estaba sufriendo, temiendo lo mismo que tu has pensado. El caso es que me monté en el
coche... más locura todavía.Y venga andar con el coche...
-Esto se pone verdaderamente interesante.
-Y yo venga a dar conversación intrascendente... para quitar hierro a la situación. Para relajarme,
cosa imposible. Y para intentar conocer mejor a estos perfectos desconocidos que me llevaban vete
tú a saber dónde. Hasta que les pregunté que dónde me llevaban porque la playa estaba cerca de la
estación. Llevábamos mucho rato en el coche y el caso es que me llevaban por un camino que no era
asfaltado y eso ya hizo que se me erizara el pelo. Me metieron por un sendero abierto entre
unos cañaverales y eso ya me alarmó.Les dije que yo iba con ellos con la condición de que
pasáramos un día de playa. Sólo eso. Y no sabía dónde me estaban llevando por esos sitios. Estaba
ya a punto de abrir la puerta y tirarme como en las películas. El hombre que me recogió en la
estación me agarró por el hombro y me dijo: vamos a pasar un día de playa tal y como te prometí.
El que conducía el coche era el amigo del chateador. Era extranjero. Alemán. Rubio. Alto. Con
bigote. Aparentaba tener unos 35 años. El otro aparentaba tener más o menos la misma edad.
Moreno. Daban la impresión de ser unos viciosos que se habían puesto de acuerdo para hacer esta
locura conmigo, pero yo no estaba por la labor.
Has de reconocer que fue una locura por mi parte y quizá sea la mayor locura que jamás haya hecho.
Pues bien yo nunca había estado en una playa nudista antes, es más, yo tenía mucho apuro en
desnudarme. Tengo buen cuerpo, lo reconozco, pero me daba corte el mostrarme. Cuando llegamos,
aparcó el coche y allí estaban todos sus amigos y amigas... con sus hijos pequeños. Todos habían
quedado para almorzar juntos, como dios nos trajo al mundo, junto a las olas del mar y acariciados
por la brisa del mar. Eran hipis enrollados. Nos hicimos amigos y cuando les conté lo que se me
pasaba por la mente durante ese trayecto.... se partieron de risa.
El boxeador tenía en sus ojos la fuerza de la rabia veinteañera de dientes apretados y golpes
recibidos en el alma uno tras otro sin nisiquiera entender porqué. El hombre huraño de barba
romana y hálito alcohólico en el alma, tenía la fuerza de miles de revoluciones irrealizadas, miles de
sueños incumplidos y miles de mujeres olvidadas. El joven boxeador miró al otro con ira contenida.
El alcohólico le devolvió otra mirada sobre la que galopaban caballos desbocados.
-¿Que pasa?. Che. ¿No somos seres humanos?. ¿No creemos en la palabra?.No sean boludos. Les
separó el argentino.
Cuando los dos grupos de mujeres sin piedad se cruzaron hubo un silencio denso y entonces acertó a
pasar por allí un matojo de hierba seco rodando y se levantó un aire desagradable, las glándulas
sudoríparas comenzaron a manar. Se echaron muy malas miradas, de esas que rajan y que hacen que
las féminas olviden que son el sexo débil y es entonces cuando sacan sus garras. Vane y Bea tenían
sobre sus espaldas, un poco de chepa, y escalofriantes historias difíciles de olvidar y de entender por
las mentes bienpensantes de aquel pueblo pequeño, sureño y agosteño aunque fuera enero.
Aquello se estaba volviendo inconmensurable, inenarrable e indekapable (palabra nueva
que me he inventado para poder narrar lo que estaba pasando). Cuando se cruzaron por el pasillo,
Vane le dijo a Bea, -¿qué pasa, ya vas a echar a perder a la pobre Ana con tu bollería fina?.
-Mira quién fue a hablar. De casta le viene al galgo, porque tu madre bien que se lo monta con las
vecinas y tú lo sabes y callas -dijo Bea-. Anda y vete a hacer gárgaras, niñata, que el agua pasada no
mueve molinos.
-Zorra, cocainómana, bollera, tortillera -dijo Vane gritó !cochinaaaaa¡ antes de lanzarse encima de
la otra como queriendo comprobar si el pelo negro tan bonito que llevaba era natural, o por el
contrario era un pelucón de travesti que hubiese encontrado por alguna tienda de todo a un euro. Y
en defensa de su amiga, que ya se revolcaba por el suelo con la ropa hecha jirones, se unieron a la
trifulca las otras muchachas. Cinco niñas andaban dándose mamporros en el suelo del pasillo del
cuarto de baño en aquel bar de la plaza más céntrica de aquel pueblo sureño, agosteño aunque un
poco angoleño.
-Tortillera!, le decía una y otra vez Vane a Bea. Ana la hipy defendía a su amiga: tú te callas, que no
tienes ninguna dignidad, ni sentido moral ni estético.¿Cómo se puede ir por la vida sin conocer a
Marx, ni haber leído nunca a Borges ni a Benedetti?. Y mientras pronunciaba las tres sílabas finales
del nombre del insigne poeta daba por cada sílaba, un golpe con la pierna en el estómago de
Vannette, mientras recitaba: Me gustas cuando callas...
-¡Por lo menos les hago disfrutar porque lo que eres tú eres una calientapollas, dejas a los tíos con
las ganas.Entonces estalló de pronto Lorrina sacándose la espinita que llevaba clavada contra Ana
desde hacía años, y le arreó tal ostia que ésta quedó tendida bocabajo en el suelo del cuarto de baño,
llena de meos y otros líquidos inenarrables.
Mientras tanto, y ajeno a todo cuanto ocurría, Lucho seguía ensimismado en sus pensamientos.
En el fondo quizá no necesitaré irme por el mundo con el telescopio para ver si veo un
agujero negro porque yo con ver el agujero de la Bea tengo bastante. Como sus papás son ricos y de
buena familia, bien pensado, dejar preñada a Bea será mi gran contribución a la lucha contra el
capitalismo...
Un borracho vió al aprendiz de boxeador y al hombre de torva mirada malencarados y los azuzó
como perros en una batalla. Las palabras comenzaron a elevarse de tono y se intuyó la pelea. Las
hormonas comenzaron a salir por la piel. Las pupilas se dilataron. Los músuclos se tensaron como
las cuerdas de una guitarra. El camarero retiró vasos, botellas, y otros objetos cortantes. La gente se
alejaba y afuera llovía de forma inclemente.
De repente, el ambiente del local se alteró, se oyeron gritos. La gente empezó a
mirarse, como preguntando ¿que pasa?. Ha empezado a nevar, dijeron y todo el mundo salió afuera
a conmemorar aquel verdadero portento de la naturaleza que hacía cincuenta años que no se
producía por aquellas latitudes.
Merry finalmente pudo viajar a Perú, escapándose de la caravana desde Ecuador y gracias a la ayuda
económica de una amiga, se aquedó allí algunos meses más, el tiempo justo para conocer a un chico
el 14 de febrero, que la hizo madre justo un año después.
Fernando murió en accidente de tráfico pocos meses después.

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