Relatos breves, poemas y paridas varias

Saturday, March 04, 2006

Merry, nada que ver con Tolkien



-¿Serías capaz de dejarlo todo e irte una temporada, al Perú por ejemplo?

-No puedo irme, Víctor, me ata mi trabajo. No estoy dispuesto a dejarlo.

-Irse, no es una decisión fácil de tomar.

La música sonaba alta en el local de copas. Paredes pintadas color melocotón,

diseño internacional, sofás por todos lados, música de los ochenta, clientela

variopinta, exposiciones de cuadros y fotos, gente fumando porros en los

cuartos de baño, té moruno y tarta de manzana los domingos por la

tarde. Afuera, una ola de frío polar congelaba toda Europa y nosotros

esperábamos sólo por divertirnos que nevara en este sur que hacía meses que

no podía mirar a la cara al sol por la inclemente lluvia. Era un bar muy

pequeño así que las conversaciones a veces se enredaban unas con otras, las

vidas se mezclaban y hasta parecían confundirse con la música electrónica

que lo unía todo rítmicamente.

Vanette salió del baño tras escribir en la pared "si me quieres, si me

amas, demuéstramelo en la cama 667678689” mientras mandaba un mensaje

por el teléfono móvil y se dirigía a la barra del bar al encuentro de sus amigas

Katia y Lorrina, para ocupar el rincón de la barra de costumbre de cada noche.

Esta última vestía de negro de y tenía un aire misteriosamente pálido, como

de duquesa lombarda pintada por Peruggino por su tez particularmente

blanca o por su extraña manía de estarse horas y horas sentada sola en un

taburete de la barra del bar mirando lánguidamente cómo el tiempo pasaba.

-Víctor, me ha costado mucho aprobar unas oposiciones en el banco para

tirarlo todo por la ventana.

-¿Fernán, la ilusión de tu vida es tu trabajo?. Si es así tus jefes deben estar

satisfechos.

-Mi ilusión es mi felicidad, no vivo para trabajar. Estoy ahorrando para tener

mi vida propia.

-Una amiga mía se acaba de ir a Perú, con una ONG. Hoy me ha enviado una

carta. ¿Quieres que te la lea?. La tengo aquí.

Una vez en la playa, hace años, Merry -ese era el apodo de la familia, nada que

ver con Tolkien- se encontró con una vieja que decía leer las vidas pasadas. Le

dio pena porque nadie iba y fue a charlar un rato con ella. La vieja le dijo que

había sido una aborigen australiana en su vida interior, que ella era una mujer

de conocimiento -quiso decir bruja- y que tenía una misión que cumplir en

Perú, que debía viajar allí. La joven dio unas monedas a la vieja, sin hacer

demasiado caso.

-Vale de acuerdo léela.

La carta desde Perú dice así: “Hoy fue mi día de cocina en la Caravana.

Tremenda tarea. Ahorita somos quince más dos visitas que tenemos. La

comida quedó muy rica. Los días de cocina son interesantes para mí, porque

me permiten meterme para adentro, dar lo mejor de mí, aunque de una forma

muy particular, como materializada. Aquí en Perú, el ritmo, el tiempo sucede

de otra manera, la relación con las cosas es más directa, más profunda. Hoy en

la cocina me percaté. Estaba desgranando maíz muy lentamente para que no

se rompiera, mis manos estaban impregnadas del olor y caldito del choclo,

sintiendo su textura, su suavidad y frescor, sus pelitos. Quizás estuve una

hora o más desgranando. Quién sabe cuánto. Para mí, ese tiempo se cuenta en

un plato hondo de granos”.

En la barra del bar había tres jóvenes de belleza cuidada, de unos

veinte años. Uno de ellos, de pelo largo teñido de rubio recordaba a Kurt

Cobain, aunque mucho más fornido, era guardia de seguridad y su ilusión: ser

boxeador.

-No me gusta pegar por pegar pero me gusta el boxeo, decía. Por ejemplo

contigo no me pelearía. Bueno sólo si no me miraras con respeto en la calle-.

Decía a otro amigo que le escuchaba con admiración.

-En cierto modo, no me iría por ahí, no puedo. Y la respuesta, aunque te

resulte fácil, está muy estudiada. No puedo, me ata mi trabajo.

-Fernán, ¿quieres olvidarte un poco de tu trabajo?. ¿A ti te gustaría irte o no?.

Imagínate que pudieras, que no tuvieras trabajo.

-¡Ah!, si yo tuviera mi vida resuelta y no tuviera por qué preocuparme a fin de

mes. ¡Por supuesto!. A mi no me ata nada ni nadie. Pero dejemos esta

discusión y sigue leyendo la carta de Merry.

“Me sorprendo quitando piedras de las lentejas como la mamá de Alfanhuí y

todas las mamás de las mamás del mundo. La quinoa, el alimento de los

Andes, rayando la panela. Redescubro el placer que me producen las cosas

simples, las cosas como son y la relación que eso te permite tener con ellas. Yo

lo llamo simple, aunque realmente para casi el resto de los occidentales sería

complicado, quitar las piedrecillas de las lentejas una a una, o de la quinoa

todavía peor. Quitar esas piedras es como un mantra. Como estar con mi yo

más profundo, como parar el mundo y escuchar los ruidos sutiles, desde el

latido de mi corazón a los pajarillos cantando afuera. Hasta el calor del

mediodía, que también tiene su sonido. Yo lo he escuchado”.

Merry encontró en los años siguientes a varios videntes más y todos le decían

lo mismo, que era una “mujer de conocimiento” y que tenía que viajar a Perú,

pues allí encontraría lo más importante de su vida. Incluso uno de ellos, a

quien conoció en un pequeño pueblo de Aragón, le instó a que rápidamente se

pusiera en viaje y le buscó un grupo de personas que casualmente viajarían a

aquel país sudamericano. Ella rechazó la invitación diciendo que nadie

decidiría ni influiría en sus planes ni en su vida. Años más tarde, ya sin

trabajo, decidió apuntarse a una caravana solidaria con una ONG que

trabajaría con los indígenas. Ella aún no sabía a qué país viajaría, pero cuando

se lo dijeron, el corazón le dio un vuelvo. Su destino sería Ecuador y aún no

sabía si viajarían al vecino Perú, aunque el plan del viaje no lo contemplaba.

Víctor no pudo evitar responder allí mismo la llamada de Merry, pidió un folio

y un bolígrafo en la barra y escribió.

“9 de enero del 2003. Hola brujilla. Como andas. Muy bien por lo que leo. Hoy

me llegó tu carta y me quedé sorprendido por cómo cuentas las cosas. Hablo

de sentimientos, de percepción. Se te está pegando mucho y bueno de allí.

Hasta estás cogiendo el acento. De vez en cuando voy a al bar y le doy saludos

de tu parte a tu hermana. En la próxima carta quiero que me cuentes todo lo

que puedas, con muchos detalles.

Aquí no hay muchas novedades sólo que hace un frío horrible y hace meses

que no para de llover.

Esto parece el norte en vez del sur. Espero que algún día nos veamos otra vez

y podamos de nuevo ver la luna y las estrellas, encaramados a los tejados

como dos gatos. Pero no te des mucha prisa. Disfruta y aprende. Un beso

desde lo más profundo”. Cuando acabó de escribir a su brujita, preguntó a su

amigo.

-¿Dejarás todo lo que quieres hacer para cuando seas viejo?. Sólo entonces

tendrás la vida resuelta. Resuelta y acabada, Fernán.

-No lo sé, Víctor. Ahora mismo me conformo con poner mi granito de arena en

lo que está más cerca de mis posibilidades.

-Yo no te censuro que conste, sólo te observo.

-No es obligatorio que todo el mundo se vaya al Perú. Yo por ejemplo no me

iría.

No por nada sino porque no sé si me merecería la pena dejarlo todo y cambiar

a una nueva vida, un nuevo mundo, nuevas gentes, nuevos amigos. Además

no me gustan demasiado los viajes. Y creo que para vivir ciertas cosas no es

necesario dejarlo todo e irse a Perú.

Víctor miraba a su alrededor en el bar y no le gustaba lo que veía. Era muy

difícil encontrar a alguien verdaderamente feliz. Debe ser increíble que tu vida

tenga un destino especial, y hay que ser muy valiente para cumplirlo. Pero si

al final, consigues ser feliz, todo merece la pena.

Un hombre huraño que fumaba tabaco negro y bebía coñac observaba a la

pandilla del boxeador con ojos resentidos, y la mirada llena de barro. No le

gustaba. No se gustaba. Tenía un miedo amargo y cruel acumulado desde

hacía años y ya no se acordaba porqué. Su amigo argentino le previno en

varias ocasiones que no insultara a la pandilla de los boxeadores, pues ellos

eran más, eran fuertes y más jóvenes. Sin embargo, el hombre huraño no se

pudo contener e insultó al boxeador.

-Pues si no te gusta la violencia ¿cómo es que te has hecho boxeador?. -Le

dijo-. Eres un estúpido.

-El boxeador le miró con ira.

A su derecha, en la barra, Víctor vio a una pandilla de muchachas jóvenes tan

sobradas de hormonas y mala leche como carentes de sentido común.

Vanesa acababa de abrir los ojos como platos porque había visto que su peor

enemiga que te cagas, la infausta Beatriz acababa de entrar en el bar con su

novio Lucho, ex de Lorrina y Ana, hippie oficial del bar, amiga de ambos.

-Me he apuntado a un cursillo de Tai Chi, -dijo Ana la hippie, otro sobre

teatro, y otro sobre sexualidad masculina.

-Cariño, qué culta y preparada nos vas a salir -repuso su amiga Bea- . ¡Qué

chula eres, joía pol culo!-, le chilló, pellizcándole al mismo tiempo la mejilla y

la almejilla, en un arrebato incontenible de varios microsegundos, apenas

imperceptible por el resto de la humanidad. Lucho seguía callado, pensando

en viajar.

-Oye Ana, me acompañas al baño, a hacer bollería fina?

-¿Qué?.

-Tú no te preocupes, verás que bien.

Lucho despertó súbitamente de su ensimismamiento y vio a las dos amigas

que se iban al baño.

Allí estaban ya terminando de cotillear sus enemigas Vanesa, Katia y Lorrina.

Víctor y Fernán apartaron la mirada de aquellas tres extravagantes muchachas

y volvieron a leer la carta de Merry, que era lo único que parecía tener sentido.

“La cocina es un lugar para la alquimia pura, mientras transformas los

alimentos hay un acto paralelo de transformación del yo. Nunca se sabe qué

va a salir de ahí, depende de las mezclas que se hagan y como reaccionen éstas

juntas. Después de este intenso día de magias cocineras voy a visitar

a la lunita que está toda coqueta y está brillando tan fuerte que parece que me

llame, creo que quiere invitarme a dar una vuelta por esa arenita tan fina para

que la brisa fresca del río me pueda besar en esta noche clara. Adiós desde mi

pequeño paraíso”.

-Fíjate, Merry está cumpliendo su sueño. Se le nota en la forma de escribir. Es

feliz. Dijo Víctor.

-Sin embargo, para otros, hacer eso sería una locura.

-A veces, una locura es no hacer aquello que se desea. Cuando hablo contigo

me da la sensación de que aquí estamos como atontados, en este supuesto

colchón del bienestar. Que los que vienen de lejos están como más vivos. Lo

supe cuando el otro día un argentino me dijo que los poemas son como

grandes olas que chocaban contra un muro, incesantemente, una y otra vez.

Nunca había oído a nadie hablar así. Sin embargo tú eres tan.... previsible. ¿Y

tu, Fernán, cuál es la mayor locura que has cometido?.

-Ay, pos no sé. Ahora mismo no caigo, así en frío. Quizá fue una vez que vine

borrachuelo este verano de una noche de marchuki, y con todo y eso, a las

tantas de la mañana me puse a chatear.

Quedé con un desconocido en la playa, para pasar el día sin conocerle de

nada.

Un hombre de unos cuarenta años de larga barba y traje gris garabateaba un

cuaderno, solitario en un rincón del bar, mientras bebía una copa de

aguardiente.

Pecado es ver pasar un cuerpo armonioso y no bendecirlo. Pecado es no

haber sentido en las retinas la caricia rosada del sol besándote el rostro

mientras juega con la brisa en las ruinas de la fortaleza del puerto. Pecado es

no saber lo que es el corazón desarbolado del ser amado latiendo junto a tu

pecho, después de haber trotado sobre la playa como dos caballos purasangre

que se desbocaron cuando la tempestad se desató. No desear a quien se ama,

cuando se ama. No amar la belleza. No amar al mar. No amar. Es pecado. Es

pecado no pecar. Es pecado morir. Es pecado no vivir en vida. Así que ahora

que podéis, pecad como pescadores que se hacen a la mar por vez primera.

Como marinos que arriban a un puerto del Caribe en día de fiesta o hace falta

la muerte para que vivamos...” escribía en su cuaderno el hombre solitario que

bebía aguardiente.

-No había dormido en toda la noche. Cuando al día siguiente, se me iba

quitando el sopor de la borrachera me sorprendí a mí mismo montado en un

autobús, camino a no sé qué playa, para encontrarme con no sé quién. Y ganas

me entraron de parar el autobús. Estaba asustado, yo mismo me sorprendí de

lo que estaba haciendo.

-Pero. ¿No te divertía?.

-No. Lo que parecía iba a ser divertido era producto de mi borrachera. En el

autobús ya me di cuenta que no había camino de regreso, ya tenía que llegar a

la estación.

-¿Y te bajaste y cogiste el autobús de vuelta?. ¿Que hiciste?.

-Pues nada. En la estación, vino un hombre y se acercó a mí. Era él. Me dijo

que me tenía el coche en la puerta. En el coche estaba esperando otro hombre.

-¡Tres!.

-Yo estaba sufriendo, temiendo lo mismo que tú has pensado. El caso es que

me monté en el coche... más locura todavía. Y venga andar con el coche...

-Esto se pone verdaderamente interesante.

-Y yo venga a dar conversación intrascendente... para quitar hierro a la

situación. Para relajarme, cosa imposible. Y para intentar conocer mejor a

estos perfectos desconocidos que me llevaban vete tú a saber dónde. Hasta

que les pregunté que dónde me llevaban porque la playa estaba cerca de la

estación.

Llevábamos mucho rato en el coche y el caso es que me llevaban por un

camino que no era asfaltado y eso ya hizo que se me erizara el pelo. Me

metieron por un sendero abierto entre unos cañaverales y eso ya me alarmó.

Les dije que yo iba con ellos con la condición de que pasáramos un día de

playa. Sólo eso. Y no sabía dónde me estaban llevando por esos sitios. Estaba

ya a punto de abrir la puerta y tirarme como en las películas. El hombre que

me recogió en la estación me agarró por el hombro y me dijo: vamos a pasar

un día de playa tal y como te prometí.

El que conducía el coche era el amigo del chateador. Era extranjero. Alemán.

Rubio. Alto. Con bigote. Aparentaba tener unos 35 años. El otro aparentaba

tener más o menos la misma edad. Moreno.

Has de reconocer que fue una locura por mi parte y quizá sea la mayor locura

que jamás haya hecho.

Cuando llegamos, aparcó el coche y allí estaban todos sus amigos y amigas...

con sus hijos pequeños. Todos habían quedado para almorzar juntos, como

dios nos trajo al mundo, junto a las olas y acariciados por la brisa del mar.

Eran hipies enrollados. Nos hicimos amigos y cuando les conté lo que se me

pasaba por la mente durante ese trayecto.... se partieron de risa.

El boxeador tenía en sus ojos la fuerza de la rabia veinteañera de dientes

apretados y golpes recibidos en el alma uno tras otro sin ni siquiera entender

porqué. El hombre huraño de barba romana y hálito alcohólico en el alma, tenía

la fuerza de miles de revoluciones irrealizadas, miles de sueños incumplidos y

miles de mujeres olvidadas. El joven boxeador miró al otro con ira contenida.

El alcohólico le devolvió otra mirada sobre la que galopaban caballos

desbocados.

-¿Qué pasa?. Che. ¿No somos seres humanos?. ¿No creemos en la palabra?.No

sean boludos.- Les separó el argentino.

Cuando los dos grupos de mujeres sin piedad se cruzaron hubo un silencio

denso y entonces acertó a pasar por allí un matojo de hierba seco rodando y se

levantó un aire desagradable, las glándulas sudoríparas comenzaron a manar.

Se echaron muy malas miradas, de esas que rajan y que hacen que las féminas

olviden que son el sexo débil y es entonces cuando sacan sus garras. Vane y Bea

tenían sobre sus espaldas, un poco de chepa, y escalofriantes historias difíciles

de olvidar y de entender por las mentes bienpensantes de aquel pueblo

pequeño, sureño y agosteño aunque fuera enero.

Aquello se estaba volviendo inconmensurable, inenarrable e indekapable

(palabra nueva que me he inventado para poder narrar lo que estaba pasando).

Cuando se cruzaron por el pasillo,

Vane le dijo a Bea, -¿qué pasa, ya vas a echar a perder a la pobre Ana con tu

bollería fina?.-Mira quién fue a hablar. De casta le viene al galgo, porque tu

madre bien que se lo monta con las vecinas y tú lo sabes y callas -dijo Bea-.

Anda y vete a hacer gárgaras, niñata, que el agua pasada no mueve molinos.

-Zorra, cocainómana, bollera, tortillera –dijo.

Vane gritó “¡cochinaaaaa!” antes de lanzarse encima de la otra como queriendo

comprobar si el pelo negro tan bonito que llevaba era natural, o por el contrario

era un pelucón de travestí que hubiese encontrado por alguna tienda de todo a

un euro. Y en defensa de su amiga, que ya se revolcaba por el suelo con la ropa

hecha jirones, se unieron a la trifulca las otras muchachas. Cinco niñas andaban

dándose mamporros en el suelo del pasillo del cuarto de baño en aquel bar de la

plaza más céntrica de aquel pueblo sureño, agosteño aunque un poco angoleño.

-Tortillera!, le decía una y otra vez Vane a Bea. Ana la hipíe defendía a su amiga:

-Tú te callas, que no tienes ninguna dignidad, ni sentido moral ni

estético. ¿Cómo se puede ir por la vida sin conocer a Marx, ni haber leído nunca

a Borges ni a Benedetti?.- Y mientras pronunciaba las tres sílabas finales del

nombre del insigne poeta daba por cada sílaba, un golpe con la pierna en el

estómago de Vannette, mientras recitaba: Me gustas cuando callas...

-¡Por lo menos les hago disfrutar porque lo que eres tú eres una calienta poyas,

dejas a los tíos con las ganas.

Entonces estalló de pronto Lorrina sacándose la espinita que llevaba clavada

contra Ana desde hacía años, y le arreó tal ostia que ésta quedó tendida

bocabajo en el suelo del cuarto de baño, llena de meos y otros líquidos.

Mientras tanto, y ajeno a todo cuanto ocurría, Lucho seguía ensimismado en sus

pensamientos. En el fondo quizá no necesitaré irme por el mundo con el

telescopio para ver si veo un agujero negro porque yo con ver el agujero de la

Bea tengo bastante. Como sus papás son ricos y de buena familia, bien pensado,

dejarla preñada será mi gran contribución a la lucha contra el capitalismo...

Un borracho vio al aprendiz de boxeador y al hombre de torva mirada

malencarados y los azuzó como perros en una batalla. Las palabras comenzaron

a elevarse de tono y se intuyó la pelea. Las hormonas comenzaron a salir por la

piel. Las pupilas se dilataron. Los músculos se tensaron como las cuerdas de una

guitarra. El camarero retiró vasos, botellas, y otros objetos cortantes. La gente

se alejaba y afuera llovía de forma inclemente.

De repente, el ambiente del local se alteró, se oyeron gritos. La gente empezó a

mirarse, como preguntando ¿qué pasa?. “Ha empezado a nevar”, dijeron y todo

el mundo salió afuera a conmemorar aquel verdadero portento de la naturaleza

que hacía cincuenta años que no se producía por aquellas latitudes.

Merry finalmente pudo viajar a Perú, escapándose de la caravana desde Ecuador

y gracias a la ayuda económica de una amiga, se quedó allí algunos meses más,

el tiempo justo para conocer a un chico el 14 de febrero, que la hizo madre justo

doce meses después.

Dos años después, Víctor repasaba las fotos de su reciente viaje a Perú, cuando

casualmente o no, se deslizó entre aquellas instantáneas de la felicidad, la

dramática foto que se hizo con Fernán, el día que nevó, y de repente, la tristeza

le invadió. Resolvió que tenía que hacer algo por él. Así que cogió unas maderas,

con sus propias manos construyó un pequeño altar para realizar ofrendas, y lo

llevó al margen de una carretera. Allí reunió a otros amigos comunes, hincó en

la tierra el altar, y dentro puso la foto del día de la nieve, varias velas, un vaso

con un licor peruano y una extraña flor tropical. En silencio, buscaron

recuerdos, palabras y situaciones comunes y las dirigieron hacia algún lugar

de lo infinito. Ahora, en aquel lugar junto a la carretera, los viajeros paran para

hacerse una foto mientras se preguntan quiénes serán los dos jóvenes de la

imagen dentro del altar.

El brillo de la perla negra

Ocurrió una noche en que Paulo terminó el trabajo más temprano de lo habitual, fue al centro a tomar una copa. Al pasar por un callejón de casetas de madera, se abrió una puerta y una mano lo arrastró hacia la oscuridad y lo encerró en una habitación.

Una negra desnuda, jadeante y sudorosa lo tumbó sobre la cama y lo hizo suyo en medio de la oscuridad sin darle la oportunidad de decir nada. Aquella negra se movía como un animal en celo. Ella abrió su cuerpo para él, que se vació como en una copa. Cuando la tormenta amainó, la mujer desconocida pareció recuperar su dimensión humana y le dijo que aquello no había sucedido en realidad.

Salió del camastro un poco confundido y se perdió por un dédalo de calles un poco huérfano, como si por vez primera hubiera sabido lo que es una mujer.

La volvió a ver un día en el mercado de los criollos brasileños, la negra Perla vendía especias traídas desde Brasil, algunas veces al mes y el resto del tiempo deambulaba por las ciudades. Ella le sonrió y le preguntó, con la naturalidad de los viejos amigos:

-¿Cómo te trata la vida?.

Estuvieron toda la tarde conversando, Paulo dejó todo lo que tuviese que hacer para más tarde, la invitó en un restaurante a la moda. Ella no dudó un segundo en hablarle de las idas y venidas a su Cuba natal y por el Caribe. Ya de noche fueron a tugurios de los barrios pobres de la ciudad a emborracharse y en medio de la camaradería, él le pidió que le volviese a hacer el amor como aquel primer día. Y ella aceptó con mucho gusto.

Después de aquel encuentro ambos acordaron que se verían más a menudo, tanto como les fuera posible, pero ella anunció que no podía dejar su vida aventurera, a no ser que dispusiera de un lugar decente donde alojarse en la ciudad. Fue entonces cuando Paulo le ofreció comprarle una pequeña casita de madera en las afueras y ella aceptó.

Poco después Paulo llevó a Rita a ver lo que sería su nueva casa, y ella quedó muy impresionada porque lo interpretó como una demostración de amor tan grande que ella no pudo evitar abrazar apasionadamente a su marido. En medio del jardín de su nueva casa, los dos esposos recordaron el primer día en que se conocieron hacía seis años y su primera conversación junto al río.

Paulo entró en un cine para curiosear y descubrió a una belleza morena de larga cabellera, que lo miró y le guió un ojo. Después de la función fue siguiéndola por toda la ciudad, ella caminaba con una señora mayor, probablemente, su madre. Hacía frío, había volcado el sur y quería llover. Entraron a una casa y él dio por finalizada la persecución.

Al poco tiempo salieron de nuevo, cargadas de regalos y se pararon a esperar un taxi muy cerca de donde él hacía lo mismo. Él le preguntó su nombre: Rita, respondió. Comenzó a llover. Paulo, caballeroso les cedió el taxi. Doña Alejandra madre de Rita quedó impresionada.

-Mira que joven tan educado, hija. Podrías hacerle un poco de caso. Lleva días detrás de ti. Le advirtió. Se llama Paulo y es de buena familia.

-Lo siento, pero no tengo ánimos para nada, respondió la muchacha.

Doña Alejandra estaba preocupada por su hija, que desde la muerte de su mejor amiga no paraba de llorar por los rincones, había perdido el apetito y estaba recuperando la costumbre de la infancia de pasarse la noche en vela mirando las estrellas y los días durmiendo. Un día que la descubrió llorando de nuevo, y después de muchas horas intentando hacerla razonar, le dijo secamente:

-Hija mía, enamórate de un gran hombre y no volverás a llorar. No un hombre que solo hable de sí mismo. Ni aquel que se pase las horas halagando sus propios logros. No busques a un hombre que te critique y te diga lo mal que te ves... o lo mucho que deberías cambiar... y que te abandonaría por un cabello más claro. Enamórate de un gran hombre y no volverás a llorar.

Rita entendió tarde que un gran hombre no es el que llega más alto, ni el que tiene más dinero, ni mucho menos el más guapo, y consoló su dolor y el vacío que sentía dedicando su tiempo a la búsqueda de aquel ideal, aun cuando supiera que era probable que nunca llegase a encontrarlo si es que existía.

Meses más tarde, un día en que la policía había prohibido el baño en el río Pilcomayo por el aumento de la corriente, Paulo y sus amigos planearon desafiar a la lógica para presumir delante de un grupo de chicas que había acampado para tomar el sol en la otra orilla. Pavoneándose, los chicos se despojaron de su ropa comenzaron lentamente a cruzar el peligroso río, guardando la precaución de nadar en diagonal a favor de la corriente. Cuando Paulo legó a la otra orilla y miró hacia el río, todos sus amigos habían cruzado menos uno, que se dejó vencer por el miedo y se lo estaba llevando la corriente.

De nuevo tuvo que lanzarse al agua y ayudarlo a cruzar, antes de que llegara a una zona de remolinos, justo al pie del puente.

Las chicas habían quedado impresionadas con la pericia de aquel nadador. Por si no le había salido ya la jugada bastante redonda, acertó a pasar por allí un pescador indio amigo de los chicos y les ayudó a pescar los peces más sabrosos, revelándole secretos de su tribu sobre cómo prepararlos. Paulo supo definitivamente que el destino estaba de su parte, cuando tras rescatar a su amigo medio ahogado, en paños menores, descubrió entre una de sus admiradoras a Rita, aquella chica del cine.

-¿Salvas la vida de las personas muy a menudo?. Le preguntó ella.

Paulo, con cara de auténtica sorpresa al verla allí, pues con tanto ajetreo no había reparado con detenimiento en el rostro de todas, dijo:

-Sólo cuando se trata de impresionar a chicas como tú. Esa fue la primera vez que hablaron.

Al ver su nueva casa, Rita se dio cuenta que había estado tan perdida en su mundo, que no hacía demasiado caso a su marido, siempre ocupado en sus negocios. En los últimos meses había buscado consuelo a su soledad acudiendo a las reuniones de grupos de mujeres ricas de la ciudad, pero resultaron acartonadas y previsibles, terminando por aburrirle.

Habría dejado de ir si no fuese porque una tarde apareció en el salón de los espejos del Casino de los Artesanos, una mulata cubana con un brillo especial en la mirada, que pronto se convirtió en el centro de las reuniones gracias a su sabiduría, a sus buenas maneras, que enseguida sorprendieron a todos, a pesar de que se le intuía un pasado más que turbulento y un origen ínfimo. Sin embargo era un placer oírla evocar viajes a remotos lugares de los pantanales de la selva de Brasil, infestados de pirañas, adonde ella acudía para recoger las plantas con que hacía sus mezclas y cocciones para adivinar el futuro o administrar remedios naturales. Rememoraba fiestas populares sobre las murallas de Cartagena de Indias en donde la invitaban a fiestas privadas de algún político-narcotraficante que siempre engendraban extrañas parejas de carcamales podridos de dinero y droga con modelos, presentadoras de televisión o cantantes de moda. En todos esos ambientes brillaba la negra Perla, y en todos ellos era simplemente una sagaz observadora.

Rita se dejó seducir por aquella negra, que comenzó a llevarla a los barrios del extrarradio y allí le mostraba las miradas de la necesidad en niños hambrientos y madres solteras, maltratadas por mil y un hombres, que chapoteaban en medio del fango de la nada. De allí le nació la necesidad de ayudar, pues Rita se identificó tanto con aquellas mujeres, que pensó que era una cuestión de pura suerte que ella misma no se encontrara en esa circunstancia, pues todas aquellas mujeres estaban o habían estado sujetas a la voluntad y capricho de un hombre. Y por vez primera en su vida entendió la necesidad de que una mujer se ganase su propia independencia económica. Quizá por eso Perla fascinaba tanto a mujeres como a hombres.

Cuando en la placidez de la tarde soleada de la casita de madera de las afueras y después de haberse volcado el uno en el otro, Perla contó a Paulo su amistad con su esposa, él entendió perfectamente que su vida estaba en manos de aquella mujer, pero no se alarmó pues sabía que a pesar de toda la parafernalia externa, era una mujer de principios de la que se podía fiar. Con el tiempo, Paulo se dio cuenta de que aquella amistad entre las dos mujeres podía beneficiarle, teniendo en cuenta la admiración que sentía su esposa por su amante.

La Perla nunca defraudó a Paulo ni le traicionó, fue la naturaleza la que se encargó de hacer las cosas más evidentes. Paulo había acudido a una consulta y le habían administrado un tratamiento de fertilidad, Panvimin, se llamaba. De repente Rita supo que Perla había tenido que irse de la ciudad aunque no se extrañó teniendo en cuenta su naturaleza viajera. Luego, ya no tuvo tiempo de preocuparse más porque llegó la noticia que cambiaría definitivamente su vida. Supo que estaba embarazada y eso les convirtió en un matrimonio casi feliz. Durante la gestación, vivieron los momentos más dichosos de su vida. Mientras crecía una nueva vida en el interior de Rita, Paulo veía crecer poco a poco su sueño de tener una pequeña casa de huéspedes, que había podido comprar gracias a su afán de ahorro.

Una madrugada lluviosa, Rita se puso de parto casi sin avisar y Paulo sólo tuvo tiempo de coger el coche y cruzar la ciudad bajo la lluvia. Nacería una niña de cara redondita y guapa a la que pusieron de nombre Montserrat.

Fue una niña emprendedora y traviesa, como su padre, y al tiempo soñadora y melancólica como su madre.

Poco tiempo después nació en una ciudad de la selva al sur de Brasil, Faber , un niño mulato, grande y poderosos de cuerpo y mente, que estaría destinado a dominar a sus semejantes, según dijo el chamán de la tribu, después de ingerir gran cantidad de ayahuasca. Con varias típicas excusas de hombres de negocios, Paulo pudo ver a su primer hijo varón, un mes después de su nacimiento en una choza bajo la lluvia amazónica, en los brazos de su madre. Perla le agradeció su visita, le dio la bienvenida y no le reprochó ni le pidió nada.



Los ojos de Maga
Es en medio de esta avenida de una gran ciudad, gris donde estoy contemplando por última vez a Raúl: nuestro entrañable anciano indigente de ropajes gastados que duerme sobre cartones en el portal de un abandonado cine. El cine está condenado a muerte: su solar ha sido comprado por una inmobiliaria, y cuando lo derriben, sé con toda seguridad que ninguna pareja de enamorados cuya historia de amor estuvo asociada a la intimidad de aquellas paredes, derramará un sólo lamento. Lo sé.
Tras intentar inútilmente por enésima vez que la secretaria de redacción del periódico me pague los artículos de este mes y del pasado, procuro no acalorarme demasiado y me muestro comprensivo con la compañera, que apenas ha llegado hoy de sus vacaciones de julio en alguna isla mediterránea e intenta aterrizas en medio de un caos de papeles. Voy a la máquina del agua, saco una botella y la bebo, mientras alguien me comenta la última estéril, absurda batalla política, en la que la oposición culpa al gobierno de un incendio. Mañana quizá le culpe de que un rayo ha desmochado alguna torre.
Aparto los visillos de la ventana de mi oficina y mientras escucho a mi colega contarme sus insignificantes problemas, como si fueran los más importantes del mundo, contemplo como Raúl intenta cruzar la calle sorteando con una seguridad temeraria los vehículos que circulan por aquella arteria, guiado por Maga, un labrador blanco con una mirada tan tierna como la de su dueño. Tan tierna que ninguno de los pocos que cada día le llevamos comida podemos dejar de sentirnos seducidos por la belleza del animal.
Un perro que en el fondo, hizo las veces de anzuelo para descubrirnos la vida de su dueño, a nosotros, que cada día escudriñamos a miles de personas intentando, sin conseguirlo, que nos cuenten algo que sea verdad. Los que queremos a aquel animal y a su dueño intuimos que el pobre perro se ha asustado en medio de un caos de ruedas y humo insalubre, por eso ha mordido a un motorista que le propina una patada, provocando un accidente de tráfico.
Mi colega llama a la policía, después de que ambos comprobamos preocupados, que en medio de una avenida yacen sin sentido, un viejo indigente, un motorista y un perro blanco en medio de un caos de vehículos en el asfalto casi derretido de agosto.
Media hora después, la ambulancia se lleva al indigente, al motorista y al perro, mientras la policía restablece el tráfico. Nunca más volvimos a verle.
-Creo que alguien debería contar la historia de ese hombre. Estas son las historias que merecen la pena. Dije a mi compañera, emocionado.
-La vida de ese pobre viejo y su perro no le interesa a nadie. -Me respondió-. Por un momento dudé.
-Voy a intentar publicarla, hablaré con el director.- Mi compañera sonrió irónicamente.
-Las guerras pasadas ya no interesan a nadie. Interesa la guerra de hoy. Métetelo en la cabeza. Dijo tirando sobre la mesa la portada del periódico del día que hablaba de la última polémica entre los dos partidos mayoritarios, mientras se daba la vuelta y avanzada por el pasillo central de la redacción, contoneando su respingón culo embutido en una falda de cuero negro, atrayendo las miradas de todo el mundo.
Durante el resto el día, caminé triste por la redacción, transcribí algunas notas de prensa, y terminé mi página de rigor, hasta que por fin, el jefe de mi sección me dio la tarde libre: -Es agosto, no hay noticias que contar, no tenemos ninguna historia interesante- argumentó.
-Yo tengo una historia interesante que contar.- Le dije.
-¿Que quieres decir?.- Mi jefe me observaba con cara de curiosidad,
-Quiero decir que es absurdo que no contemos lo que tenemos delante de nuestras narices, sobre las personas que tenemos al lado, mientras nos volcamos con el famosillo de turno o la ultima locura de EEUU, que no le interesa a nadie. O repitamos los mismos teletipos y ruedas de prensa que los demás diarios.
Mis compañeros me observaban como si dijeran, “te estás jugando el cuello, chaval”.
El director del periódico miró al suelo sin decir nada, se encaminó hacia su despacho apenas sin hacer ruido sobre la moqueta y entró haciéndome el gesto de que le siguiera. Cuando entré cerró la puerta a mi espalda.
-No me gusta que discutan la línea editorial del periódico en público, delante de los compañeros. Otra cosa es en privado. A ver, cuéntame la historia que crees que debemos contar.
-Bien pero es una historia larga. Repuse yo. No es una historia estrictamente periodística, pero te aseguro que es muy real y sobre todo reciente. Entonces resolví contársela de forma que pudiese vivirla, gracias a mi generosa imaginación, esa sería la única forma de convencerlo.
-Comienza. Te doy una hora. Si la historia es buena, la someteremos al comité de redacción.
Entonces empecé a contarla como si fuera una película.
La caravana se movía como un animal enloquecido mientras se ponía el sol tras las montañas. El joven Raúl ya sabía que tendría que hacerse a sí mismo, ávido de aprender sin nadie que le enseñase, lleno de preguntas sin que nadie le ofreciese respuestas. El odio se masticaba en su familia, en su casa, en su país. No podía soportar aquel aire, aquella agua estancada y maloliente así que decidió irse.
-Me gusta, pero resume, no tengo todo el tiempo del mundo, ahorra detalles y adornos poéticos.
-Pero los detalles son importantes. Repuse. La poesía es importante. La poesía llega al alma. La prosa sólo al intelecto.
-Bueno, bueno, no te enrolles y sigue.
En la caravana había toda clase de vehículos casi empotrados unos con otros, formando un tapón que impedía todo avance. Las gentes se lanzaban entonces fuera de los coches y los camiones empujados por el ansia de alcanzar cuanto antes el límite fronterizo. La mayoría eran trabajadores del campo y albañiles de sencillas alpargatas, de tez morena y manos cuarteadas por el trabajo. Entre los hombres de la caravana pesaba como una losa, un triste aire de desesperanza, como si ya no hubiese más batallas por luchar. Muchos de aquellos hombres miraban tristemente sus manos.
El director del periódico desplazó su mirada hacia sus manos, quietas, sobre la mesa de su despacho, martilleando el cuero de la cubierta de la mesa con el dedo índice, mientras las mías volaban por el aire, explicándose y captando su atención.
De repente sonó el teléfono en el despacho y el director descolgó el auricular, le dijo a su secretaria que no le pasase más llamadas a no ser que fuese algo realmente urgente, volvió a colgar el teléfono, se aflojó la corbata, se soltó el botón del cuello de la camisa y me miró a los ojos.
-Sigue.- dijo con voz fría.
La confusión invadía las calles, la aviación enemiga sobrevolaba los tejados. Sobre las escaleras de las catedrales, dormían niños y mujeres. Soldados aturdidos buscaban un jefe, mientras la muerte de los poetas pasaba desapercibida. Retumbaba el monte, el mar humeaba, y el lúgubre alarido de la sirena, llenaba de frío las almas, cuando los aviones surcaban el horizonte. Atrás quedaban los días azules y el sol de la infancia.
Cerca de los Pirineos comenzó a nevar sin tregua y muchos caminos y pasos fronterizos quedaron cerrados. Se hizo necesario entonces cruzar a pié con la nieve hasta las rodillas.
Raúl y su hermano se quedaron rezagados por culpa del cansancio, a la cola de la caravana, mientras los caminos ascendían por las pendientes cada vez más escarpadas y llenas de nieve. Los hombres más fuertes tenían que relevarse a la cabeza para quitar la nueve a paladas, que permitiesen que los demás pudiesen seguir avanzando. Era una tarea titánica. Decidieron pasar la noche en una cueva natural que encontraron cerca del camino principal, aunque la mayoría no pudo pegar ojo por culpa del frío a pesar de la candela que encendieron. Raúl tuvo que levantarse varias veces a calentarse los pies, pues los sentía tan fríos que temía se les fuesen a congelar.
Amanecía cuando Raúl despertó. No quiso perderse el espectáculo y se asomó a la boca de la cueva para adivinar cómo en medio de la inmensidad blanca emergían dedos rosados del alba. Finalmente el día se presentó como un regalo que no se podía desaprovechar. Los rayos de sol rebotaban contra la nieve como en un espejo.
De vez en cuando las nubes necesitaban contacto humano y descendían para

rozar algún castillo que reinaba sobre una cima rodeado de un barrio de

aspecto moruno, entre torrenteras que bajaban entonando el canto de la vida.

Vertiginosos desniveles rodeaban el camino, desafiando a la gravedad, entre el

reino de lo horizontal y el reino de lo vertical, entre el reino del hombre y el

reino de la naturaleza, abrochando, dando sentido. Vivir allí parecía un

desafío.

-Sé de lo que me hablas. Mi familia es oriunda de las montañas. Cuando yo iba

de visita siendo niño, siempre sentía ese vértigo al verlas.

-Claro. El hombre, siempre en lucha con la naturaleza, ha visto las fuerzas de la tierra desatadas, convirtiendo en escombros lugares como ése, tras alguna tempestad desatada. Los hombres de la montaña han visto al agua, aliada de las rocas, que locas bramaban por las laderas de la peña de los halcones acabando con casi todas las casas del pueblo. Aviso de que la madre tierra, siempre acaba por reclamar lo que es suyo.
Raúl, se sentía optimista y salió a dar un pequeño paseo para contemplar el paisaje. Su hermano desayunaba un poco de leche e intentaba calentarse mientras oyeron una vibración, primero imperceptible, y luego en aumento hasta convertirse en un estruendo ensordecedor, casi como un terremoto.
-Un alud. ¿Hay alguien fuera?. Gritó un hombre en el interior de la cueva.
-Sí, el muchacho moreno que viaja con su hermano salió a dar un paseo.
-¡Mi hermano¡. Gritó Toni. Hay que hacer algo por ayudarle.
Todos salieren afuera para contemplar que el alud había cubierto una gran área bajo la que probablemente se encontrase Raúl. Así que no había tiempo que perder, inmediatamente se organizaron grupos con palas para buscarlo antes de que se congelase bajo la nieve.
Fue en medio de la desesperación cuando por fin encontró como salido de la nada a Joan, el mejor amigo de su padre, que había viajado desde que salieron de Solsona con ellos sin haberse encontrado. Toni solo supo decirle entre lágrimas:
-Ayúdame por favor, mi hermano....
-¿Raúl está bajo la nieve?.
-Creo que sí, una mujer lo vio salir de la cueva justo antes de la avalancha.
Inmediatamente Joan organizó junto a varios conocidos su propio grupo para buscar a Raúl. Entre ellos había expertos rastreadores conocedores de la montaña, que viajaban con sus perros. Los canes no tardaron en encontrar algunas pisadas humanas, que pronto se perdían bajo la nieve. Los dos perros rastrearon cerca de una hectárea en una media hora y de pronto encontraron una mano en medio de la nieve. Siguieron cavando y encontraron a Raúl que estaba semi inconsciente. Pronto lo llevaron al interior de la cueva, lo taparon con mantas y le practicaron la respiración boca a boca. Lograron reanimarlo a los pocos minutos. Cuando Raúl abrió los ojos por fin, vio a su hermano con lágrimas en los ojos, a un grupo de hombres a su alrededor y un perro labrador de color blanco empezó a lamerle en la mejilla, diciéndole “bienvenido a la vida”.
Toni se abrazó a su hermano y cuando logró dejar de sollozar le dijo:
-Gracias a él, estás con vida.-, dijo señalando al perro.
El director no hizo ningún comentario, descolgó el auricular y le dijo a su secretaria:
-Convoque inmediatamente al comité editorial, antes de las dos. Me dio la mano con una sonrisa que yo intuí de enhorabuena y me hizo salir del despacho. Una hora después, el comité editorial había decidido que la historia de Raúl se publicaría. Sería un reportaje en la sección de sociedad, donde no había nada más interesante que contar. Inmediatamente, me puse a trabajar emocionado. A las tres de la tarde hice una pequeña pausa para comer un bocadillo de que previamente había pedido a la cafetería.
A las seis de la tarde el reportaje estaba concluido. Había logrado encontrar algunas fotos de Raúl y su perra, Maga, durmiendo en el portal abandonado del cine, que un día hizo un fotógrafo del periódico, y otra de Raúl, vestido de miliciano en la Guerra Civil.
El reportaje de dos páginas había quedado genial, estaba satisfecho de mí mismo. Una grata sensación que no duró mucho. Al poco rato me llamó el director para decirme que un trasbordador americano había estallado matando a sus siete ocupantes, al intentar entrar en la atmósfera y que necesitaba mis dos páginas de la sección de sociedad. La historia de Raúl nunca llegó a ver la luz en el periódico.
Apenado, saqué con la impresora el reportaje, lo doblé y lo metí en un sobre. Deambulé por las calles y luego busqué la tumba de Raúl y Maga, tan lejos del cine, tan lejos de la nieve. El sobre fue lo único que pude dejarles como un silencioso homenaje.

Luz, llena eres de música
Luz tenía tan solo veinte años y aguardaba temblorosa al pie de la cama, en la
noche de bodas llevando un casto camisón blanco de gruesa tela, que no
dejaba entrever nada. Su cabello moreno caía en una larga melena sobre su
trémula espalda blanca.
Durante la fiesta había bailado con todo el mundo, como si siempre hubiese
estado casada. El músico la observaba preguntándose de dónde salía tanta
energía y sintiendo la certeza de que la noche sería suya. Se desnudó con tanto
mimo como se había vestido con las primeras luces del alba, colocando las
prendas con cuidado como si no le perteneciesen.
Se estremeció con el roce de la seda de la camisa sobre el tambor de su pecho y cuidadosamente quitó los gemelos de los puños, desprendió la orquídea del ojal y se la entregó a Luz, que le sonrió con sus leves comisuras.
Ella miró su cuerpo desnudo de joven ansioso y viajero sin apasionamiento, diseccionándolo con la mirada, hasta que estalló en una sonrisa nerviosa y dijo:
-Así que esto era todo.
Él lo negó y se dispuso a interpretar su obra maestra sobre las cuerdas recién tensadas, sobre su nueva vida que sonaría como un arpa acariciada por el viento con manos sabias de pajarero y besos de arroyo sobre la piedra.
Los susurros se arremolinaron sobre las sábanas de organdí, como un lamento de flauta, acompañada de frases de algún varonil piano que murmurase pequeñas órdenes, y fuese seguida por un violín que se estremecía bajo la yema de cada dedo. Certeros zumbidos de contrabajo en la voz del músico marcaron el tempo, rítmicamente, logrando que la flauta inicial creciese hasta convertirse en una risueña trompeta, derramándose hacia tonos de sensual saxofón que se apoderaron por completo de la pequeña habitación de hotel –cuando Luz se abandonó sin miedo a nada ni a nadie-, y rebosaron por la ventana hacia la calle, cuando les sorprendió los primeros rayos de sol. Conforme iba avanzándoles el sol sobre su horizonte, amplios conductos, iban conduciendo los exuberantes sonidos, que se derramaban hacia la más amplia variedad de registros y tonalidades, como agua estancada que largo tiempo ha querido desbordarse y encuentra por fin su cauce primigenio, sin orden ni concierto hasta llegar a hacerse oceánicas. Así ambos se forjaron de nuevo, con la materia primitiva y salvaje de que está hecha la vida.

Muchos ni siquiera luchan
Muchos ni siquiera luchan. Si se caen al agua, no bracean. Este relato de un voluntario de Cruz Roja de Tarifa deja clavada en la mente una espina -de duda, de sinrazón-, como una foto ensartada por una tachuela en la pared. Pero si esta frase es desconcertante, más aún su explicación. Los voluntarios siguen con su relato: ninguno sabe nadar, se ponen nerviosos, los subsaharianos ni siquiera luchan por salvarse si se caen al agua, se quedan quietos y se dejan hundir en las profundidades del océano, como una aceptación irracional y prematura del final destino humano.
La mente se rebela ante esta revelación. Pero, ¿y el instinto de supervivencia?. ¿y los voluntarios, que hacen?. ¿No hacen nada por salvarlos?. La respuesta es aun mas alarmante. ¡Son 30 segundos! Es increíble lo rápido que puede morir una persona.Uno no puede dejar de asombrarse por todo esto, pero quizá no se trate de algo racional, o al menos, no para alguien de nuestra cultura. Ante la duda decido seguir escuchando las explicaciones de los voluntarios.
No saben lo que es el mar, igual no lo han visto nunca, y no saben que pueden por lo menos intentar salvarse, que se puede flotar. Nosotros no alcanzamos a comprender...
Ellos, que viven cada dia con el drama del Estrecho de Gibraltar, tampoco alcanzan a comprender. Intento imaginar la reacción ante el oceano de alguien que nunca haya visto el mar, pero no puedo, del mismo modo que alguien nacido y criado en Europa o cualquier otro pais del llamado primer mundo tampoco puede imaginar como es vivir en medio del desierto en una absoluta pobreza. O cómo es llegar a este supuesto paraiso en una pequeña embarcación viendo las luces de Gibraltar a los lejos, como una guirnalda, con ecos de fiesta y música en medio de la noche. Con una esperanza blanca en la mirada, y una inmensidad negra alrededor. Llorando por culpa del miedo frío, nervios, -muchos nervios-, quemaduras por la mezcla del combustible con agua salada y dolor de cabeza. Niños, mujeres embarazadas después de ocho horas de viaje en una patera. La angustia hace infinita la distancia.Y sin embargo estamos al alcance de la mano, y sin embargo en unas horas nos separan los siglos. Un petate atado con cinta de embalar en el que llevan ropa, frutos secos, a lo mejor garbanzos secos, y el teléfono móvil para llamar a las mafias que los explotarán, como todo equipaje. Y sin embargo flota un nido de sueños en una patera.
Una culpa que nunca es de nadie empuja, y el mar siempre se enluta de juventud africana segada prematuramente. Si el agua cobra en vidas, el océano social mata conciencias. Desde vuestra orilla no pueden verse cuantas miserias humanas se esconden entre el brillo de las luces.
¿A qué venís? en este litoral no queda tiempo para la cortesía. Os aguarda un recíproco miedo, un esclavo servicio en la penumbra.¿Es el Estrecho asesino?. 4000 silencios africanos responden bajo el océano a esta certera pregunta. 4000 llantos, o quizá más. 4000 almas bucenado entre petroleros, atunes, líquenes y delfines, bajo la atenta mirada de los satélites y los submarinos, que a nadie parecen importar, sin que nadie derrame un a flor en el mar de la memoria.
Hemos rescatado muchos muertos. Eso es lo más duro: tirarnos al agua a las cuatro de la mañana y sacarlos ahogados, cuentan los voluntarios de la Cruz Roja. Son ciudadanos normales y corrientes, profesores, cajeras de supermercado, conductores, trabajadores con sus aburridas vidas a acuestas que viven junto al mar y ven como llega entre las olas un mudo lamento que podría ser humano. Cuando uno mete las manos en el mar es como si alguien te acariciara y si miras con detenimiento hacia el fondo quizá halles familiares y oscuras siluetas. Las gaviotas trajeron tu anillo y sigo buscando. Te veo en las crispadas aguas del Sur y sigo buscando, adivinó el poeta Abderramán El Fathi.
Si desembarcan en la playa no tienen problemas. Pero si llegan a las rocas, hay cadáveres seguro. Les ves llegar cada día y te planteas que puedes ayudar. Te miras en el espejo y piensas. Tengo dos manos, dos pies, sé hablar idiomas, puedo ser util. No dormían tranquilos cuando veían las pateras desembarcar o naufragar. Sus manos son lo mejor que les puede pasar a los que se abandonan al océano. Las migraciones son inevitables, y mientras no se pueda llamar vida a lo que tienen allí, seguirán viniendo, opinan. Los marroquíes escapan. Y los subsaharianos se quedan sentados en la playa, esperando, como si viniesen de otro planeta y el tiempo para ellos tuviese un significado distinto.
La nueva isla de Ellis se llama isla de las Palomas, cerca de Tarifa, el punto donde se supone que se separan el mediterráneo y el atlántico. Allí solo hay un centro de acogida de la Cruz Roja, donde les ofrecen algo de comer y de beber y un poco de ropa antes de devolverlos a sus países de origen. Esta es la isla de los emigrantes, la isla de los olvidados. Viendoles comer tristemente uno puede adivinar las historias que han dejado atrás. Quizá huyeron de las matanzas tribales, del odio cerril y la incomprensión mutua.
Los que logran llegar vivos, huir de la policía, y adentrase en el país, aún no han superado todos los obstáculos posibles. A 200 kilómetros al norte del Estrecho, ya en las campiñas sevillanas es habitual la imagen de adolescentes que salen de debajo de un camión llenos de grasa después de haber hecho la travesía instalados en un camión que luego se introdujo en un ferry. Bajan del camión en la primera parada en que el vehículo encuentra para repostar. Marchena (Sevilla) está en la ruta de salida de los camiones de mercancías desde el puerto de Algeciras, uno de los mayores de Europa, hacia el norte.
En este pueblo, un inmigrante adolescente y renegrido salió de debajo de un camión, caminó un largo trecho por la travesía urbana de la carretera y por fin entró en un bar, donde pidió agua y tuvo su primer contacto con un europeo. El dueño del bar no solo no le ofreció agua, sino que lo echó del local. Cuando el joven desolado, ya caminaba de nuevo por la calle, uno de los clientes del bar que había sido testigo de la escena, después de reprender al camarero por su actitud, cogió al adolescente y se lo llevó a su casa, allí le dió ropa, comida, le permitió ducharse, y finalmente le ofreció dinero para que siguiera su camino. La ultima barrera que deben sortear es la actitud hostil. De entre todos los inmigrantes que llegan a España, los magrebíes son los menos valorados y peor tratados según las encuestas oficiales.
Andalucía, región sur de España, es hoy frontera natural entre la región más pobre del mundo y una de las más ricas. Los 16 kilómetros del Estrecho de Gibraltar hoy separan nada y todo, vida y muerte, océano y mar, infierno y paraíso, pasado y futuro, blanco y negro, Alá y Cristo. Sin embargo, 16 kilómetros son solo eso, 16 kilómetros, que desde el cielo de las aves son esencialmente iguales, porciones de tierra separadas por una lengua de mar, en nada diferente a otras regiones del mundo. 16 kilómetros de importancia estratégica con presencia militar de dos superpotencias, EEUU y el Reino Unido que tienen en las cercanías sendas bases militares, y son vigilados por satélites desde el espacio. 16 kilómetros surcados cada día por centenares de buques petroleros y de transporte de mercancías, naves militares y miles de especies de peces y aves.
Aunque África siempre fue pobre, no siempre Andalucía fue rica, de hecho hace 20 años, -en torno a 1971- fue tan pobre que un millón de personas, casi el 40% de su población se vio obligada a emigrar. La mayoría de los andaluces de hoy aun no han tenido tiempo de curar su melancolía por los emigrados a las regiones norteñas españolas y europeas, cuando por el sur les llega el futuro queriéndose mezclar con su presente pluscuamperfecto, en forma de sucesivas oleadas migratorias procedentes de Africa y América del Sur. Se trata de uno de los cambios sociales más significativos de la vieja nueva Europa que se está repitiendo en muchos países meridionales. Sevilla es la capital de Andalucía región sur de España, el primer lugar al que llegan los emigrantes en el llamado primer mundo. Muchos allí, y aún en el resto del mundo no entienden porqué los subsaharianos arriesgan sus vidas de esta forma para llegar a una tierra, que siempre fue lugar de paso.
"Yo he oído a esta gente decir que no tienen miedo a perder nada porque no tienen nada que perder, ni siquiera la vida" afirma Ahmed Ben Yessef, pintor, y pionero emigrante marroquí. "Cuando yo llegué a Sevilla, hace 40 años, algunas partes de Tetuán estaba más desarrollada que Sevilla. Hoy hay una diferencia abismal entre ambos países". Los inmigrantes marroquíes son los más numerosos de la región.
Historias como las del guineano Ablay Kandé son moneda común en los países ribereños del Río Níger. En el 2000 sucumbió al sueño de una vida mejor, acosado por la pobreza extrema de Fatick una aldea que solo ofrecía sal para comerciar, entre la nada del desierto y la nada del océano. Asumió su peso de primogénito, reunió algo de dinero, -500 euros, vendiendo sus cabras- dejó a su mujer y sus tres hijas con sus padres. Se despidió de su mundo, susurró una nana al oído de su hija, una promesa de amor eterno en los oídos de su esposa, una esperanza de prosperidad futura en los de su anciana madre y puso rumbo al norte. Todas las esperanzas de ellas viajaron con él.
Cruzó países, atravesó fronteras sintiéndose libre como un pájaro que surca seguro el horizonte en busca de su destino, con la mirada fija en un punto impreciso, una luz como un faro de las costas del norte. Se supo a merced de las turbulencias en Bamako, capital de Mali, pero no entendió que la empresa le costaría la vida hasta legar a la primera puerta del desierto, Gao, donde se unen todas las rutas del tráfico ilegal de personas.
Le ofrecieron cruzar la permeable y desértica frontera a Argelia después de pagar mucho por un papel falso, pero supo que el desierto se traga cada día mas vidas que el océano, y que los que le pedían centenares de euros a cambio de un sueño le abandonarían a su suerte a la menor ocasión sin devolverle siquiera la despedida. En el primer enfrentamiento con la policía o con los militares, o por cualquier avería en el vehículo expondría su vida.
"Nadie sabe lo que puede pasarte en el desierto, por eso yo no volveré a viajar en mi vida de esa forma. Primero porque puedes morir fácilmente, segundo porque los soldados, los policías argelinos, pueden matar a cualquiera" le contó Mohamed Kasha, de Ghana, que había sido deportado tres veces.
"Estoy muy triste, porque lo perdí todo. Para probar suerte, lo intenté la primera vez. Perdí dinero. La segunda vez volví y perdí dinero, no voy a repetir una tercera vez. Es mejor regresar, empezar de nuevo mi vida en mis país". Contaba cabizbajo Amadou Kandé, también deportado a Gao varias veces.
Sin embargo Suleiman Kandé dice que no tiene miedo a la muerte, "tarde o temprano todos moriremos". "Si pasas dos años en España ganas mas que el que ha nacido en Senegal y vive allí 40 años".
En Niamey, Ablay ya había agotado todo el dinero que trajo de casa así que decidió ponerse a trabajar de albañil, pero tuvo que dejarlo por un brote de asma. Seguro de su destino continuó de nuevo su ruta hacia el norte, y esta vez llegó a Libia donde tuvo la suerte de emplearse como ayudante de un misterioso transportista que nunca le dijo con qué se ganaba la vida, ni el preguntó. Así ahorró 10.000 dólares, podía pues considerarse afortunado y creyó tener un pié en Europa.
Cruzó luego el magreb hasta situarse entre Argelia y Marruecos y se sintió feliz de haber sorteado los peligros del desierto argelino, allí estuvo viviendo varios meses en un campamento de refugiados, luego diez meses más en Rabat, esperando poder acercarse a la valla de Ceuta, se sentía optimista y afortunado por cómo había transcurrido hasta el momento su viaje, sin demasiados contratiempos.
Mientras esperaba en el campo de refugiados junto a la valla fronteriza de Ceuta, a menudo contemplaba las luces de Gibraltar como los destellos de una joya lejana y fría que le mandase algún tipo de misteriosas señales de aviso, aunque no pudo descifrar qué querían decirle. Con frecuencia veía cómo las aves de toda clase cruzaban hacia España sin que nadie se lo impidiese y en más de una ocasión quiso ser pájaro. Aquellos pájaros rosa de su infancia junto al río Níger.
La doble valla estaba recrecida en altura y anchura y en los últimos días, miles de soldados habían sido desplegados en la zona española. "Hoy no es tu día de suerte" le dijo un Guardia Civil español cuando ya pensaba que había podido lograr su sueño, al otro lado de la valla, el 5 de junio. Así que volvió al bosque de pinos a seguir soñando que tomaba uno de aquellos modernos barcos que cruzaban sin esfuerzo los escasos 16 kilómetros cada hora y llegaba a Tarifa bien vestido, como un turista extranjero, y hablaba con su familia desde un teléfono público y bromeaban y reían y entonces entendió que es el síndrome de Ulises
Una cigüeña cruzaba el cielo en dirección norte cuando las lágrimas cayeron por sus ojos y sus manos quedaron para siempre dolorosamente fijas sobre el acero de la valla, el 28 de septiembre, crucificado como un Cristo moderno.
Centenares de hombres negros intentaron que el metal de la frontera, dejase de ser una amenaza para el blanco de sus alas. Ablay contempló como los soldados disparaban contra una multitud negra de noche y desesperación y cómo algunos caían junto a él. Poco después le desclavaron de las púas metálicas, le metieron en un autobús y le abandonaron a su suerte en medio del desierto.
Fue entonces cuando el vacío del desierto le invadió por vez primera, y se sintió inexistente y frío, como la arena, tentado estuvo de dejarse llevar hasta que contempló en medio de la arena un campo de refugiados instalado por Médicos Sin Fronteras en medio de la nada y así pudo salvar su vida.
Fatick es una aldea polvorienta entre la nada del desierto y la nada del océano, donde nada, ni un solo comercio, nos indica que estamos en el año 2005. Allí, la policía avisó al padre de Ablay, Faramba, de que su hijo, al que daba por muerto regresaría ese mismo día desde Ceuta. En pocos meses han recuperado a tres de sus hijos, que andaban en un lugar impreciso entre la nada y el todo, entre el norte y el sur, entre el pasado y el futuro.
En los últimos años, y tras la marcha de sus hijos, en la casa de los Kandé todo fue a peor. Aumentó la pobreza, que ya era mucha. 22 personas, la mayoría ancianos y niños, una par de gallinas y una cabra como todo capital, repartidas entre dos chozas y una pequeña construcción de bloques de hormigón en un descampado a las afueras del pueblo.

En la mente de Ablay, el emigrante fracasado una pregunta. ¿Como aparecer ante ellos sin nada?. No hay compasión en casa del pobre. Su padre le vio llegar como único superviviente de un ejército de jóvenes derrotados, arrastrando los pies, cabizbajo, muerto de vergüenza por no haber culminado su sueño. Lleno de heridas de alguna guerra que el pobre viejo no alcanza a comprender quien declaró y porqué. Con los dedos vendados, con 20 kilos menos y viejo, mucho más viejo. Nadie se movió de debajo del árbol, porque Ablay era uno de esos hombres derrotados por la vida, por la miseria.
¿Entiendes ahora porqué emigra la gente?, preguntó el guía a un periodista perdido que contemplaba la escena. El aire se fue cargado con el olor del Sahara, mezcla de azufre, rencor y tiempo perdido. Desde entonces, Ablay no soporta las primaveras, pues no puede ver alguna cigüeña que vuela hacia el norte sin derramar alguna lágrima.
Historias de ida y vuelta
"La inmigracion es un viaje, no una eternidad" opina Sebastián de la Obra, adjunto al defensor del pueblo andaluz, una institución similar al ombusman en el mundo anglosajón, que cada día se enfrenta a miles de situciones dramáticas relacionadas con la inmigración en Andalucía. La anterior frase se refiere a cómo varias décadas después de que un inmigante llegue a un país, -en este caso España- se le sigue llamando inmigrante.
Es una de las personas que desde las instituciones públicas más solidamente pretende trasladar a la ciudadanía la opinión de que no existe ningun tipo de peligro,en la actual situación de inmigración en Andalucía, que no llega al 1%, una cifra sensiblemente inferior a la que se da en otros paises europeos y donde no ha habido grandes brotes de xenofobia, con la excepción de la que se produjo en el municipio de El Ejido, -la huerta de Europa- uno de los más prósperos gracia a la agricultura intensiva bajo plástico, y la zona que más inmigrantes acoge de toda la región.
Sebastian de la Obra se rebela contra quienes pretenden ofrecer una imagen de procupación y temor hacia el fenómeno migratorio que vive en Andalucía y que muchos medios de comunicación pretenden señalar como nuevo, sobre todo teniendo en cuenta que hace apenas 20 años, un millón de andaluces se vieron obligados a abandonar la región por las malas condiciones económicas y escasas perspectivas de empleo.
Sebastián de la Obra desmonta con argumentos la supuesta novedad de los últimos fenómenos migratorios acaecidos en Andalucía con el argumento bastante fundado historicamente aunque poco conocido de que la zona sur de España ha sido una de las mayor movimiento migratorio a lo largo de la historia de toda Europa y también en todo el mundo, por su condición de puerte entre Africa y Europa.
Nos habla de un 30% de inmigración procedentes de paises europeos en el siglo XVIII en la provincia de Cádiz, a causa de la pujanza económica del comercio con América, pero sobre todo de las tres grandes culturas -cristiana judía y árabe- que están en la base misma de la cultura española. "En el pasado España se especializó en la expulsión de otras culturas para luego dar la imagen de que todos eramos ya supuestamente iguales".
Sin embargo nada mas lejos de la realidad. A lo largo de los siglos uno de los negocios mas prosperos de las ciudades andaluzas fue el de los que se dedicaban a elaborar los informes de limpieza de sangre, documentamos que daban fe de que las tres generacioneas anteriores de los individuos no tenian sangre de otras culturas. Estos expedientes eran indispensables para el ascenso social en la España de los Reyes Catolicos. Esta situación
se hacia mas absurda si tenemos en cuenta que muchos españoles procedía de arabes o judios y en la mayoría de los casos se vieron obligados a falsear sus datos.
"Nos han engañado, durante muchos siglos la historia oficial ha ocultado la auténtica diversidad cultural de Andalucía", opina. Sin embargo, el referente mas inmediato en la historia de las grandes migraciones andaluzas, es el gran éxodo de los 70.
El influyente antropólogo Isidroro Moreno también es contrario a ver como nuevos los actuales fenómenos migratorios. "La situación actual solo tiene de nuevo un aspecto", en cuento a la dimensión global, planetaria en torno a los fenómenos migratorios. "La mitad de los seres humanos no interesan a los poderes del primer mundo ni siquiera para explotarlos. Sobran porque no pueden producir ni consumir".
Se refiere no solo a los habitantes del tercer mundo que no forman parte de la economía productiva, sino, también en el corazón de Europa. En Francia, por ejemplo donde los hijos de los que un dia llegaron desde el norte de Africa se rebelaron en contra de la marginación a la que se ven sometidos en el otoño del 2005 provocando una cadena de actos vandálicos. "Ahi se ha producido una clara exlusión social. Ellos sobran y son excluidos hasta para ser explotados".
Este contundente análisis de la situación se amplía. "Hoy no hace falta ni tan siquiera explotar a mucha gente para lograr grandes beneficios económicos porque esos beneficios no vienen de la economía productiva sino de la especulativa. Nueve de cada diez partes de los beneficios económicos del mundo se producen en los bancos, sin que exista relación alguna con la producción de bienes y servicios. Isidroro Moreno es igual de contundente al referirse a lo que está ocurriendo en el Estrecho que es "el nuevo muro de Berlín" en su opinión.
Las memorias de la emigración de Rosario Pérez Arispón, hoy empresaria de éxito en barcelona, andaluza del año 2005 en Cataluña y nacida en el sur cuenta experiencias que fácilmente podrían hoy ser asumidas por cualquier inmigrante subsahariano que acabe de llegar a las costas andaluzas.
Recuerda Rosario Perez Arispon, que lo primero que le impresionó fue la solidaridad de los emigrantes entre sí, en esos trenes de madera cargados hasta los topes y el silencio en los pisos de la gran ciudad del norte, a pesar de que vivian dentro hacinadas varias familias, sin embargo las paredes eran tan delgadas, que ni siquiera podían toser sin ser oídos por sus vecinos. Trabajó desde los catorce años, desde las seis de la mañana a las seis de la tarde, aunque pronto conoció a un muchacho, se enamoró y se casó. Por supuesto, su viaje de novios fue a su tierra natal.
Se enamoró de la gran urbe poco a poco, a través del mar, paisaje muy distinto de los llanos agricolas del sur que le vieron nacer. La nostalgia le atacaba en forma de punzadas, sobre todo en Semana Santa, la mayor muestra de autoafirmación y encuentro social de aquellas tierras. El Jueves y Viernes Santo cada año a muchos andaluces emigrados la tierra les tira del corazón, hasta tal punto que muchos hacen miles de kilómetros para participar de esa fiesta.
Otro emigrante, Florencio Montes, recuerda el milagro vivido en sus años de emigración a Barcelona. Cofrade y participante de forma muy profunda desde niño en los festejos de una hermandad del jueves santo, por primera vez desde su nacimiento, ese dia no pudo ocupar su lugar en la procesión del jueves santo, a causa de la emigración. Desolado recorrió las ramblas de Barcelona, entró en un cine y entonces vio en un noticiaria franquista de la época un documental sobre la Semana Santa de su pueblo. "Di un salto en el cine y solté un grito estentóreo" pronunciando el nombre de su pueblo natal, "y ya no pude ver la película porque los ojos se negaban a ver otra cosa que no fuera el pueblo y el corazón era un potro desbocado camino de mi tierra".
"Llega el momento que no quieres volver a tu tierra" cuenta Rosario Pérez. "Cuando salimos de nuestro pueblo natal estaba la idea de regresar, pero pasa el tiempo y te das cuenta de que tienes hijos y ellos tienen trabajo, que se integran poco a poco". Entonces el retorno se hace imposible. "La idea de los andaluces es estar con y donde esten los hijos". Ahora ella vive entre Barcelona y Andalucía, pues ha comprado una casa en la zona histórica de su pueblo natal, vuelve en las festividades más importantes del año y se siente catalana, con raíces andaluzas.
La gran migración andaluza de los años 60 tuvo unas motivaciones muy claras. Hasta los años 50 del siglo XX la zona sur de España básicamente no había sufrido ninguna modificación sustancial en sus sistemas productivos económicos desde el siglo XVI. Rica en recursos naturales desde la antigüedad, poco a poco éstos se fueron agotando y la mayoría de la población activa se concentró en la antes fértil agricultura. A partir de los años 50, se produjo la revolución agrícola con la mecanización e industrialización de los sistemas productivos agrarios y la ruptura de un modo de vida tradicional. Como bien decía Isidoro Moreno, esa gente ya sobraba, no eran necesarios ni siquiera para ser explotados.
Ya no era necesaria la mano de obra. Amplias zonas sin cultivar, concentración de la propiedad de la tierra, falta de mentalidad empresarial, todo eso no hace más que agravar la situación.
En la década de los 30, 40 y 50 se acentúan las migraciones en el interior de la región, pero sus ciudades no podían absorver ese excedente de la población proveniente de los campos a las ciudades, pues en dichas ciudades no existía industrialización alguna.
En torno a 1971, más de un millón y medio de andaluces, un amplio porcentaje de la población, emigró al norte y levante españoles. Entre 1950 y 1978 la población activa agraria pasa del 50 al 19% solo en la provincia de Sevilla. Calatuña absorbe mas de la mitad de los emigrantes andaluces que se convierten en el 17% de la población catalana, el resto sale a otros puntos de España y el extranjero, Alemania, Suiza, Francia. Tres cuartas partes de la emigración española entre 1946 y 1963 eran andaluces. El 60% de los emigrantes andaluces venían de las provincias del interior, Jaén y Granada mayoritariamente. Las remesas económicas enviadas por los emigrantes españoles cubrían el 23% del déficit comercial español, 6.000 millones de dólares entre 1960 y 1975. Los andaluces emigrantes enviaron entre 1950 y 1965 250.000 millones de pesetas, de los que solo se invirtió en Andalucía el 1.5%.
Pronto la crisis económica azota Europa y los emigrantes andaluces se ven obligados a volver. Entre 1973-74, Alemania, Francia y Suiza adopta restricciones a la inmigración, en 1974 las salidas de España se redujeron un 40% y los regresos aumentaron un 25%.Entre 1975-80 Valencia y Baleares equiparan a Cataluña en la recepción de inmigrantes.
Hoy la cultura andaluza es la más presente en el resto del país, también se ha acentuado y puesto de manifiesto que la capacidad de adaptación es uno de los rasgos mas acentuados de la forma de ser del andaluz. Al tiempo, el resurgimiento de algunas corrientes de pensamiento como el nacionalismo en Cataluña, afecta a Andalucia, en una epoca clave como la transición en la que se estaba debatiendo el modelo regional de España. Actualmente la emigración andaluza continúa aunque no en modo masivo. Se produce una fuga de cerebros, pues licenciados, expertos universitarios y profesionales en distintas disciplinas no pueden encontrar trabajo en su especialidad en la región.
De esta forma podemos ver que el proceso migratorio que ha vivido España presenta algunos paralelismos con los que se producen en otras partes del mundo.
Peleando por la convivencia
Uno de los primeros problemas con que se encuentran los recién llegados a España es que, en muchos casos, sus títulos universitarios no son compatibles con los españoles, por lo tanto no pueden seguir ejerciendo sus profesiones y esto provoca situaciones graves.
Mauricio Serrano Gonzalez, 33 años, nacido en Bogotá -Colombia- tiene dos hijos, Santiago de seis y Camila de año y medio, trabajaba en su tierra como contable -estudió Contaduría y Sistemas, una titulación que en las universidades españolas está dividido en dos, por una parte Económicas y por otra parte Informática-. En España lo hace en un matadero de pollos en Paradas (Sevilla). El mismo relata cómo tuvo que trabajar en el trabajo "más degradante que puede hacer un ser humano, trabajar con la basura".
Sin embargo, el caso de su padre fue aún más dramático según el mismo relata. Su padre era en Colombia odontólogo y en España trabaja repartiendo publicidad por los buzones. Esto no hubiera ocurrido si los médicos no hubiesen detectado un cáncer a su esposa y le hubiesen aconsejado viajar hasta una clínica situada en la ciudad de Salamanca para someterse a un tratamiento especializado. En pocas semanas, toda la familia se vió obligada a emigrar para salvar la vida de la madre. Afortunadamente, ahora su madre se ha recuperado de la enfermedad y pronto podrá volver a su país. "Nosotros pensamos que veníamos para quince días, pero esos quince días se transformaron en cinco años y va para largo".
Mauricio se encontró con que de repente se veía obligado a adoptar la decisión de dejar su vida, su trabajo, su círculo de amistades, y volver a empezar desde cero. En principio, la familia se instaló en Salamanca aunque a Mauricio no le gustó el carácter austero del norte español y decidió instalarse en el sur, en Andalucía donde la gente es más sociable y donde él mismo relata que no le costó ningún trabajo integrarse. "Cuando llegué a Andalucía los compañeros de la empresa en donde trabajé siempre me apoyaron y se convirtieron en amigos, siempre dispuestos a darme consejo y apoyo". Entre los puntos negativos que debe arrastrar en la convivencia diaria están la leyenda negra de su país, la guerrilla, o el narcotráfico, sobre todo a la hora de pasar por aduanas o aeropuertos. Y entre los positivos está la común herencia del lenguaje castellano, sin olvidar las diferentes expresiones de cada país.
El pintor Ahmed Ben Yessef es uno de los pioneros de la inmigración marroquí al sur de España, está viviendo en Sevilla desde la década de los años 60, adonde vino como estudiante de Bellas Artes. "La España que yo conocí del 66 comparada con la de hoy, no la conoce ni la madre que la parió. Cuando yo vine había zonas de Marruecos más desarrolladas que España. Es un cambio espectacular. Son cambios que si no llegas a vivirlos, cuesta trabajo creerlo". Pone como ejemplo el precio de las cosas, en el 66 la pensión donde vivía le costaba 80 pesetas al mes, hoy un alquiler de una habitación, puede costar entre 5000 y 10000 pesetas al día. Además, la dueña de la pensión tenía dos hijos emigrantes en Alemania. "España ha pasado en poco tiempo de ser un país de emigrantes a ser un país de inmigrantes".
Para Ahmed, Sevilla y Tánger son dos ciudades andalusíes, porque tienen en común un patrimonio cultural que las une, "tienen mas cosas que les unen de lo que les separa". "Yo no me sentí en ningún momento un extraño en esta ciudad, y hoy día formo parte del paisaje de Sevilla". Sin embargo, las diferencias culturales se acentúan en las festividades propias de la religión musulmana, que profesa, como el mes del ramadán, "que no solo es dejar de comer y de hacer muchas cosas que nos desvían del buen camino, sino pensar en como ayudar a los pobres". Todo lo desconocido es rechazado de alguna manera, especialmente, "sobre el islam caen hoy día una serie de estereotipos muy dificiles de erradicar". Sin embargo Ben Yessef afirma que una vez superada la primera imagen que nos ofrecen las dos religiones,"no hay ninguna diferencia entre los fundamentos del Islam y del Cristianismo, son diferencias de matices, pero en lo base son iguales". Asimismo se muestra defensor del mestizaje y de la interculturalidad, por eso mismo no admite la palabra tolernacia, prefiere respeto.
Cuando se habla del tema de la valla de Melilla, no puede evitar ponerse de mal humor. La inmigración es un tema que el ha tratado en sus cuadros y en sus artículos de prensa. "Cuando veo las imagenes de Melilla no puedo evitar que se me revuelva el estómago".
Por esto lanza una pregunta a los politicos del mundo "¿Es que ser pobre es un delito?.Solo huyen de sangrientas dictaduras cruzando el desierto en busca de un trozo de pan". Propone como medidas para paliar esta situación "la cooperación de la Unión Europea con las instituciones, las ONGs en sus países de origen". Sitúa el origen de este problema en el "colonialismo" europeo del siglo pasado por toda Africa.
España es un problema para Marruecos y viceversa, opina, "ambos países están condenados a entenderse. El norte y el sur de la ribera del Mediterráneo están condenados a entenderse".
Seidhamed Fadel, nació hace 33 años en El Aiún, en lo que él considera la República Saharaui, antigua provincia española, pero que hoy Marruecos considera sus "provincias del sur".y por eso tiene desplegado actualmente a su ejército en la zona. Seidhamed de niño se vió obligado a abandonar su región para instalarse en campos de refugiados, regenta un locutorio para inmigrantes en Marchena (Sevilla) llamado La Esperanza, adonde acuden a diario inmigrantes de Marruecos, Rumanía, Colombia y Ecuador, que son las nacionalidades más numerosas. Esperanza de una vida mejor y de que el frente polisario, -partido politico y grupo armado que defiende la causa saharaui- tome el poder en la zona y se convierta en republica independiente.
La solidaridad en España con la causa saharaui es muy notable, pues se trata de centenares de miles de personas que viven en campos de refugiados en medio del desierto, a la espera de que la ONU autorice un referéndum, para la autodeterminación de la zona, que Marruecos bloquea. Hubo una presencia española de cien años en el sáhara occidental. Por eso Seidhamed tampoco se siente extraño en España.
Sin embargo cuando debe convivir en España con los marroquíes, un país que considera enemigo del suyo, a veces las relaciones se tensan, aunque reconoce que personalmente no tiene problemas con los ciudadanos marroquíes, sino con su gobierno.
"Nosotros los saharauis tenemos una buena relación con los marroquíes, con cuyo pueblo no tenemos ningun problema, tenemos un problema con el gobierno. A nivel personal, tengo amigos marroquíes, yo se perectamente que la mayoría aquí en España son marroquíes".
Conservar la cultura del Sáhara occidental no ha sido facil en los últimos años, -mezcla de las culturas árabes y bereber, y hoy ocupado por dos países Marruecos por el norte y Mauritania por el sur. Prácticamente uno de los pocos ritos propios que conservan con auténtica veneración es la ceremonia del té hasta el punto que los saharauis dicen que lo más imprescindible en el equipaje de cara al viaje, no es el dinero ni los pasaportes, sino el té. Una ceremonia social en torno a la charla y la sabiduría que se transmite de forma oral de los mayores hacia los más jóvenes, en torno al humeante vaso de té y bajo la jaima en medio del desierto. Se prepara con tres vasos, el sabor del primero es un poco amargo, con mas hierba y poca agua, el segundo es un poco mas suave, y el tercero dulce. "Para nosotros hay una cultura en torno al té como un punto de encuentro, no podemos hablar sin que el té esté preparado. Se habla de cualquier tema, sobre negocios, sobre cultura o sobre política". De esta forma se transmiten oralmente valores culturales.
Su integración con la cultura española es lenta y poco a poco va haciendo relaciones. Uno de sus principales problemas es alquilar una vivienda. "La gente tiene miedo de alquilar una vivienda a un extranjero, piensan que toda la gente son iguales, si han tenido un problema con un inmigrante anterior. En muchos casos ni siquiera quieren hablar con la persona a la que van a alquilar el piso. Es un rechazo que no tiene explicación ni razón de ser: es miedo".
Marcelo Andia, tiene 30 años nació en La Paz, Bolivia, donde ejerció de periodista, y en España trabaja en el sector publicitario desde hace tres años. "A mi me parece España un país que está en vías de progreso, de crecimiento, a diferencia de otros países europeos". También destaca el gran cambio que el vivió, pues la imagen que transmite la televisión de este país, no tiene nada que ver con la realidad, "lo que sí es cierto es que uno no puede hacerse una imagen de un país por la televisión". También se muestra poco complacido con la imagen de pobreza absoluta que llega a Europa procedente de su país.
Otro grupo que destaca por su elevado número es de los rumanos, único de entre los europeos que es visto con recelo, debido a su acentuada pobreza y sobre todo a la cantidad de noticias que ofrecen los medios de comunicación que relacionan a esta nacionalidad con grupos de delincuencia organizada.
Estas redes se dedican al narcotráfico, blanqueo de dinero, tráfico de armas, robo de vehículos, clonación de tarjetas de crédito y su uso fraudulento, robos con fuerza o violencia en domicilios e inmigración ilegal con fines de prostitución en el resto de países de la UE.Acabar con estas redes es una de las prioridades del Ministerio del Interior español, según manifestaciones a la prensa del propio ministro. En muchos pequeños pueblos del interior de Andalucia, su simple presencia causa desconfianza y temor, y se asocia con el aumento de la delincuencia, provocando en ocasiones episodios aislados de xenofobia.
Sin embargo, la mayoría de los rumanos que trabajan en España ocupan los trabajos más penosos, aquellos que probablemente otras nacionalidades no aceptarían. La mayoría proceden de zonas agrícolas, un trabajo que conoce bien y que abunda en el sur de España, zona que tradicionalmente ha basado su economía en la agricultura.
Miles de inmigrantes rumanos viven escondidos en la comarca de la vega sevillana, rica gracias a sus explotaciones de cítricos de regadío. Habitan huyendo de las fuerza de seguridad del Estado en improvisadas tiendas de camapaña junto a los mismos campos que trabajan, sin luz ni agua, ni abrigo, una situación especialmente penosa en invierno, cuando las temperaturas alcanzan los varios grados bajo cero. "Esto es primavera, en Rumania ya hay medio metro de nieve" aseguran los inmigrantes rumanos. Temen mucho mas a la lluvia, cuando se calan, y no tienen forma de secarse, ademas no trabajan y no cobran.
Unas 25 personas del mismo pueblo rumano arrasado por las inundaciones en el Danubio, del pasado verano viven ocultas tras los espesos cañaverales de los caminos del Soto, en Brenes, cerca del Río Guadalquivir. A la hora del almuerzo preparan el pan en un horno, pescan y preparan salchichas con arroz y chorizo. Cobran 20 o 30 euros por jornada de trabajo según explican Martin, Florin y Linda Radulescu.En total hay cien personas de varios pueblos rumanos. La situación de estas personas no se explica sin la presensecia de redes de explotación de éstos inmigrantes, sobre los que la Guardia Civil estrecha el cerco, detendiendo a ciudadanos ucranianos que explotan a los rumanos.
Los sindicatos obreros con presencia en Andalucia, como el SOC, Sindicato de Obreros del Campo, que en los años 80 encabezaron una histórica movilización pidiendo y ocupando fincas que no estaban explotadas, para los miles de braceros desempleados, hoy se dedican a denunciar la situación infrahumana de explotación y cuasi esclavitud que sufren.
Este sindicato ha detectado muchos de estos campamentos móviles en los suburbios de las grandes ciudades o en las sierras. Algunos de los miembros de este sindicato han llevado a cabo algunas protestas como huelgas indefinidas y parciales para denunciar esta situación, no solo por la extorsión que sufren unos 6000 rumanos, sino por el hecho de que muchos empresarios andaluces se aprovechan de esta situación para pagar sueldos más bajos. Ademas los inmigrantes tampoco pueden pagan los alquileres que les piden en España, -600 o 1000 euros- por lo que en muchas ocasiones se hacinan en pisos en condiciones insalubres. Sin embargo en la ONG Paz, Igualdad y Desarrollo de Brenes aseguran que los alquileres de la zona son de 300 euros. Los propietarios de pisos de la zona suben los precios si se trata de alquilar a inmigrantes, porque temen que no les paguen, que causen destrozos, o que se hacinen.
De vez en cuando la prensa nos sorprende con la detención de decenas de personas y el desmantelamiento de alguna organización internacional dedicad al tráfico de seres humanos para su explotación laboral en tareas agrícolas en Andalucía. Este tipo de operaciones son en palabra del Delegado del Gobierno en Andalucía, Juan José López Garzón confirman que la contratación ilegal en ocasiones acaba terminando en explotación "consueldos muy bajos y condiciones de trabajo insuportables e inhumanas". Además constata que hay persoans dentro de estas organizaciones que se rebelan y lo denuncian a la policia, confesando estar secuestrados, amenazados y extorsionados por compatriotas rumanos o lituanos pertenecientes a redes de crimen organizado.
La práctica habitual de estos grupos consiste en el reclutamiento mediante engaños y promesasde una vida mejor de trabajadores que viajan a España en furgonetas desde Rumanía hacia Bulgaria, Austria, y posteriormente los países del espacio Schengen, -Francia, Italia- en calidad de turistas. Ya en España son recluidos en dependencias
de varias provincias les quitan la documentacion y sempiezan a ser vigilados.
La organización hace a los trabajadores conraer deudas que ellos no pueden llegar a pagar, puestoque el sueldo ronda los dos o tres euros por día, mientras que la deuda asciende a alrededor de 1500 euros, al incluirse en ella alquiler, cama, transporte, manutención, o llamadas telefónicas. Sus condiciones de vida son pésimas, hacinados y retenidos, intercambiados en régimen de esclavitud, o sometidos a compraventa por unos 900 euros, siendo movidos en lotes unos "100" trabajadores. Cuando a algún trabajador le caduca el visado de turista este es intercambiado por otra persona con documentación actualizada.