El misterio de los ojos de luna llena
JAS.-Era verano y la luna llena, -luna vieja y llena de sabiduría- atraía nuestras miradas por encima de la masa negra de árboles que cubrían los picos de la sierra. Ni siquiera, la atrayente luz de la hoguera, que nos hipnotizaba en las noches sin luna brillando en las pupilas de nuestros ojos, y despertando las más sombrías sensaciones de nuestros corazones, lograba esta noche apartar nuestros ojos de aquel disco de plata brillante que colgaba del firmamento.
Los que conocíamos a Marisa, -aquella mujer con pinta de adolescente, pero que rozaba la cuarentena- no teníamos porqué temer sus reacciones en noches como ésta.
Sin embargo, el resto del grupo que huyó de la ciudad a la sierra aquel fin de semana y la conoció por vez primera jamás olvidarán todo cuanto aconteció en torno a aquella hoguera.
Yo, que la conocía desde hacía tiempo, no podía dejar de recordar el miedo inicial al que me arrojaban sus ojos metálicos, quizá afectados de reflejos lunáticos. Con el tiempo aprendí a amarla, y posteriormente a olvidarla, para finalmente, aceptarla tal cual es. Su reacción ante las noches de luna llena iba más allá de los propios de la menstrución en el resto de las mujeres.
Tenía un secreto familiar pegado a su alma, que jamás podría olvidar. Yo lo había oído
relatar de sus labios en al menos un par de ocasiones, por eso no me afectaría demasiado lo que estaba a punto de oir. Sin embargo, los que se sentaban con ella alrededor de una hoguera por vez primera en una noche de luna llena quedaron tan impactados por aquella historia, como ella misma al contarlo por enésima vez. Era algo que le salía del alma, como el exorcismo de un alma infantil.
El tema salió a colación porque una noche de verano en plena naturaleza y alrededor de una hoguera siempre alcanza un punto de misterio. La conversación derivó hacia cuestiones paranormales y los asistentes contaron algunas cosas que les habían sucedido o que les habían contado. Un chico reveló el espanto que le produjo descubrir cómo un cuchillo echado al azar en una bolsa de plástico en un viaje de verano, con el coche lleno de las típcias cosas de
veraneo, acabó apuntando de forma inmisericorde hacia la parte trasera de su cabeza sin
que él lo supiera.
Cualquier movimiento de cabeza, risa o gesto propio de una conversación podría haber tenido graves consecuencias. Su novia, a la que él siempre consideró su angel de la guardia, y que estaba sentada junto a él en el asiento trasero del coche fue la que se dió cuenta, apartó el cuchillo de la sien y lo guardó en un lugar seguro, donde aquel cuchillo de instinto asesino no pudiese hacer daño a nadie.
Cuando Marisa, escuchó la palabra ángel, dos lágrimas rodaron por sus mejillas y sonrió:
-Así que habláis de ángeles. ¿De verdad queréis escuchar historias sobre ángeles?. Y los demás asentimos. -No quiero ni una risa irónica. -Dijo, con aquel estilo cortante que conocíamos. Aceptamos porque sabíamos que íbamos a oir algo verdaderamente importante para ella.
-Yo tendría unos diez años. -comenzó. Lo sé porque es la edad en la que un relato como éste no puede pasar desapercibido. Una edad entre la inocencia y la maldad. Sin embargo, hasta años después no comprendí qué había ocurrido verdaderamente.
Mi tío Joaquín tenía apenas 30 años pero ya se había ganado en el pueblo una sólida reputación de anarquista y antisistema.
-La verdad es que toda mi familia lo era- explicaba Marisa. Yo incluída. Por aquellos años, la libertad estaba estallando en las calles y aunque era relativamente frecuente encontrar gente que comulgase con ideas revolucionarias, no todo el mundo se atrevía a llevarlas a cabo o a manifestarlas en público tan a las claras. Sin embargo, las malas lenguas decían que mi tío iba
definitivamente por el mal camino, hablaban de las malas compañías que lo frecuentaban, de demasiado alcohol y quizá de alguna que otra sustancia alucinógena. Todo eso hacía que en casa lo vieran como un bala perdida, no exento de grandes dosis de bondad. Para mí se trataba de un tipo divertido que hacía cosas que a mí me gustaría hacer.
El tío Joaquín llegó a casa al anochecer y nos pidió que le acompañásemos hasta la calle para contemplar aquella hermosa luna llena que estaba saliendo. Aquella noche el rostro de mi tío tenía una aspecto distinto cuya causa yo no lograba identificar. Sólo noté un brillo especial de sus ojos, iluminados por la luz de la luna.
Después se encaminó hacia una habitación, para hablar a solas con mi padre, su hermano, cerrando la puerta detrás de los dos. Estaba claro que se trataba de algo sumamente importante. Así que, cuando nadie me vió yo pegué el oído a la puerta, pero no se oía nada. Finalmente, decidí escuchar la conversación por la pequeña ventana que daba al patio, como había hecho tantas veces.
Cuando por fin llegué a tomar el hilo de la conversación sólo noté que mi tío lloraba y mi padre lo consolaba. No pude verlos, porque el hueco de la ventana era muy pequeño y daba a otra esquina de la habitación distinta a donde ellos estaban. Pude distinguir el tono de sus voces:
-Te juro que hoy no he tomado nada, mi mente está más clara que nunca. -Decía mi tío.
-Pero eso es imposible, hermano, ¿no lo entiendes?, nadie excepto algo en lo que nosotros no creemos, puede conocer cuando ha llegado la hora de alguien.
-Dijo mi padre-. A no ser que haya alguien interesado en quitarte de enmedio.
-Créeme, no soy un peligro para nadie, solo vivo mi vida a mi manera. Respondió mi tío.
-¿Tu has hecho algo para enfadar a alguien de modo que quiera matarte?.
-Creeme si te digo que no, en el fondo no le importo a nadie demasiado.
Esto es algo distinto. Lo sé. Había en ese muchacho algo absolutamente diferente.
No solo era una buena persona, era además bien parecido, agradable, amable, me hablaba
con un cariño como nadie nunca lo ha hecho antes. Desde el primer momento me sentí
muy bien hablando con él.
-Y cómo te abordó, ¿qué te dijo exactamente?.
-Yo caminaba por la calle, tan tranquilo cuando llegó me saludó muy educadamente y me dijo que estaba allí porque había llegado mi hora y me tenía que poner en paz con Dios, tal y como te he dicho antes.
Luego hubo un silencio denso.
-Y qué más.
-Y nada más, luego me dijo que iríamos a una iglesia, pero no porque fuera un
edificio especial, sino porque allí había más silencio. Que él sabía que yo no creía
en estas cosas, etc.....
-¿Y qué hicísteis luego?.
-Pues yo no se cómo ni porqué pero entré en la iglesia y allí estuvimos un rato en
silencio. El solo me acompañaba, mientras de repente, una lucidez extrema me
recorrió las entrañas y entonces supe qué ciego he estado todo estos años atrás a
las cosas que verdaderamente merecen la pena. Me puse nervioso, pero el me
cogió de la mano y sentí una paz especial.
-Y después.
-Después hablamos algunas pocas palabras más y de repente sin saber cómo,
desapareció en medio de la multitud en la calle. Luego llegué a casa, me acosté la siesta y
hasta ahora.
Gracias a las palabras de mi padre, mi tío se quedó más tranquilo, quizá se debiese todo a una causalidad, al frecuente exceso de alcohol, o vete tu a saber que explicaciones buscaría mi padre para calmarlo, pero lo cierto es que cuando mi tío salió de mi casa, era un hombre nuevo.
Mamá le preguntó a papá qué pasaba y él le respondió que su hermano estaba mal, que parecía que deliraba y no se qué mas. Luego, a las dos horas llamaron por teléfono confirmando la noticia.
El entierro fué muy íntimo, apenas con unos pocos amigos, que hablaban de él como un alma perdida. Ninguna de las reiterativas palabras de trámite se quedaron clavadas tanto en memoria, como aquella de una buena amiga de mi tío:
-Qué pena, ahora que parecía que había encontrado un buen amigo, que lo llevó esta mañana a la iglesia.
La luna llena brillaba inundando el firmamento cuando salíamos del cementerio.
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