El brillo de la perla negra
Ocurrió una noche en que Paulo terminó el trabajo más temprano de lo habitual, fue al centro a tomar una copa. Al pasar por un callejón de casetas de madera, se abrió una puerta y una mano lo arrastró hacia la oscuridad y lo encerró en una habitación.
Una negra desnuda, jadeante y sudorosa lo tumbó sobre la cama y lo hizo suyo en medio de la oscuridad sin darle la oportunidad de decir nada. Aquella negra se movía como un animal en celo. Ella abrió su cuerpo para él, que se vació como en una copa. Cuando la tormenta amainó, la mujer desconocida pareció recuperar su dimensión humana y le dijo que aquello no había sucedido en realidad.
Salió del camastro un poco confundido y se perdió por un dédalo de calles un poco huérfano, como si por vez primera hubiera sabido lo que es una mujer.
La volvió a ver un día en el mercado de los criollos brasileños, la negra Perla vendía especias traídas desde Brasil, algunas veces al mes y el resto del tiempo deambulaba por las ciudades. Ella le sonrió y le preguntó, con la naturalidad de los viejos amigos:
-¿Cómo te trata la vida?.
Estuvieron toda la tarde conversando, Paulo dejó todo lo que tuviese que hacer para más tarde, la invitó en un restaurante a la moda. Ella no dudó un segundo en hablarle de las idas y venidas a su Cuba natal y por el Caribe. Ya de noche fueron a tugurios de los barrios pobres de la ciudad a emborracharse y en medio de la camaradería, él le pidió que le volviese a hacer el amor como aquel primer día. Y ella aceptó con mucho gusto.
Después de aquel encuentro ambos acordaron que se verían más a menudo, tanto como les fuera posible, pero ella anunció que no podía dejar su vida aventurera, a no ser que dispusiera de un lugar decente donde alojarse en la ciudad. Fue entonces cuando Paulo le ofreció comprarle una pequeña casita de madera en las afueras y ella aceptó.
Poco después Paulo llevó a Rita a ver lo que sería su nueva casa, y ella quedó muy impresionada porque lo interpretó como una demostración de amor tan grande que ella no pudo evitar abrazar apasionadamente a su marido. En medio del jardín de su nueva casa, los dos esposos recordaron el primer día en que se conocieron hacía seis años y su primera conversación junto al río.
Paulo entró en un cine para curiosear y descubrió a una belleza morena de larga cabellera, que lo miró y le guió un ojo. Después de la función fue siguiéndola por toda la ciudad, ella caminaba con una señora mayor, probablemente, su madre. Hacía frío, había volcado el sur y quería llover. Entraron a una casa y él dio por finalizada la persecución.
Al poco tiempo salieron de nuevo, cargadas de regalos y se pararon a esperar un taxi muy cerca de donde él hacía lo mismo. Él le preguntó su nombre: Rita, respondió. Comenzó a llover. Paulo, caballeroso les cedió el taxi. Doña Alejandra madre de Rita quedó impresionada.
-Mira que joven tan educado, hija. Podrías hacerle un poco de caso. Lleva días detrás de ti. Le advirtió. Se llama Paulo y es de buena familia.
-Lo siento, pero no tengo ánimos para nada, respondió la muchacha.
Doña Alejandra estaba preocupada por su hija, que desde la muerte de su mejor amiga no paraba de llorar por los rincones, había perdido el apetito y estaba recuperando la costumbre de la infancia de pasarse la noche en vela mirando las estrellas y los días durmiendo. Un día que la descubrió llorando de nuevo, y después de muchas horas intentando hacerla razonar, le dijo secamente:
-Hija mía, enamórate de un gran hombre y no volverás a llorar. No un hombre que solo hable de sí mismo. Ni aquel que se pase las horas halagando sus propios logros. No busques a un hombre que te critique y te diga lo mal que te ves... o lo mucho que deberías cambiar... y que te abandonaría por un cabello más claro. Enamórate de un gran hombre y no volverás a llorar.
Rita entendió tarde que un gran hombre no es el que llega más alto, ni el que tiene más dinero, ni mucho menos el más guapo, y consoló su dolor y el vacío que sentía dedicando su tiempo a la búsqueda de aquel ideal, aun cuando supiera que era probable que nunca llegase a encontrarlo si es que existía.
Meses más tarde, un día en que la policía había prohibido el baño en el río Pilcomayo por el aumento de la corriente, Paulo y sus amigos planearon desafiar a la lógica para presumir delante de un grupo de chicas que había acampado para tomar el sol en la otra orilla. Pavoneándose, los chicos se despojaron de su ropa comenzaron lentamente a cruzar el peligroso río, guardando la precaución de nadar en diagonal a favor de la corriente. Cuando Paulo legó a la otra orilla y miró hacia el río, todos sus amigos habían cruzado menos uno, que se dejó vencer por el miedo y se lo estaba llevando la corriente.
De nuevo tuvo que lanzarse al agua y ayudarlo a cruzar, antes de que llegara a una zona de remolinos, justo al pie del puente.
Las chicas habían quedado impresionadas con la pericia de aquel nadador. Por si no le había salido ya la jugada bastante redonda, acertó a pasar por allí un pescador indio amigo de los chicos y les ayudó a pescar los peces más sabrosos, revelándole secretos de su tribu sobre cómo prepararlos. Paulo supo definitivamente que el destino estaba de su parte, cuando tras rescatar a su amigo medio ahogado, en paños menores, descubrió entre una de sus admiradoras a Rita, aquella chica del cine.
-¿Salvas la vida de las personas muy a menudo?. Le preguntó ella.
Paulo, con cara de auténtica sorpresa al verla allí, pues con tanto ajetreo no había reparado con detenimiento en el rostro de todas, dijo:
-Sólo cuando se trata de impresionar a chicas como tú. Esa fue la primera vez que hablaron.
Al ver su nueva casa, Rita se dio cuenta que había estado tan perdida en su mundo, que no hacía demasiado caso a su marido, siempre ocupado en sus negocios. En los últimos meses había buscado consuelo a su soledad acudiendo a las reuniones de grupos de mujeres ricas de la ciudad, pero resultaron acartonadas y previsibles, terminando por aburrirle.
Habría dejado de ir si no fuese porque una tarde apareció en el salón de los espejos del Casino de los Artesanos, una mulata cubana con un brillo especial en la mirada, que pronto se convirtió en el centro de las reuniones gracias a su sabiduría, a sus buenas maneras, que enseguida sorprendieron a todos, a pesar de que se le intuía un pasado más que turbulento y un origen ínfimo. Sin embargo era un placer oírla evocar viajes a remotos lugares de los pantanales de la selva de Brasil, infestados de pirañas, adonde ella acudía para recoger las plantas con que hacía sus mezclas y cocciones para adivinar el futuro o administrar remedios naturales. Rememoraba fiestas populares sobre las murallas de Cartagena de Indias en donde la invitaban a fiestas privadas de algún político-narcotraficante que siempre engendraban extrañas parejas de carcamales podridos de dinero y droga con modelos, presentadoras de televisión o cantantes de moda. En todos esos ambientes brillaba la negra Perla, y en todos ellos era simplemente una sagaz observadora.
Rita se dejó seducir por aquella negra, que comenzó a llevarla a los barrios del extrarradio y allí le mostraba las miradas de la necesidad en niños hambrientos y madres solteras, maltratadas por mil y un hombres, que chapoteaban en medio del fango de la nada. De allí le nació la necesidad de ayudar, pues Rita se identificó tanto con aquellas mujeres, que pensó que era una cuestión de pura suerte que ella misma no se encontrara en esa circunstancia, pues todas aquellas mujeres estaban o habían estado sujetas a la voluntad y capricho de un hombre. Y por vez primera en su vida entendió la necesidad de que una mujer se ganase su propia independencia económica. Quizá por eso Perla fascinaba tanto a mujeres como a hombres.
Cuando en la placidez de la tarde soleada de la casita de madera de las afueras y después de haberse volcado el uno en el otro, Perla contó a Paulo su amistad con su esposa, él entendió perfectamente que su vida estaba en manos de aquella mujer, pero no se alarmó pues sabía que a pesar de toda la parafernalia externa, era una mujer de principios de la que se podía fiar. Con el tiempo, Paulo se dio cuenta de que aquella amistad entre las dos mujeres podía beneficiarle, teniendo en cuenta la admiración que sentía su esposa por su amante.
La Perla nunca defraudó a Paulo ni le traicionó, fue la naturaleza la que se encargó de hacer las cosas más evidentes. Paulo había acudido a una consulta y le habían administrado un tratamiento de fertilidad, Panvimin, se llamaba. De repente Rita supo que Perla había tenido que irse de la ciudad aunque no se extrañó teniendo en cuenta su naturaleza viajera. Luego, ya no tuvo tiempo de preocuparse más porque llegó la noticia que cambiaría definitivamente su vida. Supo que estaba embarazada y eso les convirtió en un matrimonio casi feliz. Durante la gestación, vivieron los momentos más dichosos de su vida. Mientras crecía una nueva vida en el interior de Rita, Paulo veía crecer poco a poco su sueño de tener una pequeña casa de huéspedes, que había podido comprar gracias a su afán de ahorro.
Una madrugada lluviosa, Rita se puso de parto casi sin avisar y Paulo sólo tuvo tiempo de coger el coche y cruzar la ciudad bajo la lluvia. Nacería una niña de cara redondita y guapa a la que pusieron de nombre Montserrat.
Fue una niña emprendedora y traviesa, como su padre, y al tiempo soñadora y melancólica como su madre.
Poco tiempo después nació en una ciudad de la selva al sur de Brasil, Faber , un niño mulato, grande y poderosos de cuerpo y mente, que estaría destinado a dominar a sus semejantes, según dijo el chamán de la tribu, después de ingerir gran cantidad de ayahuasca. Con varias típicas excusas de hombres de negocios, Paulo pudo ver a su primer hijo varón, un mes después de su nacimiento en una choza bajo la lluvia amazónica, en los brazos de su madre. Perla le agradeció su visita, le dio la bienvenida y no le reprochó ni le pidió nada.
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