Relatos breves, poemas y paridas varias

Wednesday, September 06, 2006

El misterio de los ojos de luna llena

JAS.-Era verano y la luna llena, -luna vieja y llena de sabiduría- atraía nuestras miradas por encima de la masa negra de árboles que cubrían los picos de la sierra. Ni siquiera, la atrayente luz de la hoguera, que nos hipnotizaba en las noches sin luna brillando en las pupilas de nuestros ojos, y despertando las más sombrías sensaciones de nuestros corazones, lograba esta noche apartar nuestros ojos de aquel disco de plata brillante que colgaba del firmamento.

Los que conocíamos a Marisa, -aquella mujer con pinta de adolescente, pero que rozaba la cuarentena- no teníamos porqué temer sus reacciones en noches como ésta.
Sin embargo, el resto del grupo que huyó de la ciudad a la sierra aquel fin de semana y la conoció por vez primera jamás olvidarán todo cuanto aconteció en torno a aquella hoguera.

Yo, que la conocía desde hacía tiempo, no podía dejar de recordar el miedo inicial al que me arrojaban sus ojos metálicos, quizá afectados de reflejos lunáticos. Con el tiempo aprendí a amarla, y posteriormente a olvidarla, para finalmente, aceptarla tal cual es. Su reacción ante las noches de luna llena iba más allá de los propios de la menstrución en el resto de las mujeres.

Tenía un secreto familiar pegado a su alma, que jamás podría olvidar. Yo lo había oído
relatar de sus labios en al menos un par de ocasiones, por eso no me afectaría demasiado lo que estaba a punto de oir. Sin embargo, los que se sentaban con ella alrededor de una hoguera por vez primera en una noche de luna llena quedaron tan impactados por aquella historia, como ella misma al contarlo por enésima vez. Era algo que le salía del alma, como el exorcismo de un alma infantil.

El tema salió a colación porque una noche de verano en plena naturaleza y alrededor de una hoguera siempre alcanza un punto de misterio. La conversación derivó hacia cuestiones paranormales y los asistentes contaron algunas cosas que les habían sucedido o que les habían contado. Un chico reveló el espanto que le produjo descubrir cómo un cuchillo echado al azar en una bolsa de plástico en un viaje de verano, con el coche lleno de las típcias cosas de
veraneo, acabó apuntando de forma inmisericorde hacia la parte trasera de su cabeza sin
que él lo supiera.

Cualquier movimiento de cabeza, risa o gesto propio de una conversación podría haber tenido graves consecuencias. Su novia, a la que él siempre consideró su angel de la guardia, y que estaba sentada junto a él en el asiento trasero del coche fue la que se dió cuenta, apartó el cuchillo de la sien y lo guardó en un lugar seguro, donde aquel cuchillo de instinto asesino no pudiese hacer daño a nadie.

Cuando Marisa, escuchó la palabra ángel, dos lágrimas rodaron por sus mejillas y sonrió:

-Así que habláis de ángeles. ¿De verdad queréis escuchar historias sobre ángeles?. Y los demás asentimos. -No quiero ni una risa irónica. -Dijo, con aquel estilo cortante que conocíamos. Aceptamos porque sabíamos que íbamos a oir algo verdaderamente importante para ella.

-Yo tendría unos diez años. -comenzó. Lo sé porque es la edad en la que un relato como éste no puede pasar desapercibido. Una edad entre la inocencia y la maldad. Sin embargo, hasta años después no comprendí qué había ocurrido verdaderamente.

Mi tío Joaquín tenía apenas 30 años pero ya se había ganado en el pueblo una sólida reputación de anarquista y antisistema.
-La verdad es que toda mi familia lo era- explicaba Marisa. Yo incluída. Por aquellos años, la libertad estaba estallando en las calles y aunque era relativamente frecuente encontrar gente que comulgase con ideas revolucionarias, no todo el mundo se atrevía a llevarlas a cabo o a manifestarlas en público tan a las claras. Sin embargo, las malas lenguas decían que mi tío iba
definitivamente por el mal camino, hablaban de las malas compañías que lo frecuentaban, de demasiado alcohol y quizá de alguna que otra sustancia alucinógena. Todo eso hacía que en casa lo vieran como un bala perdida, no exento de grandes dosis de bondad. Para mí se trataba de un tipo divertido que hacía cosas que a mí me gustaría hacer.

El tío Joaquín llegó a casa al anochecer y nos pidió que le acompañásemos hasta la calle para contemplar aquella hermosa luna llena que estaba saliendo. Aquella noche el rostro de mi tío tenía una aspecto distinto cuya causa yo no lograba identificar. Sólo noté un brillo especial de sus ojos, iluminados por la luz de la luna.

Después se encaminó hacia una habitación, para hablar a solas con mi padre, su hermano, cerrando la puerta detrás de los dos. Estaba claro que se trataba de algo sumamente importante. Así que, cuando nadie me vió yo pegué el oído a la puerta, pero no se oía nada. Finalmente, decidí escuchar la conversación por la pequeña ventana que daba al patio, como había hecho tantas veces.

Cuando por fin llegué a tomar el hilo de la conversación sólo noté que mi tío lloraba y mi padre lo consolaba. No pude verlos, porque el hueco de la ventana era muy pequeño y daba a otra esquina de la habitación distinta a donde ellos estaban. Pude distinguir el tono de sus voces:

-Te juro que hoy no he tomado nada, mi mente está más clara que nunca. -Decía mi tío.
-Pero eso es imposible, hermano, ¿no lo entiendes?, nadie excepto algo en lo que nosotros no creemos, puede conocer cuando ha llegado la hora de alguien.

-Dijo mi padre-. A no ser que haya alguien interesado en quitarte de enmedio.
-Créeme, no soy un peligro para nadie, solo vivo mi vida a mi manera. Respondió mi tío.
-¿Tu has hecho algo para enfadar a alguien de modo que quiera matarte?.

-Creeme si te digo que no, en el fondo no le importo a nadie demasiado.
Esto es algo distinto. Lo sé. Había en ese muchacho algo absolutamente diferente.
No solo era una buena persona, era además bien parecido, agradable, amable, me hablaba
con un cariño como nadie nunca lo ha hecho antes. Desde el primer momento me sentí
muy bien hablando con él.

-Y cómo te abordó, ¿qué te dijo exactamente?.

-Yo caminaba por la calle, tan tranquilo cuando llegó me saludó muy educadamente y me dijo que estaba allí porque había llegado mi hora y me tenía que poner en paz con Dios, tal y como te he dicho antes.

Luego hubo un silencio denso.
-Y qué más.

-Y nada más, luego me dijo que iríamos a una iglesia, pero no porque fuera un
edificio especial, sino porque allí había más silencio. Que él sabía que yo no creía
en estas cosas, etc.....

-¿Y qué hicísteis luego?.

-Pues yo no se cómo ni porqué pero entré en la iglesia y allí estuvimos un rato en
silencio. El solo me acompañaba, mientras de repente, una lucidez extrema me
recorrió las entrañas y entonces supe qué ciego he estado todo estos años atrás a
las cosas que verdaderamente merecen la pena. Me puse nervioso, pero el me
cogió de la mano y sentí una paz especial.

-Y después.

-Después hablamos algunas pocas palabras más y de repente sin saber cómo,
desapareció en medio de la multitud en la calle. Luego llegué a casa, me acosté la siesta y
hasta ahora.

Gracias a las palabras de mi padre, mi tío se quedó más tranquilo, quizá se debiese todo a una causalidad, al frecuente exceso de alcohol, o vete tu a saber que explicaciones buscaría mi padre para calmarlo, pero lo cierto es que cuando mi tío salió de mi casa, era un hombre nuevo.

Mamá le preguntó a papá qué pasaba y él le respondió que su hermano estaba mal, que parecía que deliraba y no se qué mas. Luego, a las dos horas llamaron por teléfono confirmando la noticia.
El entierro fué muy íntimo, apenas con unos pocos amigos, que hablaban de él como un alma perdida. Ninguna de las reiterativas palabras de trámite se quedaron clavadas tanto en memoria, como aquella de una buena amiga de mi tío:

-Qué pena, ahora que parecía que había encontrado un buen amigo, que lo llevó esta mañana a la iglesia.
La luna llena brillaba inundando el firmamento cuando salíamos del cementerio.

Saturday, August 05, 2006

MODAS EROTICAS

JAS.- Hoy voy a poner en práctica mi plan para sorprender a mi mujer y pasar una noche de sexo animal. He decidido depilarme pubis y testículos y quedarme suave como un cedé virgen, porque el otro día estuvimos viendo películas porno, y vimos cómo se lo monta el personal, que si monjes en abadías medievales, liados con tías impresionantes, en plan cuentos de Canterbury, superhéroes del sexo, piratas ávidos de experiencias tórridas. Y todos más depilados que el bigote de Margaret Thacher. En fin que hay que echarle imaginación y buscar cosas nuevas, porque la inactividad sexual es peligrosa, produce cuernos, y hoy en día la alta fidelidad sólo se da en los equipos de sonido.

A mí me gusta estar al día en todo, que no se piense que soy un carcamal, que yo tengo la misma marcha que un crío de 20 años, pero reconozco que no tenía ni idea de que el último grito es depilarse todo. Yo pensaba que eso era una de las tantas leyendas que recorren el mundo en torno al sexo, junto a lo del salto del tigre, que no conozco nadie que lo haya hecho, cuatro sin sacarla que si conozco gente que dice que lo ha hecho, pero no les creo, aunque con el "Viagra" quién sabe. Otro de las frases comunes, el tamaño no importa. Un poco debe importar, no es lo mismo una zanahoria que un pepino, quiero decir; la zanahoria es buena para la vista...y salta a la vista que el pepino.....

Los hombres se masturban más que las mujeres. O mejor, directamente las mujeres no se masturban nunca, quiere decirse que ellas nunca reconocerán que lo hacen, y acompañan este comentario con otra explicación: las mujeres no vivimos pendientes del sexo como vosotros, es decir nosotras cuando montamos en bici y dejamos de hacerlo, no sentimos la necesidad de seguir haciéndolo cada día, al contrario que vosotros.

Lo mismo que uno no cree en estas cosas, hay gente que sigue creyendo en cosas aún más absurdas, no acierto a entender porqué. Si la mujer llega antes que el hombre al orgasmo, no quedará embarazada, detergente sobre el glande mata todos los espermatozoides salientes -y también debe matar todas las ganas de que salga mas esperma-, en la primera vez no se queda embarazada, por eso hay tan escasas bodas de adolescentes primerizos. Los hombres vienen con una cantidad definida de eyaculaciones, si las desperdicias en sesiones onanistas, ya no te quedarán cuando quieras ser padre, luego dicen que son buenos pedagogos los curas que escribían aquellos manuales, nunca mejor dicho en los que se decía que la masturbación provocaba ceguera, y eso no me lo han contado, eso lo he leído yo, con mis atentos ojos de pajillero empedernido.

Pregunto en Internet aprovechando que veo fotos de gente rasurada, porque no sé cómo hacerlo. ¿Habrá algun clan o secta en plan abajo el pelo rebelde?. No puede ser tan difícil. Todas las tías de las fotos con las que me la meneo llevan el chochete como la pantalla del PC. Vamos a ello. Primero la máquina de cortar el pelo.

Esto es fácil. Intento pensar en el Fary manteniendo relaciones homosexuales con TinkyWinky porque el cosquilleo de la maquinilla en las pelotas me está poniendo cachondo, y como me líe... Acabo el primer rasurado con la máquina. Coño, cómo mola, ahora llevo el mismo corte en la cabeza, en la perilla y en la polla. Soy capicúa.

Vamos con la espuma. Esto también tiene su gracia. Vuelta a pensar en el Fary y TinkyWinky. Con la espuma, mi pito parece un Papá Noel. Hago el bobo delante del espejo "¡Aaaaahhhhh!, un pene rabioso, ¡aaaaahhh!". Bueno, al grano que te me distraes. Cojo la cuchilla de afeitar. Se van a cagar, es la Guillete Mach3 Turbo TDI 16v. Ahora que estoy aqui sobre la cama en bolas, pienso que me gusta estar desnudo, practicaría el nudismo a menudo si mi mujer quisiera claro, yo estoy harto de darle explicaciones de porqué me gusta el nudismo, y que no tiene nada que ver con ningún asunto erótico, pero no sirve de nada, al fin y al cabo ella no va a querer, y es tonto defender el nudismo: sus ventajas saltan a la vista.

Por cierto, que veo que al techo le hace falta una mano de pintura, eso será lo que diga ella después de hacerlo si no le ha gustado, para darme ánimo. La novia dice ayyy, me duele; la amante dice ayyy, que rico; la esposa dice ayyy, que pintar el techo.

Grácilmente levanto mi escroto para tener mejor visión. Primera duda: Vale, hazlo en el sentido del pelo. ¡Coño! ¿Cuál es el sentido del pelo en un cojón? Cagada, yo tengo el huevo redondo (¿qué raro, no?), los pelillos no parecen tener un "sentido". Simplemente, salen de punta. Bueno, pues entonces dará igual. Voy pasando la maquinilla con cuidado, aunque no evito darme un pellizquito. Miro haber si por el corte que me acabo de hacer en el huevo asoma el pollito. No, ha habido suerte. No asoma ni un esperma. Lo he pasado mal cuando he llegado a la zona que linda con el ojo de Sauron, casi atrás, pero la cosa no ha ido mal.

Me miro al espejo. Joer qué impresión. Parece que vuelvo a tener 10 años. No, no lo digo por el tamaño del pene. Pero ¿Cómo voy a llevar un culo peludo y que al girarme parezca que ha llegado el otoño?. Queda de pena. Ay que ver lo que hay que hacer para gustarle a tu pareja. Bueno, al fin y al cabo nadie dijo que fuera fácil vivir en pareja.

Hay que hacer cosas como evitar discusiones por temas monetarios o referentes a la familia de uno de los dos, compartir la mayor cantidad de cosas, aunque dejar un espacio para las individualidades, comprar pizza una vez por semana, no más, evitar hablar mucho sobre las amistades del sexo opuesto, piropear de vez en cuando, recitarse poesías, ir al cine o al teatro, que tu compañera note tu atracción sexual, es bueno cantar en familia, o bailar, si fracasó lo del amigo/a, al menos probar nuevas posiciones, ser un celoso sutil, no hablar a gritos y putear lo justo y necesario. Algunos matrimonios terminan bien, otros duran toda la vida. Pero vaya, no es tan sacrificado como parece, al fin y al cabo esposa es aquella amiga y compañera que está siempre a nuestro lado para ayudarnos a resolver los grandes problemas que no tendríamos si no estuviésemos casados.

Por ejemplo éste: yo en bolas sobre la cama, con toda la piel roja. Calma, que no cunda el pánico. Aún quedan dos horas para que llegue cuchicuchi. Tengo tiempo, espuma, cuchillas y pulso de cirujano (con cirrosis, eso sí). No queda otro remedio. Primero el culo. ¿Alguien se ha depilado el culo sólo? Mientras lo hago siento que soy el primero en intentarlo. Me retuerzo hasta que me cruje el espinazo para poder verme.

No llego a verme el culo. No veo nada. Cojo un espejo de mano de cuchicuchi, el que utiliza para depilarse las cejas y esas cosas. Me pongo en la cama como una mujer en el paritorio. Con el espejo de la pared y el de mano hago posturas hasta que me veo el culo. ¡Coño! tanto tiempo juntos y apenas nos conocíamos. Un par de minutos depués y a base de pasarme la mano por el "lomo", dejo de notar pelos. ¡Culo depilado! Después de eso, las piernas no tienen dificultad. Coño, hasta parezco un deportista. ¡Qué fresquito se nota!.

Queda el paso de la crema hidratante. Busco entre los potingues de cuchicuchi. Hay cosas rarísimas. Por un momento dudo...¿No estaré buscando entre sus cosas de restauración de muebles?. Leo: lifting", "reafirmante", "Anti-age"... ¡esta! "Leche desmaquilladora hidratante". Justo lo que busco. Espero que me dé para todo el cuerpo. Empiezo a untarme en el mismo orden que me he afeitado. Joer pues será todo lo hidratante que quieras, pero pica como su puta madre.

Voy untando crema mientras todo me va escociendo. Joer, joer. Ahora entiendo cuando las tías dicen que lo pasan mal con la depilación. Me apunto mentalmente el nombre de la crema por si un día cuchicuchi me deja practicar el sexo anal, joer como desliza. Me escuece todo el cuerpo. Así que decido echar mano de mi vieja caja de porros que tengo por ahí guardada, mientras fumo lentamente para relajarme me acuerdo de que aquella frase, la marihuana causa amnesia y........y.....no me acuerdo cómo seguia.

Parece que tengo un hormiguero cabreado en los huevos. Me visto y me voy a sacar al perro, a ver si se va calmando la cosa. Horrible. Cualquiera que me vea pensará que tengo una batería de coche enchufada a las pelotas. Voy como si me soltaran descargas. Escuece todo, pica que rabia. Algo pasa.

Llego a casa y me desnudo. ¡Otias! ¡estoy más rojo que Llamazares! Uhhhhh, que la he cagado, que la he cagadooooo. Pero si yo he seguido las instrucciones de la Paty. ¿Será que las tías tienen el chirri más resistente?. Decido volver a ducharme con agua fría y la cosa se calma, pero donde me rozo me pica un huevo (nunca mejor dicho). Aguanto como un campeón a que vuelva cuchicuchi. Me conoce como si me hubiera parido, así que según entra por la puerta y me ve, dice:
-¿Qué has roto? ¿Cuánto te ha costado? ¿Llevas mucho tiempo tirándotela?.
-Que no, que no, que no es una cagada de esas... mira. Me desnudo y le enseño mi obra. Parezco un Alemán en Torrevieja un 2 de Agosto. O una gamba de Huelva.

-¡Ay la madre que te parió! pero si estás en carne viva.
- Yo es queee... quería darte una sorpresita... quería raparme los huevos y eso... pero claro, quedaba mal, y tirando, tirando...
- Pero.. ¿cómo lo has hecho? ¿con hacha?.
- No. Yo creo que ha sido la crema hidratante. Ahí si que me ha empezado a picar.
-¿Qué crema te has echado?
- Esta...- ¿La desmaquilladora?.
-Jajajajajajaja.

Varios días después por fin se pasan los picores. Lo peor ha sido el culo. Me he retorcido como si tuviera lombrices. Parecía que había plantado el ano en un avispero. El pecho pica y la zona genital. Tanto me he rascado que un amigo me preguntó "Tío... ¿no te habrás ido de putas y te han pegado algo?".
Hoy voy a intentar hacer el amor con mi mujer. Estos dos días ni me la he meneado. Cualquier movimiento irritaba alguna zona de mi cuerpo y terminaba rascándome mientras veía como mi pene (casi la única zona de mi cuerpo que no está irritada) se bajaba. Ahora me noto mucho mejor, casi no me pica nada, no tengo nada irritado. Ayer tenía unos granos rojos por todo el cuerpo, como picaduras de mosquito. Mi mujer decía que tenía "cada poro de tu cuerpo cabreado contigo". Pero hoy se va a cagar. Eso si, le diré que se abra de piernas en el borde de la cama. No quiero roces.

Este texto forma parte de la colección de relatos de Humor "Crónicas del absurdo" que pronto verá la luz.

Friday, August 04, 2006

Momento calle Monichi

María es la vecina de enfrente. Ha decidido coger a una mujer, también mayor, para que le ayude, pues ella tiene varias dolencias pequeñas, pero molestas. Sin embargo, la mujer que metió en su casa era una especie de liliputiense, que se parece más a Bilbo Bolsóm, el tio viajero de Frodo, en las escenas finales de el señor de los anillos, que a una mujer mayor. Y resultó que Bilbo Bolsón un dia se quedó sola en casa y comezó a preocuparse, y ya se acabó de alarmar cuando llegó al váter y vió el agua azul, producto de unas pastillas colorantes para el agua del wc, circunstancia a la cual Bilbo vivía ajena, es más debido a su edad no sabía ni que existían. Lo primero que pensó fue: Dios mío a esta mujer le ha pasado algo muy grave para que tenga que mear azul. Total, que Bilbo se fué al centro de salud toda preocupada y cuando llegó a la puerta preguntó ¿ha estado por aquí María?, qué Maria, preguntó el médico, y Bilbo afirmó: Maria, la mujer que mea azul.
La casa de María es lugar de sabiduría y conocimiento. Léase, centro de cotilleos del barrio. Y el cotilleo es cosa que te obliga al menos a escuchar, claro, tu dices, al menos voy a ser educado, es una mujer mayor, en fin que trabajo te cuesta. Y entonces se produce lo que llaman el momento calle Monichi. La calle Monichi no es solo y únicamente una calle, sino un concepto en sí mismo.
"Si hombre, no te acuerdas de fulanito" y claro, tu no te acuerdas de fulanito ni sabes de qué te están hablando, es más ni te interesa lo más mínimo, pero eso da iugal porque ellas, de todas formas te vana explicar quien es fulanito y toda su parentela con pelos y señales y mientras menos interés tienes tu en saber quién es fulanito, más interés ponen ellas en explicartelo. Por ejemplo: que si que fulanito está casado con la prima de la tia de la que se casó de penalti en la calle menganita, que es primo de la madre de la cuñada...etc, etc. Y yo siempre que me pasa eso siempre digo lo mismo, digo: "ah si, que la madre vendía cupones en la esquina de la calle Monichi", y ya quedas bien, porque parece que estabas escuchando y claro, eso no tiene nada que ver con lo que las demás hablan, pero total, queda gracioso. Y de ahi nace la expresion momento calle Monichi.
Momento calle Monichi es la expresión más adecuada para romper una dinámica absurda en la que ustedes involuntariamente se vean involucrados. Por ejemplo, después de batallar toda la mañana en el trabajo aguantando al jefe, vas al supermercado a hacer la compra, aguantas la cola, encuentras aparcamiento cerca de casa, subes las bolsas de plástico, esas que por culpa del peso te dejan todos los dedos enrojecidos y cortados. Cuando estás subiendo los ultimos escalones para entrar en el tan anhelado lugar de descanso y asueto, es decir el hogar, de repente te llega una vecina con bata de guata y rulos, que te dice uy niño que mala cara tienes, a ti te pasa algo, cuentame tus penas y comienza a darte la tabarra. Abres la puerta con la llave y empiezas a meter en el frigorífico las cosas del supermercado, mientras la vecina se queda en la puerta cotorreando, y ni entra ni sale, con lo cual tienes que estar pendiente de la puerta, de la vecina y de meter tus chismes en el frigo.
De repente acierta a pasar por allí otra vecina que cuando ve el cotorreo se apunta a la fiesta y hala dos cotorras en vez de una. Y como resulta que el piso está en lugar de paso, toda la que pasa por allí se va apuntando. Y una dice: yo vengo también del super y he comprao un vino blanco baratisimo y riquísimo. Abren el vino y luego otra botella y otra, con lo cual que se montan allí un fiestorro por el cual Pedro Almodóvar pagaría, tan escaso como está últimamente en sus películas de ideas, y los guionistas de "Aqui no hay quien viva" lo adaptarian. Hasta que llega alguien de tu generación, de tu mundo y te dice: momento calle Monichi, y entonces plaf, no cambia absolutamente nada, pero al menos compartes con alguien la sensación de que aquella situación es absurda, y de repente te relajas y dices, bueno ya que no las puedo echar al menos voy a pasarlo bien.

Sunday, July 16, 2006

Olas que rezan

Olas que hablan, olas que rezan, olas lejanas
y entonces te recuerdo, como un punto
en el horizonte, al borde de ti misma
bañándote en tu propio ser,
jugando con los ribetes de tus espumas
y los ecos remotos de los delfines.

Eres inmensa y profunda,
te pueblan seres transparentes,
como tus pensamientos inteligentes,
como una pregunta
Eres esquiva e incomprensible, a veces,
pero habita en ti la fuerza primitiva
del planeta, la que forja hombres
y pare futuros hermosos.

Eres camino y destino, flecha y horizonte
singladura con viento favorable,
leva tus anclas, partimos al futuro.
Tenemos a favor el destino, los elementos
tu lo llamas Dios y yo Gaia, pero se funden
en las tempestades.

Los días de tormenta, lucharemos,
excavaremos un agujero en el cielo
pelearemos hasta caer muertos
Los días sin viento concitaremos a los dioses
del mar
para que nos lleven allí donde queremos ir.
Los de sol, pescaremos cangrejos, y beberemos ron
mientras inventamos historias que nos harán reír.

Lo siento

Siento mucho no haberte amado como tú merecías,
pero el amor es como un gato huraño
que persigue a quien no lo necesita,
Siento no haber jurado por ti como tu pretendías,
pero los juramentos son juegos de adultos
que nunca despertaron mi curiosidad.
Siento haberte hecho daño muy a mi pesar
y siento no haber sentido por ti más que confianza,
respeto, cariño y amistad,
algo con lo que otros construyen rascacielos.
Pero siempre me dieron miedo las alturas,
a estas alturas sólo busco una casa de campo,
sencilla y humilde,
donde pasar los días plácidamente con el ángel
al que amo.

Al borde del azul

Asomado a la orilla de mis recuerdos estivales,
celestes, dichosos,
los que guardan cada secreto de mi pasado
contemplo el sol que nos da fuerza,
ordena el mundo y hace que mi corazón lata emocionado.
Ahora que, afortunadamente,
sé que no seré lo que quise ser,
sino lo que el destino conspiró, doy gracias
y me zambullo en el líquido del pasado
Mujeres, madres, bronceadas, pioneras y libres,
fui hijo de todas.
Hijos de funcionarios, la última generación bien educada,
con la nariz manchada de nocilla.
Fui hermano de todos.
Hijo del verano y hermano del sol,
me volvía líquido bajo el agua.
Aún espero a la puerta de casa, toalla en mano,
el primer coche que pase para llevarse al borde del azul
para darme un chapuzón de belleza en el ecuador del verano,
la estación del corazón en que todo fluye y la vida se desata
antes de que el otoño nos adormezca
de nuevo entre las mantas del invierno.

Thursday, June 15, 2006

Muchos ni siquiera luchan

Muchos ni siquiera luchan. Si se caen al agua, no bracean. Este relato de un voluntario de Cruz Roja de Tarifa deja clavada en la mente una espina -de duda, de sinrazón-, como una foto ensartada por una tachuela en la pared. Pero si esta frase es desconcertante, más aún su explicación. Los voluntarios siguen con su relato: ninguno sabe nadar, se ponen nerviosos, los subsaharianos ni siquiera luchan por salvarse si se caen al agua, se quedan quietos y se dejan hundir en las profundidades del océano, como una aceptación irracional y prematura del final destino humano.

La mente se rebela ante esta revelación. Pero, ¿y el instinto de supervivencia?. ¿y los voluntarios, que hacen?. ¿No hacen nada por salvarlos?. La respuesta es aun mas alarmante. ¡Son 30 segundos! Es increíble lo rápido que puede morir una persona.Uno no puede dejar de asombrarse por todo esto, pero quizá no se trate de algo racional, o al menos, no para alguien de nuestra cultura. Ante la duda decido seguir escuchando las explicaciones de los voluntarios.
No saben lo que es el mar, igual no lo han visto nunca, y no saben que pueden por lo menos intentar salvarse, que se puede flotar. Nosotros no alcanzamos a comprender...

Ellos, que viven cada dia con el drama del Estrecho de Gibraltar, tampoco alcanzan a comprender. Intento imaginar la reacción ante el oceano de alguien que nunca haya visto el mar, pero no puedo, del mismo modo que alguien nacido y criado en Europa o cualquier otro pais del llamado primer mundo tampoco puede imaginar como es vivir en medio del desierto en una absoluta pobreza. O cómo es llegar a este supuesto paraiso en una pequeña embarcación viendo las luces de Gibraltar a los lejos, como una guirnalda, con ecos de fiesta y música en medio de la noche. Con una esperanza blanca en la mirada, y una inmensidad negra alrededor. Llorando por culpa del miedo frío, nervios, -muchos nervios-, quemaduras por la mezcla del combustible con agua salada y dolor de cabeza. Niños, mujeres embarazadas después de ocho horas de viaje en una patera. La angustia hace infinita la distancia.Y sin embargo estamos al alcance de la mano, y sin embargo en unas horas nos separan los siglos. Un petate atado con cinta de embalar en el que llevan ropa, frutos secos, a lo mejor garbanzos secos, y el teléfono móvil para llamar a las mafias que los explotarán, como todo equipaje. Y sin embargo flota un nido de sueños en una patera.

Una culpa que nunca es de nadie empuja, y el mar siempre se enluta de juventud africana segada prematuramente. Si el agua cobra en vidas, el océano social mata conciencias. Desde vuestra orilla no pueden verse cuantas miserias humanas se esconden entre el brillo de las luces.
¿A qué venís? en este litoral no queda tiempo para la cortesía. Os aguarda un recíproco miedo, un esclavo servicio en la penumbra.¿Es el Estrecho asesino?. 4000 silencios africanos responden bajo el océano a esta certera pregunta. 4000 llantos, o quizá más. 4000 almas bucenado entre petroleros, atunes, líquenes y delfines, bajo la atenta mirada de los satélites y los submarinos, que a nadie parecen importar, sin que nadie derrame un a flor en el mar de la memoria.
Hemos rescatado muchos muertos. Eso es lo más duro: tirarnos al agua a las cuatro de la mañana y sacarlos ahogados, cuentan los voluntarios de la Cruz Roja. Son ciudadanos normales y corrientes, profesores, cajeras de supermercado, conductores, trabajadores con sus aburridas vidas a acuestas que viven junto al mar y ven como llega entre las olas un mudo lamento que podría ser humano. Cuando uno mete las manos en el mar es como si alguien te acariciara y si miras con detenimiento hacia el fondo quizá halles familiares y oscuras siluetas. Las gaviotas trajeron tu anillo y sigo buscando. Te veo en las crispadas aguas del Sur y sigo buscando, adivinó el poeta Abderramán El Fathi.

Si desembarcan en la playa no tienen problemas. Pero si llegan a las rocas, hay cadáveres seguro. Les ves llegar cada día y te planteas que puedes ayudar. Te miras en el espejo y piensas. Tengo dos manos, dos pies, sé hablar idiomas, puedo ser util. No dormían tranquilos cuando veían las pateras desembarcar o naufragar. Sus manos son lo mejor que les puede pasar a los que se abandonan al océano. Las migraciones son inevitables, y mientras no se pueda llamar vida a lo que tienen allí, seguirán viniendo, opinan. Los marroquíes escapan. Y los subsaharianos se quedan sentados en la playa, esperando, como si viniesen de otro planeta y el tiempo para ellos tuviese un significado distinto.

La nueva isla de Ellis se llama isla de las Palomas, cerca de Tarifa, el punto donde se supone que se separan el mediterráneo y el atlántico. Allí solo hay un centro de acogida de la Cruz Roja, donde les ofrecen algo de comer y de beber y un poco de ropa antes de devolverlos a sus países de origen. Esta es la isla de los emigrantes, la isla de los olvidados. Viendoles comer tristemente uno puede adivinar las historias que han dejado atrás. Quizá huyeron de las matanzas tribales, del odio cerril y la incomprensión mutua.

Los que logran llegar vivos, huir de la policía, y adentrase en el país, aún no han superado todos los obstáculos posibles. A 200 kilómetros al norte del Estrecho, ya en las campiñas sevillanas es habitual la imagen de adolescentes que salen de debajo de un camión llenos de grasa después de haber hecho la travesía instalados en un camión que luego se introdujo en un ferry. Bajan del camión en la primera parada en que el vehículo encuentra para repostar. Marchena (Sevilla) está en la ruta de salida de los camiones de mercancías desde el puerto de Algeciras, uno de los mayores de Europa, hacia el norte.

En este pueblo, un inmigrante adolescente y renegrido salió de debajo de un camión, caminó un largo trecho por la travesía urbana de la carretera y por fin entró en un bar, donde pidió agua y tuvo su primer contacto con un europeo. El dueño del bar no solo no le ofreció agua, sino que lo echó del local. Cuando el joven desolado, ya caminaba de nuevo por la calle, uno de los clientes del bar que había sido testigo de la escena, después de reprender al camarero por su actitud, cogió al adolescente y se lo llevó a su casa, allí le dió ropa, comida, le permitió ducharse, y finalmente le ofreció dinero para que siguiera su camino. La ultima barrera que deben sortear es la actitud hostil. De entre todos los inmigrantes que llegan a España, los magrebíes son los menos valorados y peor tratados según las encuestas oficiales.

Andalucía, región sur de España, es hoy frontera natural entre la región más pobre del mundo y una de las más ricas. Los 16 kilómetros del Estrecho de Gibraltar hoy separan nada y todo, vida y muerte, océano y mar, infierno y paraíso, pasado y futuro, blanco y negro, Alá y Cristo. Sin embargo, 16 kilómetros son solo eso, 16 kilómetros, que desde el cielo de las aves son esencialmente iguales, porciones de tierra separadas por una lengua de mar, en nada diferente a otras regiones del mundo. 16 kilómetros de importancia estratégica con presencia militar de dos superpotencias, EEUU y el Reino Unido que tienen en las cercanías sendas bases militares, y son vigilados por satélites desde el espacio. 16 kilómetros surcados cada día por centenares de buques petroleros y de transporte de mercancías, naves militares y miles de especies de peces y aves.

Aunque África siempre fue pobre, no siempre Andalucía fue rica, de hecho hace 20 años, -en torno a 1971- fue tan pobre que un millón de personas, casi el 40% de su población se vio obligada a emigrar. La mayoría de los andaluces de hoy aun no han tenido tiempo de curar su melancolía por los emigrados a las regiones norteñas españolas y europeas, cuando por el sur les llega el futuro queriéndose mezclar con su presente pluscuamperfecto, en forma de sucesivas oleadas migratorias procedentes de Africa y América del Sur. Se trata de uno de los cambios sociales más significativos de la vieja nueva Europa que se está repitiendo en muchos países meridionales. Sevilla es la capital de Andalucía región sur de España, el primer lugar al que llegan los emigrantes en el llamado primer mundo. Muchos allí, y aún en el resto del mundo no entienden porqué los subsaharianos arriesgan sus vidas de esta forma para llegar a una tierra, que siempre fue lugar de paso.

"Yo he oído a esta gente decir que no tienen miedo a perder nada porque no tienen nada que perder, ni siquiera la vida" afirma Ahmed Ben Yessef, pintor, y pionero emigrante marroquí. "Cuando yo llegué a Sevilla, hace 40 años, algunas partes de Tetuán estaba más desarrollada que Sevilla. Hoy hay una diferencia abismal entre ambos países". Los inmigrantes marroquíes son los más numerosos de la región.

Historias como las del guineano Ablay Kandé son moneda común en los países ribereños del Río Níger. En el 2000 sucumbió al sueño de una vida mejor, acosado por la pobreza extrema de Fatick una aldea que solo ofrecía sal para comerciar, entre la nada del desierto y la nada del océano. Asumió su peso de primogénito, reunió algo de dinero, -500 euros, vendiendo sus cabras- dejó a su mujer y sus tres hijas con sus padres. Se despidió de su mundo, susurró una nana al oído de su hija, una promesa de amor eterno en los oídos de su esposa, una esperanza de prosperidad futura en los de su anciana madre y puso rumbo al norte. Todas las esperanzas de ellas viajaron con él.

Cruzó países, atravesó fronteras sintiéndose libre como un pájaro que surca seguro el horizonte en busca de su destino, con la mirada fija en un punto impreciso, una luz como un faro de las costas del norte. Se supo a merced de las turbulencias en Bamako, capital de Mali, pero no entendió que la empresa le costaría la vida hasta legar a la primera puerta del desierto, Gao, donde se unen todas las rutas del tráfico ilegal de personas.

Le ofrecieron cruzar la permeable y desértica frontera a Argelia después de pagar mucho por un papel falso, pero supo que el desierto se traga cada día mas vidas que el océano, y que los que le pedían centenares de euros a cambio de un sueño le abandonarían a su suerte a la menor ocasión sin devolverle siquiera la despedida. En el primer enfrentamiento con la policía o con los militares, o por cualquier avería en el vehículo expondría su vida.

"Nadie sabe lo que puede pasarte en el desierto, por eso yo no volveré a viajar en mi vida de esa forma. Primero porque puedes morir fácilmente, segundo porque los soldados, los policías argelinos, pueden matar a cualquiera" le contó Mohamed Kasha, de Ghana, que había sido deportado tres veces.

"Estoy muy triste, porque lo perdí todo. Para probar suerte, lo intenté la primera vez. Perdí dinero. La segunda vez volví y perdí dinero, no voy a repetir una tercera vez. Es mejor regresar, empezar de nuevo mi vida en mis país". Contaba cabizbajo Amadou Kandé, también deportado a Gao varias veces.

Sin embargo Suleiman Kandé dice que no tiene miedo a la muerte, "tarde o temprano todos moriremos". "Si pasas dos años en España ganas mas que el que ha nacido en Senegal y vive allí 40 años".

Saturday, March 04, 2006

Merry, nada que ver con Tolkien



-¿Serías capaz de dejarlo todo e irte una temporada, al Perú por ejemplo?

-No puedo irme, Víctor, me ata mi trabajo. No estoy dispuesto a dejarlo.

-Irse, no es una decisión fácil de tomar.

La música sonaba alta en el local de copas. Paredes pintadas color melocotón,

diseño internacional, sofás por todos lados, música de los ochenta, clientela

variopinta, exposiciones de cuadros y fotos, gente fumando porros en los

cuartos de baño, té moruno y tarta de manzana los domingos por la

tarde. Afuera, una ola de frío polar congelaba toda Europa y nosotros

esperábamos sólo por divertirnos que nevara en este sur que hacía meses que

no podía mirar a la cara al sol por la inclemente lluvia. Era un bar muy

pequeño así que las conversaciones a veces se enredaban unas con otras, las

vidas se mezclaban y hasta parecían confundirse con la música electrónica

que lo unía todo rítmicamente.

Vanette salió del baño tras escribir en la pared "si me quieres, si me

amas, demuéstramelo en la cama 667678689” mientras mandaba un mensaje

por el teléfono móvil y se dirigía a la barra del bar al encuentro de sus amigas

Katia y Lorrina, para ocupar el rincón de la barra de costumbre de cada noche.

Esta última vestía de negro de y tenía un aire misteriosamente pálido, como

de duquesa lombarda pintada por Peruggino por su tez particularmente

blanca o por su extraña manía de estarse horas y horas sentada sola en un

taburete de la barra del bar mirando lánguidamente cómo el tiempo pasaba.

-Víctor, me ha costado mucho aprobar unas oposiciones en el banco para

tirarlo todo por la ventana.

-¿Fernán, la ilusión de tu vida es tu trabajo?. Si es así tus jefes deben estar

satisfechos.

-Mi ilusión es mi felicidad, no vivo para trabajar. Estoy ahorrando para tener

mi vida propia.

-Una amiga mía se acaba de ir a Perú, con una ONG. Hoy me ha enviado una

carta. ¿Quieres que te la lea?. La tengo aquí.

Una vez en la playa, hace años, Merry -ese era el apodo de la familia, nada que

ver con Tolkien- se encontró con una vieja que decía leer las vidas pasadas. Le

dio pena porque nadie iba y fue a charlar un rato con ella. La vieja le dijo que

había sido una aborigen australiana en su vida interior, que ella era una mujer

de conocimiento -quiso decir bruja- y que tenía una misión que cumplir en

Perú, que debía viajar allí. La joven dio unas monedas a la vieja, sin hacer

demasiado caso.

-Vale de acuerdo léela.

La carta desde Perú dice así: “Hoy fue mi día de cocina en la Caravana.

Tremenda tarea. Ahorita somos quince más dos visitas que tenemos. La

comida quedó muy rica. Los días de cocina son interesantes para mí, porque

me permiten meterme para adentro, dar lo mejor de mí, aunque de una forma

muy particular, como materializada. Aquí en Perú, el ritmo, el tiempo sucede

de otra manera, la relación con las cosas es más directa, más profunda. Hoy en

la cocina me percaté. Estaba desgranando maíz muy lentamente para que no

se rompiera, mis manos estaban impregnadas del olor y caldito del choclo,

sintiendo su textura, su suavidad y frescor, sus pelitos. Quizás estuve una

hora o más desgranando. Quién sabe cuánto. Para mí, ese tiempo se cuenta en

un plato hondo de granos”.

En la barra del bar había tres jóvenes de belleza cuidada, de unos

veinte años. Uno de ellos, de pelo largo teñido de rubio recordaba a Kurt

Cobain, aunque mucho más fornido, era guardia de seguridad y su ilusión: ser

boxeador.

-No me gusta pegar por pegar pero me gusta el boxeo, decía. Por ejemplo

contigo no me pelearía. Bueno sólo si no me miraras con respeto en la calle-.

Decía a otro amigo que le escuchaba con admiración.

-En cierto modo, no me iría por ahí, no puedo. Y la respuesta, aunque te

resulte fácil, está muy estudiada. No puedo, me ata mi trabajo.

-Fernán, ¿quieres olvidarte un poco de tu trabajo?. ¿A ti te gustaría irte o no?.

Imagínate que pudieras, que no tuvieras trabajo.

-¡Ah!, si yo tuviera mi vida resuelta y no tuviera por qué preocuparme a fin de

mes. ¡Por supuesto!. A mi no me ata nada ni nadie. Pero dejemos esta

discusión y sigue leyendo la carta de Merry.

“Me sorprendo quitando piedras de las lentejas como la mamá de Alfanhuí y

todas las mamás de las mamás del mundo. La quinoa, el alimento de los

Andes, rayando la panela. Redescubro el placer que me producen las cosas

simples, las cosas como son y la relación que eso te permite tener con ellas. Yo

lo llamo simple, aunque realmente para casi el resto de los occidentales sería

complicado, quitar las piedrecillas de las lentejas una a una, o de la quinoa

todavía peor. Quitar esas piedras es como un mantra. Como estar con mi yo

más profundo, como parar el mundo y escuchar los ruidos sutiles, desde el

latido de mi corazón a los pajarillos cantando afuera. Hasta el calor del

mediodía, que también tiene su sonido. Yo lo he escuchado”.

Merry encontró en los años siguientes a varios videntes más y todos le decían

lo mismo, que era una “mujer de conocimiento” y que tenía que viajar a Perú,

pues allí encontraría lo más importante de su vida. Incluso uno de ellos, a

quien conoció en un pequeño pueblo de Aragón, le instó a que rápidamente se

pusiera en viaje y le buscó un grupo de personas que casualmente viajarían a

aquel país sudamericano. Ella rechazó la invitación diciendo que nadie

decidiría ni influiría en sus planes ni en su vida. Años más tarde, ya sin

trabajo, decidió apuntarse a una caravana solidaria con una ONG que

trabajaría con los indígenas. Ella aún no sabía a qué país viajaría, pero cuando

se lo dijeron, el corazón le dio un vuelvo. Su destino sería Ecuador y aún no

sabía si viajarían al vecino Perú, aunque el plan del viaje no lo contemplaba.

Víctor no pudo evitar responder allí mismo la llamada de Merry, pidió un folio

y un bolígrafo en la barra y escribió.

“9 de enero del 2003. Hola brujilla. Como andas. Muy bien por lo que leo. Hoy

me llegó tu carta y me quedé sorprendido por cómo cuentas las cosas. Hablo

de sentimientos, de percepción. Se te está pegando mucho y bueno de allí.

Hasta estás cogiendo el acento. De vez en cuando voy a al bar y le doy saludos

de tu parte a tu hermana. En la próxima carta quiero que me cuentes todo lo

que puedas, con muchos detalles.

Aquí no hay muchas novedades sólo que hace un frío horrible y hace meses

que no para de llover.

Esto parece el norte en vez del sur. Espero que algún día nos veamos otra vez

y podamos de nuevo ver la luna y las estrellas, encaramados a los tejados

como dos gatos. Pero no te des mucha prisa. Disfruta y aprende. Un beso

desde lo más profundo”. Cuando acabó de escribir a su brujita, preguntó a su

amigo.

-¿Dejarás todo lo que quieres hacer para cuando seas viejo?. Sólo entonces

tendrás la vida resuelta. Resuelta y acabada, Fernán.

-No lo sé, Víctor. Ahora mismo me conformo con poner mi granito de arena en

lo que está más cerca de mis posibilidades.

-Yo no te censuro que conste, sólo te observo.

-No es obligatorio que todo el mundo se vaya al Perú. Yo por ejemplo no me

iría.

No por nada sino porque no sé si me merecería la pena dejarlo todo y cambiar

a una nueva vida, un nuevo mundo, nuevas gentes, nuevos amigos. Además

no me gustan demasiado los viajes. Y creo que para vivir ciertas cosas no es

necesario dejarlo todo e irse a Perú.

Víctor miraba a su alrededor en el bar y no le gustaba lo que veía. Era muy

difícil encontrar a alguien verdaderamente feliz. Debe ser increíble que tu vida

tenga un destino especial, y hay que ser muy valiente para cumplirlo. Pero si

al final, consigues ser feliz, todo merece la pena.

Un hombre huraño que fumaba tabaco negro y bebía coñac observaba a la

pandilla del boxeador con ojos resentidos, y la mirada llena de barro. No le

gustaba. No se gustaba. Tenía un miedo amargo y cruel acumulado desde

hacía años y ya no se acordaba porqué. Su amigo argentino le previno en

varias ocasiones que no insultara a la pandilla de los boxeadores, pues ellos

eran más, eran fuertes y más jóvenes. Sin embargo, el hombre huraño no se

pudo contener e insultó al boxeador.

-Pues si no te gusta la violencia ¿cómo es que te has hecho boxeador?. -Le

dijo-. Eres un estúpido.

-El boxeador le miró con ira.

A su derecha, en la barra, Víctor vio a una pandilla de muchachas jóvenes tan

sobradas de hormonas y mala leche como carentes de sentido común.

Vanesa acababa de abrir los ojos como platos porque había visto que su peor

enemiga que te cagas, la infausta Beatriz acababa de entrar en el bar con su

novio Lucho, ex de Lorrina y Ana, hippie oficial del bar, amiga de ambos.

-Me he apuntado a un cursillo de Tai Chi, -dijo Ana la hippie, otro sobre

teatro, y otro sobre sexualidad masculina.

-Cariño, qué culta y preparada nos vas a salir -repuso su amiga Bea- . ¡Qué

chula eres, joía pol culo!-, le chilló, pellizcándole al mismo tiempo la mejilla y

la almejilla, en un arrebato incontenible de varios microsegundos, apenas

imperceptible por el resto de la humanidad. Lucho seguía callado, pensando

en viajar.

-Oye Ana, me acompañas al baño, a hacer bollería fina?

-¿Qué?.

-Tú no te preocupes, verás que bien.

Lucho despertó súbitamente de su ensimismamiento y vio a las dos amigas

que se iban al baño.

Allí estaban ya terminando de cotillear sus enemigas Vanesa, Katia y Lorrina.

Víctor y Fernán apartaron la mirada de aquellas tres extravagantes muchachas

y volvieron a leer la carta de Merry, que era lo único que parecía tener sentido.

“La cocina es un lugar para la alquimia pura, mientras transformas los

alimentos hay un acto paralelo de transformación del yo. Nunca se sabe qué

va a salir de ahí, depende de las mezclas que se hagan y como reaccionen éstas

juntas. Después de este intenso día de magias cocineras voy a visitar

a la lunita que está toda coqueta y está brillando tan fuerte que parece que me

llame, creo que quiere invitarme a dar una vuelta por esa arenita tan fina para

que la brisa fresca del río me pueda besar en esta noche clara. Adiós desde mi

pequeño paraíso”.

-Fíjate, Merry está cumpliendo su sueño. Se le nota en la forma de escribir. Es

feliz. Dijo Víctor.

-Sin embargo, para otros, hacer eso sería una locura.

-A veces, una locura es no hacer aquello que se desea. Cuando hablo contigo

me da la sensación de que aquí estamos como atontados, en este supuesto

colchón del bienestar. Que los que vienen de lejos están como más vivos. Lo

supe cuando el otro día un argentino me dijo que los poemas son como

grandes olas que chocaban contra un muro, incesantemente, una y otra vez.

Nunca había oído a nadie hablar así. Sin embargo tú eres tan.... previsible. ¿Y

tu, Fernán, cuál es la mayor locura que has cometido?.

-Ay, pos no sé. Ahora mismo no caigo, así en frío. Quizá fue una vez que vine

borrachuelo este verano de una noche de marchuki, y con todo y eso, a las

tantas de la mañana me puse a chatear.

Quedé con un desconocido en la playa, para pasar el día sin conocerle de

nada.

Un hombre de unos cuarenta años de larga barba y traje gris garabateaba un

cuaderno, solitario en un rincón del bar, mientras bebía una copa de

aguardiente.

Pecado es ver pasar un cuerpo armonioso y no bendecirlo. Pecado es no

haber sentido en las retinas la caricia rosada del sol besándote el rostro

mientras juega con la brisa en las ruinas de la fortaleza del puerto. Pecado es

no saber lo que es el corazón desarbolado del ser amado latiendo junto a tu

pecho, después de haber trotado sobre la playa como dos caballos purasangre

que se desbocaron cuando la tempestad se desató. No desear a quien se ama,

cuando se ama. No amar la belleza. No amar al mar. No amar. Es pecado. Es

pecado no pecar. Es pecado morir. Es pecado no vivir en vida. Así que ahora

que podéis, pecad como pescadores que se hacen a la mar por vez primera.

Como marinos que arriban a un puerto del Caribe en día de fiesta o hace falta

la muerte para que vivamos...” escribía en su cuaderno el hombre solitario que

bebía aguardiente.

-No había dormido en toda la noche. Cuando al día siguiente, se me iba

quitando el sopor de la borrachera me sorprendí a mí mismo montado en un

autobús, camino a no sé qué playa, para encontrarme con no sé quién. Y ganas

me entraron de parar el autobús. Estaba asustado, yo mismo me sorprendí de

lo que estaba haciendo.

-Pero. ¿No te divertía?.

-No. Lo que parecía iba a ser divertido era producto de mi borrachera. En el

autobús ya me di cuenta que no había camino de regreso, ya tenía que llegar a

la estación.

-¿Y te bajaste y cogiste el autobús de vuelta?. ¿Que hiciste?.

-Pues nada. En la estación, vino un hombre y se acercó a mí. Era él. Me dijo

que me tenía el coche en la puerta. En el coche estaba esperando otro hombre.

-¡Tres!.

-Yo estaba sufriendo, temiendo lo mismo que tú has pensado. El caso es que

me monté en el coche... más locura todavía. Y venga andar con el coche...

-Esto se pone verdaderamente interesante.

-Y yo venga a dar conversación intrascendente... para quitar hierro a la

situación. Para relajarme, cosa imposible. Y para intentar conocer mejor a

estos perfectos desconocidos que me llevaban vete tú a saber dónde. Hasta

que les pregunté que dónde me llevaban porque la playa estaba cerca de la

estación.

Llevábamos mucho rato en el coche y el caso es que me llevaban por un

camino que no era asfaltado y eso ya hizo que se me erizara el pelo. Me

metieron por un sendero abierto entre unos cañaverales y eso ya me alarmó.

Les dije que yo iba con ellos con la condición de que pasáramos un día de

playa. Sólo eso. Y no sabía dónde me estaban llevando por esos sitios. Estaba

ya a punto de abrir la puerta y tirarme como en las películas. El hombre que

me recogió en la estación me agarró por el hombro y me dijo: vamos a pasar

un día de playa tal y como te prometí.

El que conducía el coche era el amigo del chateador. Era extranjero. Alemán.

Rubio. Alto. Con bigote. Aparentaba tener unos 35 años. El otro aparentaba

tener más o menos la misma edad. Moreno.

Has de reconocer que fue una locura por mi parte y quizá sea la mayor locura

que jamás haya hecho.

Cuando llegamos, aparcó el coche y allí estaban todos sus amigos y amigas...

con sus hijos pequeños. Todos habían quedado para almorzar juntos, como

dios nos trajo al mundo, junto a las olas y acariciados por la brisa del mar.

Eran hipies enrollados. Nos hicimos amigos y cuando les conté lo que se me

pasaba por la mente durante ese trayecto.... se partieron de risa.

El boxeador tenía en sus ojos la fuerza de la rabia veinteañera de dientes

apretados y golpes recibidos en el alma uno tras otro sin ni siquiera entender

porqué. El hombre huraño de barba romana y hálito alcohólico en el alma, tenía

la fuerza de miles de revoluciones irrealizadas, miles de sueños incumplidos y

miles de mujeres olvidadas. El joven boxeador miró al otro con ira contenida.

El alcohólico le devolvió otra mirada sobre la que galopaban caballos

desbocados.

-¿Qué pasa?. Che. ¿No somos seres humanos?. ¿No creemos en la palabra?.No

sean boludos.- Les separó el argentino.

Cuando los dos grupos de mujeres sin piedad se cruzaron hubo un silencio

denso y entonces acertó a pasar por allí un matojo de hierba seco rodando y se

levantó un aire desagradable, las glándulas sudoríparas comenzaron a manar.

Se echaron muy malas miradas, de esas que rajan y que hacen que las féminas

olviden que son el sexo débil y es entonces cuando sacan sus garras. Vane y Bea

tenían sobre sus espaldas, un poco de chepa, y escalofriantes historias difíciles

de olvidar y de entender por las mentes bienpensantes de aquel pueblo

pequeño, sureño y agosteño aunque fuera enero.

Aquello se estaba volviendo inconmensurable, inenarrable e indekapable

(palabra nueva que me he inventado para poder narrar lo que estaba pasando).

Cuando se cruzaron por el pasillo,

Vane le dijo a Bea, -¿qué pasa, ya vas a echar a perder a la pobre Ana con tu

bollería fina?.-Mira quién fue a hablar. De casta le viene al galgo, porque tu

madre bien que se lo monta con las vecinas y tú lo sabes y callas -dijo Bea-.

Anda y vete a hacer gárgaras, niñata, que el agua pasada no mueve molinos.

-Zorra, cocainómana, bollera, tortillera –dijo.

Vane gritó “¡cochinaaaaa!” antes de lanzarse encima de la otra como queriendo

comprobar si el pelo negro tan bonito que llevaba era natural, o por el contrario

era un pelucón de travestí que hubiese encontrado por alguna tienda de todo a

un euro. Y en defensa de su amiga, que ya se revolcaba por el suelo con la ropa

hecha jirones, se unieron a la trifulca las otras muchachas. Cinco niñas andaban

dándose mamporros en el suelo del pasillo del cuarto de baño en aquel bar de la

plaza más céntrica de aquel pueblo sureño, agosteño aunque un poco angoleño.

-Tortillera!, le decía una y otra vez Vane a Bea. Ana la hipíe defendía a su amiga:

-Tú te callas, que no tienes ninguna dignidad, ni sentido moral ni

estético. ¿Cómo se puede ir por la vida sin conocer a Marx, ni haber leído nunca

a Borges ni a Benedetti?.- Y mientras pronunciaba las tres sílabas finales del

nombre del insigne poeta daba por cada sílaba, un golpe con la pierna en el

estómago de Vannette, mientras recitaba: Me gustas cuando callas...

-¡Por lo menos les hago disfrutar porque lo que eres tú eres una calienta poyas,

dejas a los tíos con las ganas.

Entonces estalló de pronto Lorrina sacándose la espinita que llevaba clavada

contra Ana desde hacía años, y le arreó tal ostia que ésta quedó tendida

bocabajo en el suelo del cuarto de baño, llena de meos y otros líquidos.

Mientras tanto, y ajeno a todo cuanto ocurría, Lucho seguía ensimismado en sus

pensamientos. En el fondo quizá no necesitaré irme por el mundo con el

telescopio para ver si veo un agujero negro porque yo con ver el agujero de la

Bea tengo bastante. Como sus papás son ricos y de buena familia, bien pensado,

dejarla preñada será mi gran contribución a la lucha contra el capitalismo...

Un borracho vio al aprendiz de boxeador y al hombre de torva mirada

malencarados y los azuzó como perros en una batalla. Las palabras comenzaron

a elevarse de tono y se intuyó la pelea. Las hormonas comenzaron a salir por la

piel. Las pupilas se dilataron. Los músculos se tensaron como las cuerdas de una

guitarra. El camarero retiró vasos, botellas, y otros objetos cortantes. La gente

se alejaba y afuera llovía de forma inclemente.

De repente, el ambiente del local se alteró, se oyeron gritos. La gente empezó a

mirarse, como preguntando ¿qué pasa?. “Ha empezado a nevar”, dijeron y todo

el mundo salió afuera a conmemorar aquel verdadero portento de la naturaleza

que hacía cincuenta años que no se producía por aquellas latitudes.

Merry finalmente pudo viajar a Perú, escapándose de la caravana desde Ecuador

y gracias a la ayuda económica de una amiga, se quedó allí algunos meses más,

el tiempo justo para conocer a un chico el 14 de febrero, que la hizo madre justo

doce meses después.

Dos años después, Víctor repasaba las fotos de su reciente viaje a Perú, cuando

casualmente o no, se deslizó entre aquellas instantáneas de la felicidad, la

dramática foto que se hizo con Fernán, el día que nevó, y de repente, la tristeza

le invadió. Resolvió que tenía que hacer algo por él. Así que cogió unas maderas,

con sus propias manos construyó un pequeño altar para realizar ofrendas, y lo

llevó al margen de una carretera. Allí reunió a otros amigos comunes, hincó en

la tierra el altar, y dentro puso la foto del día de la nieve, varias velas, un vaso

con un licor peruano y una extraña flor tropical. En silencio, buscaron

recuerdos, palabras y situaciones comunes y las dirigieron hacia algún lugar

de lo infinito. Ahora, en aquel lugar junto a la carretera, los viajeros paran para

hacerse una foto mientras se preguntan quiénes serán los dos jóvenes de la

imagen dentro del altar.

El brillo de la perla negra

Ocurrió una noche en que Paulo terminó el trabajo más temprano de lo habitual, fue al centro a tomar una copa. Al pasar por un callejón de casetas de madera, se abrió una puerta y una mano lo arrastró hacia la oscuridad y lo encerró en una habitación.

Una negra desnuda, jadeante y sudorosa lo tumbó sobre la cama y lo hizo suyo en medio de la oscuridad sin darle la oportunidad de decir nada. Aquella negra se movía como un animal en celo. Ella abrió su cuerpo para él, que se vació como en una copa. Cuando la tormenta amainó, la mujer desconocida pareció recuperar su dimensión humana y le dijo que aquello no había sucedido en realidad.

Salió del camastro un poco confundido y se perdió por un dédalo de calles un poco huérfano, como si por vez primera hubiera sabido lo que es una mujer.

La volvió a ver un día en el mercado de los criollos brasileños, la negra Perla vendía especias traídas desde Brasil, algunas veces al mes y el resto del tiempo deambulaba por las ciudades. Ella le sonrió y le preguntó, con la naturalidad de los viejos amigos:

-¿Cómo te trata la vida?.

Estuvieron toda la tarde conversando, Paulo dejó todo lo que tuviese que hacer para más tarde, la invitó en un restaurante a la moda. Ella no dudó un segundo en hablarle de las idas y venidas a su Cuba natal y por el Caribe. Ya de noche fueron a tugurios de los barrios pobres de la ciudad a emborracharse y en medio de la camaradería, él le pidió que le volviese a hacer el amor como aquel primer día. Y ella aceptó con mucho gusto.

Después de aquel encuentro ambos acordaron que se verían más a menudo, tanto como les fuera posible, pero ella anunció que no podía dejar su vida aventurera, a no ser que dispusiera de un lugar decente donde alojarse en la ciudad. Fue entonces cuando Paulo le ofreció comprarle una pequeña casita de madera en las afueras y ella aceptó.

Poco después Paulo llevó a Rita a ver lo que sería su nueva casa, y ella quedó muy impresionada porque lo interpretó como una demostración de amor tan grande que ella no pudo evitar abrazar apasionadamente a su marido. En medio del jardín de su nueva casa, los dos esposos recordaron el primer día en que se conocieron hacía seis años y su primera conversación junto al río.

Paulo entró en un cine para curiosear y descubrió a una belleza morena de larga cabellera, que lo miró y le guió un ojo. Después de la función fue siguiéndola por toda la ciudad, ella caminaba con una señora mayor, probablemente, su madre. Hacía frío, había volcado el sur y quería llover. Entraron a una casa y él dio por finalizada la persecución.

Al poco tiempo salieron de nuevo, cargadas de regalos y se pararon a esperar un taxi muy cerca de donde él hacía lo mismo. Él le preguntó su nombre: Rita, respondió. Comenzó a llover. Paulo, caballeroso les cedió el taxi. Doña Alejandra madre de Rita quedó impresionada.

-Mira que joven tan educado, hija. Podrías hacerle un poco de caso. Lleva días detrás de ti. Le advirtió. Se llama Paulo y es de buena familia.

-Lo siento, pero no tengo ánimos para nada, respondió la muchacha.

Doña Alejandra estaba preocupada por su hija, que desde la muerte de su mejor amiga no paraba de llorar por los rincones, había perdido el apetito y estaba recuperando la costumbre de la infancia de pasarse la noche en vela mirando las estrellas y los días durmiendo. Un día que la descubrió llorando de nuevo, y después de muchas horas intentando hacerla razonar, le dijo secamente:

-Hija mía, enamórate de un gran hombre y no volverás a llorar. No un hombre que solo hable de sí mismo. Ni aquel que se pase las horas halagando sus propios logros. No busques a un hombre que te critique y te diga lo mal que te ves... o lo mucho que deberías cambiar... y que te abandonaría por un cabello más claro. Enamórate de un gran hombre y no volverás a llorar.

Rita entendió tarde que un gran hombre no es el que llega más alto, ni el que tiene más dinero, ni mucho menos el más guapo, y consoló su dolor y el vacío que sentía dedicando su tiempo a la búsqueda de aquel ideal, aun cuando supiera que era probable que nunca llegase a encontrarlo si es que existía.

Meses más tarde, un día en que la policía había prohibido el baño en el río Pilcomayo por el aumento de la corriente, Paulo y sus amigos planearon desafiar a la lógica para presumir delante de un grupo de chicas que había acampado para tomar el sol en la otra orilla. Pavoneándose, los chicos se despojaron de su ropa comenzaron lentamente a cruzar el peligroso río, guardando la precaución de nadar en diagonal a favor de la corriente. Cuando Paulo legó a la otra orilla y miró hacia el río, todos sus amigos habían cruzado menos uno, que se dejó vencer por el miedo y se lo estaba llevando la corriente.

De nuevo tuvo que lanzarse al agua y ayudarlo a cruzar, antes de que llegara a una zona de remolinos, justo al pie del puente.

Las chicas habían quedado impresionadas con la pericia de aquel nadador. Por si no le había salido ya la jugada bastante redonda, acertó a pasar por allí un pescador indio amigo de los chicos y les ayudó a pescar los peces más sabrosos, revelándole secretos de su tribu sobre cómo prepararlos. Paulo supo definitivamente que el destino estaba de su parte, cuando tras rescatar a su amigo medio ahogado, en paños menores, descubrió entre una de sus admiradoras a Rita, aquella chica del cine.

-¿Salvas la vida de las personas muy a menudo?. Le preguntó ella.

Paulo, con cara de auténtica sorpresa al verla allí, pues con tanto ajetreo no había reparado con detenimiento en el rostro de todas, dijo:

-Sólo cuando se trata de impresionar a chicas como tú. Esa fue la primera vez que hablaron.

Al ver su nueva casa, Rita se dio cuenta que había estado tan perdida en su mundo, que no hacía demasiado caso a su marido, siempre ocupado en sus negocios. En los últimos meses había buscado consuelo a su soledad acudiendo a las reuniones de grupos de mujeres ricas de la ciudad, pero resultaron acartonadas y previsibles, terminando por aburrirle.

Habría dejado de ir si no fuese porque una tarde apareció en el salón de los espejos del Casino de los Artesanos, una mulata cubana con un brillo especial en la mirada, que pronto se convirtió en el centro de las reuniones gracias a su sabiduría, a sus buenas maneras, que enseguida sorprendieron a todos, a pesar de que se le intuía un pasado más que turbulento y un origen ínfimo. Sin embargo era un placer oírla evocar viajes a remotos lugares de los pantanales de la selva de Brasil, infestados de pirañas, adonde ella acudía para recoger las plantas con que hacía sus mezclas y cocciones para adivinar el futuro o administrar remedios naturales. Rememoraba fiestas populares sobre las murallas de Cartagena de Indias en donde la invitaban a fiestas privadas de algún político-narcotraficante que siempre engendraban extrañas parejas de carcamales podridos de dinero y droga con modelos, presentadoras de televisión o cantantes de moda. En todos esos ambientes brillaba la negra Perla, y en todos ellos era simplemente una sagaz observadora.

Rita se dejó seducir por aquella negra, que comenzó a llevarla a los barrios del extrarradio y allí le mostraba las miradas de la necesidad en niños hambrientos y madres solteras, maltratadas por mil y un hombres, que chapoteaban en medio del fango de la nada. De allí le nació la necesidad de ayudar, pues Rita se identificó tanto con aquellas mujeres, que pensó que era una cuestión de pura suerte que ella misma no se encontrara en esa circunstancia, pues todas aquellas mujeres estaban o habían estado sujetas a la voluntad y capricho de un hombre. Y por vez primera en su vida entendió la necesidad de que una mujer se ganase su propia independencia económica. Quizá por eso Perla fascinaba tanto a mujeres como a hombres.

Cuando en la placidez de la tarde soleada de la casita de madera de las afueras y después de haberse volcado el uno en el otro, Perla contó a Paulo su amistad con su esposa, él entendió perfectamente que su vida estaba en manos de aquella mujer, pero no se alarmó pues sabía que a pesar de toda la parafernalia externa, era una mujer de principios de la que se podía fiar. Con el tiempo, Paulo se dio cuenta de que aquella amistad entre las dos mujeres podía beneficiarle, teniendo en cuenta la admiración que sentía su esposa por su amante.

La Perla nunca defraudó a Paulo ni le traicionó, fue la naturaleza la que se encargó de hacer las cosas más evidentes. Paulo había acudido a una consulta y le habían administrado un tratamiento de fertilidad, Panvimin, se llamaba. De repente Rita supo que Perla había tenido que irse de la ciudad aunque no se extrañó teniendo en cuenta su naturaleza viajera. Luego, ya no tuvo tiempo de preocuparse más porque llegó la noticia que cambiaría definitivamente su vida. Supo que estaba embarazada y eso les convirtió en un matrimonio casi feliz. Durante la gestación, vivieron los momentos más dichosos de su vida. Mientras crecía una nueva vida en el interior de Rita, Paulo veía crecer poco a poco su sueño de tener una pequeña casa de huéspedes, que había podido comprar gracias a su afán de ahorro.

Una madrugada lluviosa, Rita se puso de parto casi sin avisar y Paulo sólo tuvo tiempo de coger el coche y cruzar la ciudad bajo la lluvia. Nacería una niña de cara redondita y guapa a la que pusieron de nombre Montserrat.

Fue una niña emprendedora y traviesa, como su padre, y al tiempo soñadora y melancólica como su madre.

Poco tiempo después nació en una ciudad de la selva al sur de Brasil, Faber , un niño mulato, grande y poderosos de cuerpo y mente, que estaría destinado a dominar a sus semejantes, según dijo el chamán de la tribu, después de ingerir gran cantidad de ayahuasca. Con varias típicas excusas de hombres de negocios, Paulo pudo ver a su primer hijo varón, un mes después de su nacimiento en una choza bajo la lluvia amazónica, en los brazos de su madre. Perla le agradeció su visita, le dio la bienvenida y no le reprochó ni le pidió nada.



Los ojos de Maga
Es en medio de esta avenida de una gran ciudad, gris donde estoy contemplando por última vez a Raúl: nuestro entrañable anciano indigente de ropajes gastados que duerme sobre cartones en el portal de un abandonado cine. El cine está condenado a muerte: su solar ha sido comprado por una inmobiliaria, y cuando lo derriben, sé con toda seguridad que ninguna pareja de enamorados cuya historia de amor estuvo asociada a la intimidad de aquellas paredes, derramará un sólo lamento. Lo sé.
Tras intentar inútilmente por enésima vez que la secretaria de redacción del periódico me pague los artículos de este mes y del pasado, procuro no acalorarme demasiado y me muestro comprensivo con la compañera, que apenas ha llegado hoy de sus vacaciones de julio en alguna isla mediterránea e intenta aterrizas en medio de un caos de papeles. Voy a la máquina del agua, saco una botella y la bebo, mientras alguien me comenta la última estéril, absurda batalla política, en la que la oposición culpa al gobierno de un incendio. Mañana quizá le culpe de que un rayo ha desmochado alguna torre.
Aparto los visillos de la ventana de mi oficina y mientras escucho a mi colega contarme sus insignificantes problemas, como si fueran los más importantes del mundo, contemplo como Raúl intenta cruzar la calle sorteando con una seguridad temeraria los vehículos que circulan por aquella arteria, guiado por Maga, un labrador blanco con una mirada tan tierna como la de su dueño. Tan tierna que ninguno de los pocos que cada día le llevamos comida podemos dejar de sentirnos seducidos por la belleza del animal.
Un perro que en el fondo, hizo las veces de anzuelo para descubrirnos la vida de su dueño, a nosotros, que cada día escudriñamos a miles de personas intentando, sin conseguirlo, que nos cuenten algo que sea verdad. Los que queremos a aquel animal y a su dueño intuimos que el pobre perro se ha asustado en medio de un caos de ruedas y humo insalubre, por eso ha mordido a un motorista que le propina una patada, provocando un accidente de tráfico.
Mi colega llama a la policía, después de que ambos comprobamos preocupados, que en medio de una avenida yacen sin sentido, un viejo indigente, un motorista y un perro blanco en medio de un caos de vehículos en el asfalto casi derretido de agosto.
Media hora después, la ambulancia se lleva al indigente, al motorista y al perro, mientras la policía restablece el tráfico. Nunca más volvimos a verle.
-Creo que alguien debería contar la historia de ese hombre. Estas son las historias que merecen la pena. Dije a mi compañera, emocionado.
-La vida de ese pobre viejo y su perro no le interesa a nadie. -Me respondió-. Por un momento dudé.
-Voy a intentar publicarla, hablaré con el director.- Mi compañera sonrió irónicamente.
-Las guerras pasadas ya no interesan a nadie. Interesa la guerra de hoy. Métetelo en la cabeza. Dijo tirando sobre la mesa la portada del periódico del día que hablaba de la última polémica entre los dos partidos mayoritarios, mientras se daba la vuelta y avanzada por el pasillo central de la redacción, contoneando su respingón culo embutido en una falda de cuero negro, atrayendo las miradas de todo el mundo.
Durante el resto el día, caminé triste por la redacción, transcribí algunas notas de prensa, y terminé mi página de rigor, hasta que por fin, el jefe de mi sección me dio la tarde libre: -Es agosto, no hay noticias que contar, no tenemos ninguna historia interesante- argumentó.
-Yo tengo una historia interesante que contar.- Le dije.
-¿Que quieres decir?.- Mi jefe me observaba con cara de curiosidad,
-Quiero decir que es absurdo que no contemos lo que tenemos delante de nuestras narices, sobre las personas que tenemos al lado, mientras nos volcamos con el famosillo de turno o la ultima locura de EEUU, que no le interesa a nadie. O repitamos los mismos teletipos y ruedas de prensa que los demás diarios.
Mis compañeros me observaban como si dijeran, “te estás jugando el cuello, chaval”.
El director del periódico miró al suelo sin decir nada, se encaminó hacia su despacho apenas sin hacer ruido sobre la moqueta y entró haciéndome el gesto de que le siguiera. Cuando entré cerró la puerta a mi espalda.
-No me gusta que discutan la línea editorial del periódico en público, delante de los compañeros. Otra cosa es en privado. A ver, cuéntame la historia que crees que debemos contar.
-Bien pero es una historia larga. Repuse yo. No es una historia estrictamente periodística, pero te aseguro que es muy real y sobre todo reciente. Entonces resolví contársela de forma que pudiese vivirla, gracias a mi generosa imaginación, esa sería la única forma de convencerlo.
-Comienza. Te doy una hora. Si la historia es buena, la someteremos al comité de redacción.
Entonces empecé a contarla como si fuera una película.
La caravana se movía como un animal enloquecido mientras se ponía el sol tras las montañas. El joven Raúl ya sabía que tendría que hacerse a sí mismo, ávido de aprender sin nadie que le enseñase, lleno de preguntas sin que nadie le ofreciese respuestas. El odio se masticaba en su familia, en su casa, en su país. No podía soportar aquel aire, aquella agua estancada y maloliente así que decidió irse.
-Me gusta, pero resume, no tengo todo el tiempo del mundo, ahorra detalles y adornos poéticos.
-Pero los detalles son importantes. Repuse. La poesía es importante. La poesía llega al alma. La prosa sólo al intelecto.
-Bueno, bueno, no te enrolles y sigue.
En la caravana había toda clase de vehículos casi empotrados unos con otros, formando un tapón que impedía todo avance. Las gentes se lanzaban entonces fuera de los coches y los camiones empujados por el ansia de alcanzar cuanto antes el límite fronterizo. La mayoría eran trabajadores del campo y albañiles de sencillas alpargatas, de tez morena y manos cuarteadas por el trabajo. Entre los hombres de la caravana pesaba como una losa, un triste aire de desesperanza, como si ya no hubiese más batallas por luchar. Muchos de aquellos hombres miraban tristemente sus manos.
El director del periódico desplazó su mirada hacia sus manos, quietas, sobre la mesa de su despacho, martilleando el cuero de la cubierta de la mesa con el dedo índice, mientras las mías volaban por el aire, explicándose y captando su atención.
De repente sonó el teléfono en el despacho y el director descolgó el auricular, le dijo a su secretaria que no le pasase más llamadas a no ser que fuese algo realmente urgente, volvió a colgar el teléfono, se aflojó la corbata, se soltó el botón del cuello de la camisa y me miró a los ojos.
-Sigue.- dijo con voz fría.
La confusión invadía las calles, la aviación enemiga sobrevolaba los tejados. Sobre las escaleras de las catedrales, dormían niños y mujeres. Soldados aturdidos buscaban un jefe, mientras la muerte de los poetas pasaba desapercibida. Retumbaba el monte, el mar humeaba, y el lúgubre alarido de la sirena, llenaba de frío las almas, cuando los aviones surcaban el horizonte. Atrás quedaban los días azules y el sol de la infancia.
Cerca de los Pirineos comenzó a nevar sin tregua y muchos caminos y pasos fronterizos quedaron cerrados. Se hizo necesario entonces cruzar a pié con la nieve hasta las rodillas.
Raúl y su hermano se quedaron rezagados por culpa del cansancio, a la cola de la caravana, mientras los caminos ascendían por las pendientes cada vez más escarpadas y llenas de nieve. Los hombres más fuertes tenían que relevarse a la cabeza para quitar la nueve a paladas, que permitiesen que los demás pudiesen seguir avanzando. Era una tarea titánica. Decidieron pasar la noche en una cueva natural que encontraron cerca del camino principal, aunque la mayoría no pudo pegar ojo por culpa del frío a pesar de la candela que encendieron. Raúl tuvo que levantarse varias veces a calentarse los pies, pues los sentía tan fríos que temía se les fuesen a congelar.
Amanecía cuando Raúl despertó. No quiso perderse el espectáculo y se asomó a la boca de la cueva para adivinar cómo en medio de la inmensidad blanca emergían dedos rosados del alba. Finalmente el día se presentó como un regalo que no se podía desaprovechar. Los rayos de sol rebotaban contra la nieve como en un espejo.
De vez en cuando las nubes necesitaban contacto humano y descendían para

rozar algún castillo que reinaba sobre una cima rodeado de un barrio de

aspecto moruno, entre torrenteras que bajaban entonando el canto de la vida.

Vertiginosos desniveles rodeaban el camino, desafiando a la gravedad, entre el

reino de lo horizontal y el reino de lo vertical, entre el reino del hombre y el

reino de la naturaleza, abrochando, dando sentido. Vivir allí parecía un

desafío.

-Sé de lo que me hablas. Mi familia es oriunda de las montañas. Cuando yo iba

de visita siendo niño, siempre sentía ese vértigo al verlas.

-Claro. El hombre, siempre en lucha con la naturaleza, ha visto las fuerzas de la tierra desatadas, convirtiendo en escombros lugares como ése, tras alguna tempestad desatada. Los hombres de la montaña han visto al agua, aliada de las rocas, que locas bramaban por las laderas de la peña de los halcones acabando con casi todas las casas del pueblo. Aviso de que la madre tierra, siempre acaba por reclamar lo que es suyo.
Raúl, se sentía optimista y salió a dar un pequeño paseo para contemplar el paisaje. Su hermano desayunaba un poco de leche e intentaba calentarse mientras oyeron una vibración, primero imperceptible, y luego en aumento hasta convertirse en un estruendo ensordecedor, casi como un terremoto.
-Un alud. ¿Hay alguien fuera?. Gritó un hombre en el interior de la cueva.
-Sí, el muchacho moreno que viaja con su hermano salió a dar un paseo.
-¡Mi hermano¡. Gritó Toni. Hay que hacer algo por ayudarle.
Todos salieren afuera para contemplar que el alud había cubierto una gran área bajo la que probablemente se encontrase Raúl. Así que no había tiempo que perder, inmediatamente se organizaron grupos con palas para buscarlo antes de que se congelase bajo la nieve.
Fue en medio de la desesperación cuando por fin encontró como salido de la nada a Joan, el mejor amigo de su padre, que había viajado desde que salieron de Solsona con ellos sin haberse encontrado. Toni solo supo decirle entre lágrimas:
-Ayúdame por favor, mi hermano....
-¿Raúl está bajo la nieve?.
-Creo que sí, una mujer lo vio salir de la cueva justo antes de la avalancha.
Inmediatamente Joan organizó junto a varios conocidos su propio grupo para buscar a Raúl. Entre ellos había expertos rastreadores conocedores de la montaña, que viajaban con sus perros. Los canes no tardaron en encontrar algunas pisadas humanas, que pronto se perdían bajo la nieve. Los dos perros rastrearon cerca de una hectárea en una media hora y de pronto encontraron una mano en medio de la nieve. Siguieron cavando y encontraron a Raúl que estaba semi inconsciente. Pronto lo llevaron al interior de la cueva, lo taparon con mantas y le practicaron la respiración boca a boca. Lograron reanimarlo a los pocos minutos. Cuando Raúl abrió los ojos por fin, vio a su hermano con lágrimas en los ojos, a un grupo de hombres a su alrededor y un perro labrador de color blanco empezó a lamerle en la mejilla, diciéndole “bienvenido a la vida”.
Toni se abrazó a su hermano y cuando logró dejar de sollozar le dijo:
-Gracias a él, estás con vida.-, dijo señalando al perro.
El director no hizo ningún comentario, descolgó el auricular y le dijo a su secretaria:
-Convoque inmediatamente al comité editorial, antes de las dos. Me dio la mano con una sonrisa que yo intuí de enhorabuena y me hizo salir del despacho. Una hora después, el comité editorial había decidido que la historia de Raúl se publicaría. Sería un reportaje en la sección de sociedad, donde no había nada más interesante que contar. Inmediatamente, me puse a trabajar emocionado. A las tres de la tarde hice una pequeña pausa para comer un bocadillo de que previamente había pedido a la cafetería.
A las seis de la tarde el reportaje estaba concluido. Había logrado encontrar algunas fotos de Raúl y su perra, Maga, durmiendo en el portal abandonado del cine, que un día hizo un fotógrafo del periódico, y otra de Raúl, vestido de miliciano en la Guerra Civil.
El reportaje de dos páginas había quedado genial, estaba satisfecho de mí mismo. Una grata sensación que no duró mucho. Al poco rato me llamó el director para decirme que un trasbordador americano había estallado matando a sus siete ocupantes, al intentar entrar en la atmósfera y que necesitaba mis dos páginas de la sección de sociedad. La historia de Raúl nunca llegó a ver la luz en el periódico.
Apenado, saqué con la impresora el reportaje, lo doblé y lo metí en un sobre. Deambulé por las calles y luego busqué la tumba de Raúl y Maga, tan lejos del cine, tan lejos de la nieve. El sobre fue lo único que pude dejarles como un silencioso homenaje.